miércoles, 27 de julio de 2011

Historia de la libertad (I). La Edad Media. ¿Siglos oscuros?

Deshacerse del papel de muñeco de pim-pam-pum que interpretan algunas personas o hechos por arte del capricho de terceros, es una empresa que roza lo heroico.

Lo mismo sucede con la Edad Media: siglos oscuros y bárbaros, etapa de transición, años de barbarie e incultura..., son algunos, muy pocos, de los calificativos que ha merecido aquel periodo por parte tanto de sus estudiosos, como de los profanos.

La literatura y el cine han acudido en tropel a cimentar esta imaginería, escenificando un mundo de magia, violencia despiadada, intolerancia y brutalidad. Tampoco han faltado quienes espigan en datos aislados para documentar una concreta cosmovisión (Romanticismo) o edulcorar una realidad a todas luces insoportable (relación Islam-Cristiandad)

Periodo intermedio entre las dos grandezas por todos admitidas y jaleadas de forma acrítica: la antigüedad clásica greco-latina y el humanismo renacentista, se presenta la época medieval como un engendro que nada tiene que ver con su predecesor y sucesor cronológicos, ambos, según estos enfoques, ensalzadores del hombre y de su dignidad.

Observada desde cerca, deduciendo de las fuentes lo poco que se pueda deducir y quitándonos las anteojeras que el presente nos impone a la hora de intentar una comprensión del pasado, los hechos adquieren otro matiz. Intentaré dar algunas pinceladas.

La paulatina destrucción del mundo antiguo, cuyos inicios se suelen situar en la crisis del siglo III, aunque también podríamos rastrearlos en la propia formación del Imperio, por su largo alcance, apenas debió ser percibido por sus coetáneos como algo traumático.

Nos encontramos un escenario donde las tradicionales estructuras de poder e instituciones se desvanecen dando paso a otras inéditas hasta el momento:

1. La vida urbana, fruto de una economía dinámica y de unos intercambios ágiles, se apaga poco a poco, dando paso a cierta ruralización, impulsada por la presión fiscal a la que se ven sometidos los habitantes de las ciudades.

2. La irrupción de nuevos pueblos (bárbaros), evangelizados o no, casi todos con afán integrador, obligarán a formas de convivencia espontánea

3. La coexistencia de un cristianismo oficializado, pero de un calado aun superficial, con las creencias hasta entonces en vigor, producen un sincretismo religioso de difícil disolución, de creer los llamamientos a su persecución dictados por los concilios

4. La institución del "contrato feudal" como marco de organización social en el que el vasallo ofrece su trabajo al señor a cambio de protección. Contrato que puede ser anulado por una de las partes en cuanto se rompen sus cláusulas, dejando al vasallo en completa libertad para establecer  uno nuevo con y donde estime oportuno.

La debilidad de las monarquías incipientes y de la aristocracia proporciona un grado de libertad a los hombres desconocido hasta entonces. Estos se las tienen que ver solos en una naturaleza hostil a la que tendrán que volver a dominar (roturaciones); deben establecer entre ellos relaciones de igual a igual (municipios, comunidades rurales, monásticas); orar a un mismo Dios que les proporciona una dimensión de trascendencia y un espíritu de pertenencia a una comunidad transnacional antes de que estas existan...

Este cuadro, que podríamos denominar idílico, se verá difuminado a medida que las monarquías feudales adquieran más y más poder presagiando el nacimiento de los estados modernos. Haciendo un paralelismo con, por ejemplo, la conquista del oeste americano, el estado fue reclamando poco a poco su lugar bajo el sol arrogándose los derechos que hasta el momento eran propiedad de los individuos.

Tendrán que pasar siglos para que algunos reclamen la inversión del movimiento.

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