martes, 4 de octubre de 2011

"Llegaron los sarracenos y nos molieron a palos...

...porque siempre ganan los malos, cuando son más que los buenos" En realidad, el romance dice que "Dios ayuda a los malos, cuando son más que los buenos". ¡Ya son ganas de meterle en estos líos! Porque, ¿seguro que es así?. ¿Es necesario que los malos sumen más?

Resulta tentadora y cómoda dicha posibilidad. En este sentido nosotros, pobres infelices, nada podríamos hacer; la superioridad numérica nos avasalla y solo nos queda el recurso de cerrar los ojos o mirar hacia otro lado, esperando que el temporal pase pronto y no llegue a mojarnos.

Pero la realidad, vista desde cerca, es muy diferente.

¿El malo existe per se o es una proyección de nuestra propia debilidad? ¡Ahí va eso!

Llevo mucho tiempo reflexionando sobre este asunto, bastante relacionado con los miedos sociales: miedo a perder el trabajo, a perder los amigos, a desligarnos de nuestros seres queridos, en fin: pánico a perder la estabilidad y nuestro modo de vida. Ese miedo hace que magnifiquemos de forma exagerada aquellos hechos, situaciones o personas que creemos capaces de poner en peligro la vida que conocemos y a la que estamos acostumbrados. Porque, desgraciadamente, no creemos que esa vida que vivimos, esos conocimientos que hemos ido alcanzando con los años, o las propiedades adquiridas nos pertenezcan, los hayamos ganado decente, honradamente con mayor o menor esfuerzo.

Somos un recipiente donde se ha ido acumulando durante generaciones un poso de educación orientada a minimizar nuestra individualidad, a disolvernos en un océano de seres iguales, idénticos, girando todos alrededor de la misma presa que, antes o después, lograremos alcanzar, hagamos lo que hagamos, pues tenemos derecho a ella, y ese derecho es inalienable, nadie nos lo puede arrebatar, mucho menos discutir, siempre y cuando cumplamos unas mínimas reglas de cortesía que se resumen en un sencillo teorema: la sociedad es una entidad superior compuesta por la suma de todos los individuos careciendo estos, de forma aislada e independiente, de todo el valor y el sentido que le otorga el cumplimiento de un código no escrito, pero férreamente gestionado por los pastores elegidos por todos.

Bonito, ¿verdad?.

El grupo, el rebaño nos da la pauta, nos proporciona refugio y abrigo, seguridad y sustento. Más allá se extiende la oscuridad, las tinieblas, el finis mundi, un territorio poblado por fieras dispuestas a aniquilar a su vecino.

Sucede a menudo que el aprisco no llega a cobijarnos, que el premio que creíamos alcanzar se aleja más y más de nuestros dedos porque siempre hay otro que tiene más derecho que tú, y el redil empieza a estrecharse y agobia, y se multiplican las patadas, los empujones, y ese mundo extraño, como de ensueño, se derrumba  silenciosa, casi imperceptblemente al ritmo que impone el estado de ánimo estupefaciente que cae como la niebla sobre esos pastores tan sabiamente seleccionados.

Junto a los pastores aletargados, surgen como setas los saqueadores, esa especie que nunca corre el peligro de la extinción, cuyo único objetivo en este mundo es apropiarse de los frutos del trabajo ajeno y, lo que es peor, enredar, imponer prácticas incoherentes que dificultan el desempeño de las tareas de los demás, haciendo abortar cualquier atisbo de iniciativa y creatividad.

Si contabilizamos el número de pastores y saqueadores, y calibramos su calidad intelectual (no solo moral) nos sorprendería y avergonzaría a un tiempo.

¿Son tan temibles y feroces? Como fisgones no tienen precio, ya que toda su vida, desde niños, se han dedicado a observar, localizar y aislar los puntos débiles de sus semejantes. Ha sido siempre su único afán, su norte y su guía. Y no hacen más que enfrentarte a un espejo que te devuelve tus miserias, siempre y cuando tú las consideres así. Aborrecen, porque temen, cualquier manifestación individual que suponga independencia de juicio y demostración de criterio; huyen del esfuerzo; siembran cizaña e introducen la discordia allá donde plantan sus reales.

Son, utilizando el término que ha ido pasando de Nietzsche a Rimbaud y de Rimbaud a J. Goytisolo,  eternos ladrones de energías.

Pero son pocos, muy pocos. El problema está en su enorme capacidad de proselitismo.









1 comentario:

Marina Escobar dijo...

Me gusta mucho tu artículo sobre los sarracenos...aunque creo que es demasiado pesimista, o a lo mejor es la realidad la que es así, negra. oscura, llena de rebaños, y de pastores sin escrúpulos...pienso en algún ejemplo y me salen cientos...