viernes, 16 de diciembre de 2011

La función social de los abuelos

Todavía hay quien busca sin descanso el elixir de la eterna juventud

Decir que vivimos en una sociedad cambiante es una perogrullada tan gruesa que avergüenza un poco insistir en la idea. Como un organismo vivo, pues no otra cosa es la unión de millones de seres humanos, está sujeta a contínuas crisis, desarrollos y regresiones; de lo contrario, estaría condenada a la extinción. Eso no justifica que actitudes y comportamientos muy extendidos merezcan el aplauso, cuando no la indiferencia general.


Como me rechina un poco hablar de grupos sociales o colectivos (el lenguaje es, ciertamente, perverso y debemos escoger las palabras con lupa para no caer en las trampas que nos tienden aquellos a quienes repudiamos), considero más acertado, en aras de la objetividad, manejar un término tan frío como imparcial: tramos de edad.

En la actualidad hay dos tramos de edad que parecen ser los únicos que merecen una atención especial por parte de la misma sociedad en la que se encuadran y de los poderes públicos.

Vivienda digna, salario digno, trabajo digno...
Y ¿por qué no? Madrid con puerto de mar


Por un lado tenemos el sector comprendido entre, digamos, los 18-19 y 28-29 años, es decir: adolescentes, post-adolescentes y primera juventud. En un mundo en el que se da de lado a la diferencia, a lo que se aleja de la norma (siempre que la diferencia y la norma no sean consensuadas); cuando se aprecia, por encima de otros valores, la perfección física y la plenitud sexual; donde se oculta y maquilla el dolor y el sufrimiento, la enfermedad, la muerte... esta edad, pletórica de vida, hormonas y no pocos despropósitos, es el espejo en el que todo el mundo se quiere ver reflejado. Abundan las políticas sociales dirigidas a asegurar su bienestar, a suavizar los obstáculos con los que se pueden tropezar en el camino, a facilitar, en definitiva, el desenvolmimiento de sus deseos y esperanzas.


Y en segundo lugar nos encontramos con los mayores, la tercera edad, jubilados  y pre-jubilados, pensionistas en plena posesión de sus facultades físicas y mentales. Si con la juventud las políticas del Estado del Bienestar pretenden alargar una soñada infancia, dorada y muelle, con nuestros mayores se afana en proporcionarles unas expectativas que, en buena lógica, resultan disparatadas, ya que no todos pueden acceder a ellas y, en definitiva, suponen una carga más que debe arrastrar el contribuyente.



Dicen que, a partir de los cincuenta y tantos, si te levantas de la cama sin
algún dolor significa que estás muerto. No me gustaría volver a bregar con bebés dentro de 20 años.
Pero, como reza el refrán, nunca digas de este agua no beberé...



Fuera de los desvelos del Estado Providencia quedarían los, a mi modo de ver, dos sectores fundamentales para que este mundo en que vivimos, con todos sus errores y horrores pero el único vivible mientras no se demuestre lo contrario, no se derrumbe como un castillo de naipes. Me estoy refiriendo a la infancia y a la madurez.
Nos sorprendería descubrir cuántos de estos abuelos tan entregados han
jugado con sus hijos, les han cambiado los pañales o han visto cómo pasaban las
horas
dándoles de comer


La infancia se ha transformado en un laboratorio donde, lejos de preparar a los niños a enfrentarse a un mundo, a partes iguales, maravilloso y cruel, los iluminados de todo pelaje ensayan sus fantasías educativas siempre tendentes a inhibir sus potencialidades y su capacidad creadora, igualarles en la mediocridad, cerrando esas vías de emulación y estímulo, únicas que capacitan al hombre para alcanzar el progreso.


