lunes, 30 de enero de 2012

El sentido de una fotografía

El pasado 25 de enero, encabezándolo con esta fotografía, Florentino Areneros publicó en su blog Sol y moscas un artículo, interesantísimo como todos los suyos, sobre los viaductos de la Ciudad Universitaria de Madrid. Ya he comentado en alguna ocasión las aportaciones que Florentino, y otros tantos como él, a través de  blogs y asociaciones como GEFREMA, están llevando a cabo en el estudio desapasionado de nuestra Guerra Civil a través de los restos materiales de la misma y de las huellas que fue dejando en el paisaje.

Sin llegar a la obsesión, vicio por el que me dejo llevar no pocas veces, últimamente siento un especial interés por todo lo relativo al final de la guerra, a sus últimas semanas, a los sentimientos por los que se movía la gente. ¿Qué les pasaba por la cabeza? ¿Hartura, esperanza, aburrimiento, agobio? ¿Qué pensaban los soldados, abandonados en sus trincheras y fortines, cuando veían cómo se derrumbaban los frentes como un castillo de naipes...?
Hoy solo quiero hablar de esta fotografía que, al igual que un insistente moscardón, me está rondando la cabeza y se ha grabado en algún rincón de mi memoria reciente del que no quiere salir. Como un run-run que desespera, me acompañó durante todo el fin de semana, distrayendo mi atención de otros asuntos. Cerraba los ojos y estaba allí, en blanco y negro, en color o en sepia; y, con sonido de fondo o en silencio, recreaba la escena que en un momento dado, años después, captara con su cámara el reportero francés Albert-Louis Deschamps.

Florentino añadirá este pie a la instantánea: "Fotografía de Albert Louis Deschamps tomada a las pocas horas de la entrada de las tropas de Franco en Madrid a finales de Marzo de 1939. En la imagen vemos el viaducto de cantarranas o de los Quince Ojos, una de las estructuras que Eduardo Torroja construyó en la Ciudad Universitaria antes de la guerra. En primer plano observamos dos cadáveres que debieron quedar en tierra de nadie durante los combates y que serían recogidos al finalizar la guerra"

Por falta de imaginación o a causa de una escasita sensibilidad, yo no soy muy dado a interpretar las manifestaciones artísticas. Por lo general, los años que estudié, entre otras asignaturas, historia del arte en la Facultad (1985-1990), cubría el expediente con mayor o menor dignidad, pero sin alharacas. Por cierto: atravesábamos todos los días el viaducto, que todavía conservaba los railes del tranvía, atribuido a Eduardo Torroja, y que une Moncloa con la Ciudad Universitaria, hasta llegar al edificio de Filosofía B, la caja de cerillas. A ese tranvía contaba mi padre que se subían los estudiantes de cualquier manera y, en una ocasión, cayó sobre la vaguada que salvaba, muriendo bastantes de ellos. Y pisábamos el mismo suelo convertido en su día en campo de batalla donde unos y otros dieron pruebas de heroicidad y sacrificio.

Pero volvamos a la foto, de la que destacaría la modernidad que representa la obra de Eduardo Torroja, ese enorme y esbelto viaducto de hormigón armado; la imagen cosmopolita de un autobús de dos plantas, que uno imagina circulando por la tan neoyorkina Gran Vía madrileña; el resplandor del sol de una muy luminosa (y seguramente fría) mañana de marzo madrileño, con la primavera en ciernes...;  y, queriendo ocupar algo más que el ángulo inferior derecho del escenario, los dos cuerpos irreconocibles cual amasijo informe, en avanzado estado de descomposición. Nadie sabe quiénes eran, cuánto tiempo permanecieron en esa tierra de nadie, o a qué bando pertenecían. Poco importa. Porque, en contra de lo que pudiera parecer, lo grotesco y macabro no son ellos, si no la extraña mezcla de muerte y modernidad, podredumbre y glamour, con la primavera anunciándose al fondo, como queriendo decir: "Aquí no ha pasado nada. Ya es hora de recoger los escombros y continuar la tarea"

De entre todas las fotografías que se dispararon durante nuestra guerra, y las hay para todos los gustos y colores (la gefremera revista Frente de Madrid, según me comenta Florentino, dedicó un número especial a ese medio durante la GC), me quedo con esta de Deschamps que tan perfectamente ilustra el final de una lucha, de cualquier lucha, cuando llega la hora de remangarse, retirar los escombros y enterrar a nuestros muertos.

