jueves, 7 de agosto de 2014

Un viaje en el tiempo (Verano 2014. Segunda parte)

Panorámica desde la ventana del Hostal Gogar
Puentenansa (Cantabria)
A menudo nos asomamos a la ventana del tiempo con la intención de recrearnos en la contemplación de un paisaje detenido. En otras ocasiones, creemos percibir alguna modificación en sus detalles y nos afanamos en perseguir al responsable, desenmascarando su identidad. Es un ejercicio interesante, en el que se practica, con dosis e intensidades homogéneas, la historia, la imaginación y el sentimiento.

La segunda etapa de este verano, que abrimos el 16 de julio mientras embarcaban los niños en el autocar rumbo a Puentenansa (Itziar y Sara, como si no hubieran hecho otra cosa en su vida; Alejandro, por enésima vez, protagonizando una de sus performances favoritas, sumiendo a Carmen en un estado a medio camino entre el cabreo y la pena) y damos hoy por finalizado, se puede considerar un viaje en el tiempo.

Hablo de un tiempo tridimensional, como tiempo vivido, reconstruido y soñado, que es la noción que tengo yo del mismo, nada académica, por cierto.

El hecho de que estuviéramos solos Carmen y yo después de quince años sin niños alrededor, dueños de nuestro tiempo y nuestro destino, sumado a las tardes con Mari Cruz y Armando, la visita a Proaño y a los escenarios de la novela de Pereda a las orillas del Nansa, ha desembocado en esta reflexión sobre el tiempo y su epifanía, de qué forma se nos aparece y qué consecuencias se pueden extraer de todo ello.

Durante la estancia de Mari Cruz en Madrid, tuvimos ocasión de hablar de las inquietantes trampas de la memoria (la calurosa noche del 16 de julio, en casa de Armando y Coco) y de sus relatos como obra en marcha que Carmen se ha comprometido firmemente a impulsar: visitas a Bubok y organización de un blog para dar salida a todas sus creaciones literarias y teatrales. De la reconstrucción de la historia familiar en la que está sumergida Carmen con el descubrimiento de primos en Baena y Sevilla. Recuperación como comprensión de una vida, y de lo que en ella suponemos dislocado, como rastreo de una línea transmitida de generación en generación, no como acumulación de blasones, honores e hidalguías.

También nos asomamos al mundo desinhibido de Armando y sus amigas (Coco, Peli y Pili) durante un concierto en la plaza del Matadero. El desparpajo y la frescura de su conducta (su sincera insistencia en que fuéramos un día a la azotea que habita Pili de forma circunstancial junto al palacete modernista de la Sociedad General de Autores), habida cuenta que nos separaban más de 20 años, no dejó de sorprenderme, y no pude evitar echar la vista atrás para comprobar qué distinto me veía yo a su edad….


Playa de Comillas. No cabe un alfiler


Otra noche cenamos Carmen y yo en la cantina del Matadero, un gran descubrimiento, con sus menús vegetarianos y su escenografía de arqueología industrial presidida por una alta chimenea de ladrillo.

El fin de semana del 19 y 20 de julio, con un fuerte descenso de la temperatura, nos acercamos al Zújar, iniciando nuestro voluntario tributo a las arcas de Cepsa, que se vio incrementado el viernes 25 cuando subimos a Puentenansa a ver a los niños. Nos alojamos en el Hostal Gogar, y desde allí nos acercamos el sábado a San Vicente de la Barquera, Comillas y Santillana del Mar. El excesivo buen tiempo que disfrutamos (yo no recuerdo haber sudado tanto en mi vida, aunque el termómetro no subía de los 27-28 grados) convirtió aquellos lugares en algo prácticamente intransitable, más propio de otras latitudes. El domingo por la mañana visitamos Tudanca, la Tablanca de “Peñas arriba”, con la casa de Cossío donde Pereda escribió su novela, y que fue frecuentada por figuras tan dispares como Miguel Hernández y Cela. Escuchar a esas gentes de Celis, Puentenansa o Tudanca hablar casi con los mismos giros que transcribe el montañés, causaba impresión. Ya no sé si compartirán ese mundo tan inocente inmortalizado por el novelista, donde cada cual ocupaba felizmente su lugar y la modernidad, los fallos inherentes a la misma, se vivía como un peligro acechante.


Puentenansa (Cantabria)
El 30 de julio ya estaban los niños de vuelta. Debidamente desparasitados, y con las cinco o seis lavadoras recogidas, el sábado 2 de agosto volvimos casi sobre nuestros pasos, dirección Palencia. Al mediodía llegamos a Olleros, justo a la hora de comer, muy a gusto, como siempre, con Antonio, Rosa, Jorge, Marisa y Enrique, bajo un cielo negro que no tardó en transformarse en una tromba de agua. Camino de Guardo, donde nos alojaríamos con Marisa y Enrique, y sorteando los chaparrones, nos pasamos por Aguilar de Campóo (hay que volver con más tiempo) y Cervera de Pisuerga. Allí se quedó Itziar con los Villar, pues Jorge tenía la intención de bajar, una vez en Villorquite, a las fiestas de Herrera de Pisuerga
.

De Cervera, nos fuimos con Marisa y Enrique a Guardo, al Hotel Montaña Palentina. Cena y larga sobremesa, con Sara y Alejandro dormidos encima del mantel, sobre proyectos de todo tipo y la necesidad de un cambio en las prioridades de la gente como solución a la crisis. El domingo por la mañana, sin despedirnos de Marisa y Enrique (habían madrugado para hacer una ruta) nos acercamos a Proaño a ver al primo Jesús, visita emplazada desde el fin de semana anterior.