¿Y qué decir de la madurez? Nada: son los años del trabajo y la producción, de puesta en práctica de lo aprendido durante años, en los que el hombre, como premio a su esfuerzo y dedicación, se ve esquilmado y exprimido para mantener las ensoñaciones de una juventud que todavía no aporta, pero que ya exige y consume, y de una vejez que no se resiste a dejar de gestionar, que cree erroneamente vivir de las rentas acumuladas en su nombre por el sistema durante toda su vida laboral y que, con su comportamiento, introduce un importante factor de distorsión social


De manera infructuosa, en más de una ocasión he practicado proselitismo en
el parque de mi barrio. Esfuerzo inútil: los abuelos no quieren vivir sus vidas,
Prefieren sacrificarlas por sus hijos y nietos

Y no exagero cuando hablo de distorsión. Si nos detenemos en el ámbito familiar, célula de toda sociedad, el papel de los abuelos implicados se deja sentir en:

1. Prolongación indebida de la adolescencia en los padres jóvenes. La existencia de abuelos que colaboren en el cuidado y educación de los nietos hacen que sus padres:
  • Destinen parte de sus ingresos a continuar la vida que llevaban antes de tener hijos, como salir y viajar solos
  • Eviten asumir los sacrificios y renuncias que, junto a las satisfacciones y gratificaciones, suponen los hijos, lo que desemboca inevitablemente en frustración y decepción cuando llega el momento de cortar el cordón umbilical
2. Innecesaria confusión en los niños que, al verse rodeados de dos autoridades diferentes (padres y abuelos) pero difícilmente compatibles, acaban frecuentemente perdiéndole el respeto a unos y otros, conviertiéndose en seres caprichosos y adultos tiranos.

También se ve afectado en gran medida el sistema educativo:

1. La implicación de los abuelos en la ayuda a sus hijos, hace que los horarios escolares de los niños tiendan hacia la jornada intensiva durante todo el curso académico, ya que siempre habrá alguien que pueda ocuparse de ellos desde el mediodía

2. Esa misma ayuda minimiza la terrible repercusión que los larguísimos periodos vacacionales escolares tienen en aquellas familias que no pueden disfrutar de abuelos entregados

3. Por ende, la reducción en el número de horas lectivas, hace que se desaproveche la tremenda capacidad de aprendizaje que tienen los niños, lo cual se puede calificar de delito de lesa educación y que en el medio-largo plazo se dejará sentir dolorosamente en la falta de competitividad (y capacidad de esfuerzo y sacrificio) que padecerán las próximas generaciones

De todo esto se deduce que la tan manida conciliación de la vida laboral y la familiar es una entelequia o una broma pesada mientras los abuelos se empeñen en ayudar a sus hijos en la crianza y educación de los nietos.

La función social de los abuelos es, así, una artimaña semejante a otra función social: la de la empresa. Si consideramos que la negativa a asumir la senectud con salud, como ese periodo de la vida en el que el hombre puede dedicarse, por fin, a desarrollar las aficiones emplazadas durante años, tiene como corolario una intromisión no venial en el desarrollo´natural de la sociedad, adjudicar a la empresa una función (la social) ajena a la que se espera de ella (mejorar procesos y ganar dinero) conduce necesariamente a confundir la realidad con los deseos.

2 comentarios:

Rafael Diaz-Delgado Peñas dijo...

Los que realmente ven mermadas sus posibilidades de desarrollo y de maduración , son en realidad los padres. Siguen viviendo en permanente luna de miel, desean no perder bondades sociales, cenas con los amigos, viajes o escapadas findesemana. cuando cumplir con compromisos de "empresa2. Los niños con abuelos son en realidad afortunados, no por los padres que les ha tocado tener sino por sus abnegados abuelos. Dominan las dosis de antitérmicos y mediaciones más comprometidas, acuden a las múltiples revisiones de salud y de enfermedad que el sistema sanitario diseña. no solamente cambian pañales, rememoran los cuentos que cada noche hay que narrar a los pequeños... es fácil para ellos pues las mismas frases que surgían fluidamente con los hijos, salen ahora mientras intentan que los niños se abandonen a los brazos de Morfeo.Es triste ver además cómo los padres acuden a urgencias del hospital con su bebé febril increpando que los abuelos no supieron valorar la dificultad respiratoria del lactante con bronquiolitis. ¡¡Encima!!. bueno, ses solo una anécdota pero con cierta consistencia.. a pesar de todo a veces acaricio la idea de verme otra vez con un bebé en los brazos, que no sea paciente mío.O caminando por una ruta campestre en busca de una charca para nadar en las tardes e canícula madrileña.
Es todo confuso, pero comprendo que los roles están cambiando y no s´se si para bien

Nacho Díaz-Delgado dijo...

Bienvenido Rafa y gracias por participar. Realmente, pareces más pesimista que yo y también desconozco el alcance del cambio de roles que estamos padeciendo. Un abrazo