Addenda. 21 de junio de 2012. Florentino Areneros, en su artícuno del pasado domingo 17 de junio "Un cadáver en la Universitaria" ha aportado datos e interpretaciones de interés que arrojan luz sobre los hechos que recogen la fotografía de Deschamps.

jueves, 26 de enero de 2012

Política de ayer. A propósito de Niceto Alcalá-Zamora

No sé si será por la estructura mental o lingüística del español, tanto del especímen como del idioma, pero lo cierto es que en esta tierra no florece muy bien la biografía. Y no será por falta de abono, siempre abundante, o por las condiciones climáticas y edafológicas, francamente excepcionales. El caso es que, muy a menudo, resulta decepcionante asomarse al género biográfico en busca de la vida real que se supone debe poner en el tintero quien se embarca en la exhibicionista tarea de abrirse al desconocido lector. Las más de las veces, el tono de las autobiografías oscila entre el lamento autocomplaciente, la vanidad desmedida y la soberbia recalcitrante. Si se trata de trabajos de encargo, es raro toparse con algo distinto de la exaltación ad nauseam  de las supuestas virtudes o defectos del protagonista, de manera que entre la hagiografía y la ejecución al amanecer apenas hay solución de continuidad en el panorama editorial memorialístico hispano
El dietario de Alcalá Zamora, publicado recientemente por La Esfera de los Libros, no se escapa a la tónica general que acabo de exponer. A la espera de concluir su lectura, aunque ya bastante mediada, solo puedo adelantar que la opinión que me inspiran las andanzas del político de Priego es bastante triste. De Niceto Alcalá-Zamora (NA-Z) tenía un conocimiento bastante somero: Presidente de la II República hasta 1936 y defenestrado por disolver las Cortes en dos ocasiones al incumplir lo que dictaba al respecto la Constitución vigente.
Mi escaso interés por la II República y la carga de prejuicios que uno va acumulando a lo largo de los años me impedían escuchar los cantos de sirena que ponían en la persona de Niceto gran parte de la responsabilidad  en las turbulencias que desembocaron en la Guerra Civil. Me sentía cómodo con la  imagen de un presidente moderado, o conservador (de orden), que tenía que bregar con fuerzas políticas muy enfrentadas. Pero con el tiempo uno va perdiendo el lastre de las ideas preconcebidas, y como aquel que piensa que está todo el pescado vendido, comienza a replantearse ciertos dogmas que consideraba hasta entonces inamovibles y, oh sorpresa, las cosas no son como parecían.
Así, ya no considero a NA-Z un tipo bienintencionado, víctima de las circunstancias adversas e inmanejables del momento. Los diarios del Presidente, que abarcan los primeros meses de 1936, nos presentan a un auténtico manipulador que guarda verdadero odio hacia la derecha política y sus dirigentes, a los que descalifica e insulta con encono, mientras que no oculta cierta indiferencia, a menudo comprensión, hacia las izquierdas. Un tipo que, en contra de la opinión mayoritaria expresada en las urnas, se dedica a amañar gobiernos centristas que pueda manejar a su antojo.
El endiosamiento de que hace gala, su posicionamiento por encima del bien y del mal, observando desde el Olimpo al resto de personalidades del momento, es compartido por Manuel Azaña. A diferencia del cordobés, el alcalaíno maneja una prosa impecable, de gran estilo, pero su mendacidad y engreimiento son parejas. Parece que con ellos no va la cosa, que los culpables son siempre los otros, y no dejan de quejarse de su mala fortuna y de la perversidad del adversario político.
¿A qué viene tanta inquina y tanto lamento? Provoca cierto enojo la contemplación de semejante embrollo. Me recuerda bastante a los culebrones, que fundamentan su larguísima vida, los centenares de capítulos en que se extiende cada título, en una traición, mentira o simple ocultamiento. Al no aclararse desde un principio estos extremos, la rama tiene que prolongarse indefinidamente, pues es el espectador, nunca los protagonistas de la misma, el que está en posesión de la verdad, de la clave que aclararía, con su mero enunciado, los motivos causantes de las desavenencias y conflictos en que se ven envueltos sus sufridos personajes.