Una vez encauzada por Carmen la solución de un problema que tenía su primo con Movistar, bajamos a comer a Espinilla al igual que el año pasado. Mientras tomábamos el café, se acercaron a la terraza Jesús y Lola, una sobrina suya, a charlar un rato de las transcripciones de su tío, de las anécdotas de los miembros de la familia dispersos por el valle del que, según nos aconsejaron (después de comentarles lo abarrotado de Comillas) no se debe salir durante el mes de agosto.

Llegamos a Villorquite bien entrada la tarde, después de parar en la colegiata de San Pedro de Cervatos, con sus esculturas eróticas en las ménsulas y capiteles de la portada y del ábside que harían sonrojar a Passolini. Nos despedimos de Itziar y emprendimos el camino de regreso a Madrid.

Con esto, damos por concluida la segunda etapa del verano. A partir de ahora, ya estamos los cinco de vacaciones.


Hasta pronto.

Tudanca (Cantabria)
Casa de JM Cossío, donde Pereda redactó
"Peñas arriba"

miércoles, 6 de agosto de 2014

La rutina suspendida. (Verano 2014. Primera parte)



Aunque parece que la idea no ha prosperado, se ha dicho infinidad de veces que los grandes movimientos de masas no son más que el reflejo o la consecuencia de un “estado del alma”. Lo mismo sucede con las migraciones en el mundo animal. ¿Por qué en un determinado momento enormes colonias de miembros de una misma especie deciden trasladarse en masa a tierras más cálidas o más frías? Los estudiosos de la conducta animal, al no localizar en las bestias ninguna facultad de predicción o anticipación, responsabilizan de dicho fenómeno al instinto.
Por un concreto estado del espíritu, o por el mero instinto, a una hora indefinida de la madrugada se salta la verja del Rocío o se enfrentan los pueblos en unas luchas sangrientas por un quítame allá esas pajas que, en otras circunstancias, se habría resuelto de forma pacífica.
Inquieta un poco pensar que nuestras actitudes y comportamientos, al menos una parte de los mismos, respondan a un cúmulo de imponderables que, como tales, caminan más cerca del azar que de la lógica. Es nuestra faceta de títere, de sabernos movidos por unos hilos manejados por mano caprichosa y desconocida.
¿No sucede algo similar con las vacaciones? Durante el curso alimentamos el anhelo de un espacio de tiempo más o menos largo capaz de eliminar, o al menos relegar a un olvido momentáneo, aquella rutina que nos ocupa y absorbe a lo largo del año. Pero el esfuerzo invertido en el empeño a veces resulta agotador y no siempre aporta los frutos esperados.
Un estado del alma… O la sensación de que algo va a pasar, de que, necesariamente, se van a conjugar una serie de futuribles que darán un vuelco a nuestras vidas. Este sentimiento propio de la adolescencia lo impregna todo (basta echar un vistazo a nuestra sociedad y a sus últimas y rutilantes opciones políticas), y en no pocas ocasiones nos aleja de la felicidad que pretendemos alcanzar.
Las vacaciones como un estado del espíritu… Suena bien. De niño, recuerdo que durante estas semanas todo parecía detenerse, se reducía el latido animal. Circulaban menos coches por la calle, la mitad de los comercios estaban cerrados y un aburrimiento que se podía tocar se apoderaba del espacio comprendido entre el mediodía y la tarde avanzada. Efectivamente, esperaba que sucediera algo. Desgraciadamente, nunca pasaba nada.
Se trataba de suspender una rutina dejando un hueco en nuestra vida difícil de llenar.

Confieso que este año nos hemos saltado a la torera el calendario, orientado desde siempre al Edén de agosto, embarcándonos en la vorágine vacacional en fechas tan tempranas como mediados del mes de junio. Las graduaciones de Sara e Itziar en sus respectivos ciclos educativos (infantil y secundaria), indicativos del final de una etapa, con sus preparativos angustiosos, ajustes imposibles de fechas y horarios para que no coincidieran las ceremonias (al final, tuvimos que poner en práctica el don de la ubicuidad), fueron, en sí mismos, el mejor anuncio de la vacación. Aún hay más: de forma simultánea, las fiestas de fin de curso, las exhibiciones deportivas y representaciones teatrales del Pulchinela, los cumpleaños encadenados de Alejandro y Sara con su correspondiente celebración, todo ello concentrado en dos o tres tardes, resultaron ser una carrera de obstáculos que, un año más, superamos con toda dignidad, dejándonos como sirenas varadas y agotadas a la orilla de la playa del mes de julio.
Pero… ¡qué poco dura la felicidad en casa del pobre! Con los niños en casa desde el 20 de junio (la conciliación de calendarios-horarios laborales y escolares ¡esa sí es la revolución pendiente!), había que organizar su campamento, al que este año se sumaba Sara: mochilas, material, documentación y equipamiento, que no faltara ni un detalle, multiplicado por tres. Carmen se desdoblaba atendiendo la intendencia, las compras de última hora y preparando una comunicación que tiene que presentar a un congreso que se reunirá en septiembre. Los fines de semana, como comandos itinerantes o liberados, me llevaba a los pequeños a pasar el día en el Zoo, el Parque de Atracciones o a una Cercedilla extrañamente desierta hace unos sábados, con el fin de dejar a Carmen trabajar tranquilamente en casa.
El quince de julio, con el texto de la comunicación entregado y los macutos preparados en la puerta, nos fuimos a dormir dando por concluida esta primera etapa de las tan merecidas vacaciones.