miércoles, 22 de enero de 2020

Una justificación circular


Aquel día, ya anochecido, regresaba a casa con los pequeños después de dar un paseo por el parque. Era uno de los previos a Reyes, cuando las fiestas declinan a la espera de la traca final y el tiempo nos regala, como anticipo de lo que ha de venir, algunos minutos más de luz y unos olores nuevos, como de estreno.

Durante la caminata habíamos tocado, como en tantas otras ocasiones a lo largo de la última semana, con la intención de dulcificar el desencanto que rumiaba Sara desde que el día de Navidad recibiera como un jarro de agua fría la “mala nueva” de la humanidad de Papá Noel y de Sus Majestades de Oriente, de la permanencia de la magia, de la ilusión, de la creencia en lo que no se ve; de mantener encendidas unas tradiciones, costumbres o hábitos que nos van a acompañar, moldeándonos de alguna manera, durante toda la vida; de la necesidad de cierta liturgia, de cultivar unos ritos que reconocemos como propios y auténticos, asumimos de nuestros padres y esperamos transmitir a nuestros hijos.

Mientras esperábamos en silencio que bajara el ascensor, recibí una llamada de Carmen. Desde algún centro comercial apalabraba con urgencia los últimos regalos.

-“¿Qué tienes de Ayn Rand?”, preguntó a bocajarro.

“Todo, o casi todo”, pensé

Patricia Neal y Gary Cooper
En ese instante, de una duración incalculable, como invocados por el nombre de la rusoamericana, se agolparon en mi cabeza un par recuerdos, más o menos recientes, y una sensación agridulce.

El recuerdo amargo de una tarde de junio, cubriendo a pie la distancia entre Alonso Martínez y Plaza de España después de renovar nuestros carnets de identidad en Santa Engracia. Bajábamos por Fuencarral callados los tres, (Sara, Carmen y yo), sin atrevernos a pronunciar una palabra que sonara a reproche o a culpabilidad utilizados como armas arrojadizas, intentado encajar de la mejor forma posible la última ocurrencia de la dirección de colegio de la niña. A la altura de la Casa del Libro, en Gran Vía, mientras ellas continuaban su camino, me detuve sorprendido al ver que uno de los escaparates lo ocupaba, creo que en su totalidad, un buen número de ejemplares de una recientísima edición de “La rebelión de Atlas”.

El recuerdo sensual asociado al tacto, al olor, a los colores que siempre acompaña al libro de segunda mano, cuando compré en una librería de viejo “Los que vivimos”, con ese papel tan ácido y precario de los años cuarenta, áspero, demasiado oscuro, como sucio, casi quebradizo; y “El manantial”, este ya era otra cosa, con su cubierta a todo color protegida por una solapa de plástico, en la que Patricia Neal y Gary Cooper, los protagonistas de la película de King Vidor, posaban sonrientes.

-“¿Qué tienes de Ayn Rand?”. Insistió

-¿Por qué? – Respondí con una pregunta retórica, pues ya adivinaba la respuesta, sujetando la puerta del ascensor mientras entraban en la cabina Sara y Alejandro,

- “La rebelión de Atlas”, ¿lo tienes?


Siempre había querido tener una edición en papel que facilitara su lectura lenta, anotada, reposada; que permitiera registrar todos sus detalles, los guiños, los mensajes reiterativos que contiene… Aunque ya han pasado muchos años de mi inmersión apresurada, un tanto agitada y muy superficial, en la obra de A. Rand, (1, 2, 3, 4 y 5),  reconozco ahora que el deslumbramiento que me provocaron sus novelas, como tantas veces me ocurre, se transformó en poco tiempo en una obsesión, y fue uno de los motivos que me empujaron a iniciar la andadura de este proyecto truncado de blog un 27de mayo de 2011

Últimamente recurro a menudo a la idea del retorno a los orígenes, a visitar de nuevo esos lugares del alma en los que uno se reconoce y sosiega; allí encuentro tantas explicaciones como fuerza para afrontar lo venidero. Con ese símil circular, donde ignoramos qué ocurrirá cuando se cierre la figura, me identifico plenamente.

Creo que fue en ese momento, mientras subíamos en el ascensor, cuando resolví volver a escribir. De ahí la sensación agridulce, teñida de ilusión y de temor, que acarrea la intención que hoy asumo de recuperar y reanudar una relación que rompí por pereza y desidia, sin dar ninguna explicación, el 25 de julio de 2017.

Desde el 6 de enero el grueso tomo de “La rebelión de Atlas”, en su edición española revisada de 2019, me vigila desde la mesita del sofá como el testigo de un compromiso que espero no defraudar esta vez.

5 comentarios:

Mercedes dijo...

Enhorabuena hermano por tu decisión. Escribir es sanación, aprovecha el don.

Mercedes dijo...

Enhorabuena hermano por tu decisión. Escribir es sanación, aprovecha el don.

Nacho Díaz-Delgado Peñas dijo...

Geacias, hermana. Algo de sanación tiene, la verdad

Jesus Abadia dijo...

Es una suerte poder volver a disfrutar de tus publicaciones. Felicidades por el regreso

Nacho Díaz-Delgado Peñas dijo...

Gracias, Jesús