Este mismo esquema explicativo se podría aplicar al periodo histórico en que se enmarca el dietario de NAZ. Y resulta doblemente triste el espectáculo ya que, por un lado, hablamos de una etapa que tuvieron que vivir y padecer nuestros padres y abuelos, ya fuera directamente o sus efectos colaterales; y en segundo lugar, porque ninguna sociedad debería ser víctima de un destino cruel, sencillamente porque eso no existe. Quiero decir que se conocían los mecanismos adecuados para resolver los problemas que nos acuciaban, pero nadie tuvo la suficiente altura moral para aplicarlos. Siguiendo a JF Revel, es paradójico que una clase dirigente en posesión de un elevado nivel intelectual se viera incapaz de desplegar semejante caudal de conocimiento en fórmulas dirigidas a facilitar el desarrollo personal de los ciudadanos. Pero el conocimiento sin unos principios que lo orienten es algo vano, estéril y absurdo. Es más: como expuso magistralmente Julián Marías en un trabajo donde recorría, a modo de inventario, la historia intelectual española entre 1898 y 1936, se difundió un desánimo general, alimentado por los rectores culturales, que no respondía a un análisis objetivo de la realidad. En su virtud, España era un país atrasado, un auténtico erial, cuando los hechos mostraban más bien una sociedad enmarcada perfectamente en su ámbito cultural y con unas condiciones económicas no muy diferente de las de sus vecinos. Aún así, no dejaba de pintarse, como en un lienzo tremendista, una economía en crisis (cuando todos los paises estaban inmeros en la del 29), una sociedad descoyuntada y un desierto científico y cultural.

Quid prodest? Semejantes polvos solo podían traer los lodos del extremismo. La clase política española con la más alta cualificación intelectual de los últimos cien años nos llevó al matadero en cuestión de poco menos de diez años. ¿Por qué? ¿A quién aprovechaba, quién sacaba beneficio de semejante despropósito?

Fue una sucesión encadenada de claudicaciones y renuncias, de quebrantamientos de la ley, de presentar como legítimo lo que carecía de sentido común lo que provocó las convulsiones de entonces. Desde la promulgación de la República sobre la base de los resultados parciales de unas elecciones municipales (donde los partidos contrarios al sistema político vigente solo obtuvieron mayoría en las grandes ciudades), hasta la destitución de NA-Z en 1936, transcurrieron cinco años calamitosos de un régimen republicano implantado por monárquicos, jacobinos y sectarios en el que nadie creía. En el marco de una Constitución disparatada, con una ley electoral que premiaba la formación de grandes bloques de partidos, el camino hacia la corrupción y el extremismo de uno u otro signo estaba allanado. Los obstáculos puestos por NA-Z para que el partido más votado no estuviera representado en el gobierno, invocando un quimérico centrismo o moderantismo por el que nadie daba un duro, sólo sirvió para que la derecha comenzara a abrigar cierto recelo hacia el régimen, mientras que la izquierda, que siempre había desconfiado de esa república burguesa, recibió la victoria de febrero de 1936 como la oportunidad de acelerar un proceso revolucionario ya en marcha.

Fuera de la literatura, no creo en la historia-ficción, ni en el qué hubiera pasado si..., y comparto absolutamente la práctica de no aplicar al ayer categorías de hoy. Pero el pasado que recoge el dietario de NA-Z no está tan lejos, y ya entonces se conocían otros horizontes, otros objetivos hacia los que orientar la política y sus esfuerzos. Me preguntaba a quién aprovechaba el caos de aquel tiempo, y no dejo de pensar en ese libro de Julián Marías, España ante la historia y ante si misma (1898-1936). Si los intelectuales que vivieron entre 1898 y 1936 tenían la sensación, que se compadecía poco con la realidad, de habitar un mundo en ruina  y descomposición y algunos sectores políticos de hoy se miran en la II República como un sistema digno de ser restaurado, parece lógico que los lamentos de ayer y las añoranzas de hoy solo benefician a quienes tienen muy poca fe en (y bastante desprecio por) el ser humano. Afortunadamente, creo que quedan pocos de los unos y de los otros.

domingo, 22 de enero de 2012

"American Horror Story" o la moral en TV

Parece extraño que la TV se dedique a algo distinto del adoctrinamiento y la propaganda disfrazados  de entretenimiento e información. Miento: tembién suele emplearse en el embrutecimiento del sufrido y pagano telespectador.



Hace unos días anoté aquí mismo la grata sorpresa que me deparó el descubrimiento de alguna serie en la versión española del canal temático norteamericano FOX, donde se estrenan no pocos títulos que a las pocas semanas se podrán ver en nuestros canales de TV.



Concretamente estoy hablando de American Horror Story. Creada por Ryan Murphy y Brad Falchuk, responsables también de Glee y Nip/Tuck, está protagonizada por  Dylan McDermott (Ben Harmon), Conie Britton (Vivien Harmon), Evan Peters (Tate Langdon), Taissa Farmiga (Violet Harmon), Jessica Lange (Constance) y Frances Conroy/Alexandra Breckenridge (anciana y joven Moira O'Hara). Se estrenó en Estados Unidos el 5 de octubre de 2011 y empezó a emitirse en España, con un descanso en navidades, el 7 de noviembre.



Se trata, en apariencia, de un thriller que combina el suspense con el terror en el escenario nada original de una mansión de Los Ángeles poblada de fantasmas. Con guiños descarados a Los otros, El sexto sentido y La semilla del diablo, y con el aditamento de escenas y situaciones francamente tórridas y escabrosas, se lanza de lleno a la explotación de un tema muy querido por la literatura de todos los tiempos: la combinación explosiva del sexo, el pecado y la muerte. Ignorando si el desenlace de la trama traerá consigo algún tipo de "enseñanza moral" explícita, sí es cierto que, hasta el momento, los horrores que entretejen el argumento y desencadenan la tensión, a menudo insufrible, que alientan la serie son la infidelidad, la promiscuidad sexual y el aborto a gran escala. La práctica de estos pecados, que los personajes asumen poco a poco como tales, les lleva inexorablemente a la muerte, que no se concibe como un descanso, ni siquiera como una nada absoluta, si no como una eterna continuidad de los yerros cometidos en vida, más infierno que purgatorio, en constante conflicto con los vivos que tienen la desdicha de compartir su espacio.



Tan permeable resulta la frontera entre vivos y muertos, tan sutil, que estos se permiten el lujo de impartir lecciones a los primeros. En este sentido, hay una escena especialmente llamativa en la que Moira O'Hara, la vieja criada de la casa que practica un extraño feminismo, adoctrina a la dueña, Vivien Harmon, sobre la supuesta inferioridad del sexo masculino respecto al femenino, afirmando que, mientras las mujeres son capaces de ver el interior de los hombres, estos sólo ven lo que quieren ver, de manera que Ben Harmon, el psiquiatra marido de Vivien, muy a menudo no ve en la sirvienta a una mujer mayor, con un ojo de cristal, si no a una joven con un provocativo disfraz de criada más propio, como él dirá, de una "orgía fetichista". En otro capítulo Moira, hablando siempre con Vivien, expondrá una curiosa teoría de la histeria, en virtud de la cual esta patología fue convertida por los hombres en un arma de dominio sobre la mujer, hasta tal punto que los médicos de la antigüedad pretendían sanar a las histéricas provocándoles violentos orgasmos.



Esta vía dolorosa hacia la deshumanización y el sadismo la transitan todos los personajes: los dos hombres que se entregan, o pretenden entregarse, a prácticas masoquistas; los tres jóvenes que quieren reproducir, en las personas de Vivien y su hija Violet, con todo lujo de detalles y exactitud, un horrendo crimen perpetrado en la casa treinta años antes; el joven Tate, acosado por unos irreprimibles deseos de matar... Todos se ven empujados, movidos por un afan destructivo que no cesa con la muerte.

!Qué lejos quedan las historias de terror en las que éste podía ser conjurado con un simple crucifijo, una ristra de ajos o una aspersión de agua bendita¡ De las acechanzas del demonio en El exorcista, y de las tentaciones de cualquier drácula de tres al cuarto se podía uno librar con una profesión de fe o una cruz colgada al cuello. Era un miedo, digamos, razonable, producto de una sociedad estable, segura de si misma y de sus capacidades. Se temía, sobre todo, a la muerte o a dejar de seguir existiendo de una forma convencional.

El terror sofisticado de AHS es muy difícil de abarcar, de reducir o de objetivar, ya que nace del hombre mismo, de sus miserias y debilidades. La muerte no supone el desenlace final del horror, si no la amplificación del mismo, la condena a repetir hasta el infinito los mismos errores. El leit motiv por todos compartido es la insatisfacción y la cobardía. La insatisfacción provocada por los problemas cotidianos que, con enorme cobardía, se afrontan con el escapismo, complicándolo todo hasta el infinito. ¿Terror postmoderno? ¿Horrores solamente americanos? Esperemos el desenlace.

viernes, 13 de enero de 2012

Madrid. Zona Centro. 9.30 a.m. Recuerdos y reflexiones

Cruce de la Cuesta de Santo Domingo con la C/ Arrieta.
Al fondo, el Teatro Real
Por mucho que se empeñen las autoridades municipales, Madrid nunca dejará de ser un pueblo grande, muy grande. Podrán peatonalizar (¡qué palabro!) las vías principales del centro, encargar a Agatha Ruiz de la Prada la decoración navideña, postularse como capital olímpica para las juegos que se celebren allá por el titantosmil, freir a impuestos y multas (¿no son una y la misma cosa?) a sus sufridos habitantes para financiar sus faraónicas fantasías… pero no hay caso: Madrid es lo que es y ha sido siempre: un pueblo grande, muy grande, con un rascacielos pequeño, muy pequeño (ahora, dos o tres más).

Calle del Espejo. A ambos lados, tiendas de instrumentos
musicales. En el último bloque vivió Francisco de Goya
en 1777
Esta condición añeja, como de postal, la delatan el olor a puchero, a guisote que impregna las calles del centro al mediodía, el lento despertar de los pocos comercios que sobreviven a primera hora de la mañana, el tañido de las campanas de iglesias y conventos marcando los cuartos y las horas. Como ya nos hemos subido al carro del ecologismo y del consumo energético responsable, echo en falta otro olor: el de las calderas de carbón cuyas emanaciones desplegaban una boina gris sobre nuestras cabezas durante las largas visitas invernales del anticiclón de las Azores.

C/ Arrieta desde la Real Academia Nacional de Medicina.

Desde la salida del Metro de Ópera poco antes de las ocho
de la mañana. Las calles vacías no me obligan a esperar
para lanzar la foto.
La ciudad tarda en desperezarse. Como un gigante dormido, muy seguro de cada uno de sus movimientos, siente cómo late la vida bajo su suelo herido por infinidad de túneles por los que discurren, como si se tratara de arterias esclerotizadas a punto de reventar, centenares de kilómetros de carreteras y vías de tren que lentamente derraman su contenido en forma de rostros cansados, cuerpos que aún no se han desprendido del cálido recuerdo de las sábanas. Todavía no ha amanecido.


Las calles del centro son frías como el fondo de un saco donde se acumula, sin posiblidad de escape, el aliento helado de la sierra. Y allí permanece durante horas, en las fachadas que por su orientación guardan fidelidad a la umbría, en las aceras que alguien se empeña en regar convirtiéndolas en improvisadas pistas de patinaje hasta que una mano benéfica se apiada de los magullados peatones y esparce unos kilos de sal gorda. Pasadas las nueve de la mañana de un día cualquiera de enero, y no de los más fríos (según los bienpensantes, los efectos del cambio del clima climático ya se están dejando notar), los termómetros no saben qué camino elegir, y se quedan clavados en un largo doble cero.
La C/  Independencia es muy corta, una veintena de metros apenas.
A la altura de esta tienda de guitarras cambia su nombre
por el de C/ del Espejo
Qué diferencia con la imagen que conservo de aquel otro Madrid, el de mi infancia, ese paisaje un tanto lejano y misterioso al que me asomaba desde la terraza de la casa de mis padres, observatorio privilegiado que me mostraba, en amplia panorámica, la fachada oestesuroeste de la ciudad, con las elegantes torres de Rosales, la Torre de Madrid y el glamouroso edificio España, Palacio Real, Viaducto, San Francisco y Seminario. A ese centro al que me refiero subíamos andando por la Cuesta de la Vega los sábados por la mañana a las reuniones del grupo scout Virgen del Puerto que se celebraban en unos locales cedidos por el Convento que tienen las Hermanas Reparadoras en la C/ Torija, frente al Café de Chinitas. Y jugábamos en los Jardines de Sabatini o, más cerca de casa, en el Parque de Atenas
Suelo mojado (y helado) de la Plaza de Santiago
Era un Madrid mágico el que construía en mi imaginación, poblado por gentes modernas, muy distintas de aquellas con las que trataba a diario. Vivían en pisos grandes (!en el centro!) y les suponía una vida trepidante, agitada. Representaban un mundo contrapuesto al mío, abigarrado, abierto. Aunque esa magia y fantasía pronto sería sustituída por todo lo contrario: la de un lugar inseguro, donde te podían atracar a la primera de cambio. Era la edad de oro del macarra y navajero que, amparados por el anonimato que facilitaba la multitud, hacían (o al menos así lo creíamos) auténticos desmanes. Esas distintas sugerencias de Madrid se superponían unas a otras hasta construir un Madrid ideal, cosmopolita, con aire de gran urbe con la Gran Vía y sus alturas como emblema.

Con el tiempo cambió mi concepto del centro. Paulatinamente se fue modificando, con las miras puestas más en el turista que en sus habitantes: aumenta el número de calles peatonales y las que siguen abiertas al tráfico tienen el aparcamiento restringido, floreciendo bolardos, pivotes y bolas que convierten en una odisea detener el coche sin encajar una multa; apenas quedan comercios de toda la vida (ultramarinos), teniendo que llenar la cesta de la compra en los pocos mercados tradicionales (Mostenses) que no han sucumbido (Cebada) a la supermodernidad, o en Hipercor. Sin ambiene de barrio, aunque con olor a puchero, ha sido elegido como lugar de residencia por artistas y famosos con los que uno se suele tropezar a menudo. Si bien es cierto que se ha invertido mucho en su conservación y embellecimiento, ese esfuerzo ha tenido como contrapartida hacer del centro de Madrid un lugar que atrae al turista, pero que resulta incómodo a todo aquel que no tenga un alto poder adquisitivo.

Y además hace frío. Mucho frío.

 

lunes, 9 de enero de 2012

Resumen de diciembre y Navidad 2011



Empieza un nuevo año, de la misma forma en que mueren y nacen todos los demás: envueltos en la vorágine de las prisas, la resaca de los preparativos y la fe en el casi imposible cumplimiento de unos propósitos siempre diferidos. Pero la vida es así y de nada valen enmiendas y lamentos.


Personalmente, estas navidades se inauguraron y clausuraron con dos reuniones familiares. El 6 de diciembre acompañamos a las "Pilares" a una visita el Cerro de los Ángeles. Fue una jornada cargada de emoción y de recuerdos, ya que el 12 de octubre de 1939 mi abuela decidió acercarse con sus hijos al santuario en modo peregrinación o romería. Desde entonces, creo que mi tía no había vuelto por allí y la superposición de las imágenes de un cerro destruído, escenario de unos combates muy sonados, y lo que es ahora, debió impresionarle. Y el domingo, 8 de enero, nos juntamos todos los hermanos (y casi todos los sobrinos), para celebrar el cumpleaños de mi hermana Guada en un restaurante de la Casa de Campo.

En lo tocante a la política, solo quiero dejar constancia de la victoria pírrica del PP, con la confirmación de las sospechas que muchos albergábamos al respecto; la votación en el colegio de Alejandro para imponer la jornada escolar contínua durante todo el curso; y la pequeña victoria que supuso, para la sociedad civil, la organización de la cabalgata de reyes por los vecinos del barrio. Se me puede tachar de exagerado, pero el hecho de que un Ayuntamiento tan despilfarrador como el nuestro se negara a gastarse un duro en las cabalgatas de los distritos (no así en la del centro) y que en uno o dos días se movilizara la gente y pusiera en la calle un desfile modesto pero lucido, hace que recupere la confianza en la sociedad civil, en la capacidad de la gente a la hora de organizarse para alcanzar unos objetivos al margen (o al lado) de los poderes públicos...

Para el común de los mortales, las fiestas navideñas, en el mejor de los casos, se limitan a eso: al 25 de diciembre, 1 y 6 de enero. Los más afortunados, entre los que me incluyo, (¡ojala por mucho tiempo!) logramos arrimar a cada festivo, uno o dos días, de manera que conseguimos reunir tres o cuatro jornadas, con lo que, sumado al puente de la Constitución y la Inmaculada, el mes que cierra el año queda bastante mermado y se desliza, como a trompicones, hacia la pendiente de algo más o menos parecido a unas vacaciones que, en realidad, no son tales, si no una mera alteración de los biorritmos, ya que no es posible verificar una completa desconexión con la rutina diaria.
Este 2011, tan presentes las ausencias familiares, decidimos alterar las costumbres de los últimos años y, como dice Carmen, incomunicarnos en el Pantano, tan lejos del bullicio como de una limpia cobertura telefónica, al menos los dos días fuertes (sobre todo, el más sensible para ella: Nochevieja) y algunos adyacentes. Así que, preparamos el hatillo y nos apretamos unos dos mil kilómetros.
Cumplimos nuestros ritos básicos (todas las familias los tienen, digo yo) que son: la Misa del Gallo a las seis o siete de la tarde del día 24, la posterior visita de Papá Noel en carne mortal y una gira por Elvas, que siempre provoca el asombro de nuestros amigos de Badajoz. Este año, mi obsesión (Carmen dixit) por los restos de la Guerra Civil ha reivindicado su espacio, centrando dos o tres excursiones.
Uno de tantos oratorios de Elvas. Este, muy
cerca del restaurante Lagar
La Misa, impartida desde siempre por Fermín en la ermita que corona una colina sobre el embalse, y a la que asistió una treintena de personas, concluyó con los versos alusivos a la Navidad de algún poeta local que, como todos los años, interpretó el hoy alcalde de Castuera, Paolo Atalaya. Poco después, ante la estupefacción y asombro mal contenidos de los niños, hizo acto de presencia el mismísimo Papá Noel en persona, entregándoles algún regalo.

Mi gente frente a la antigua Se de Elvas, bajo el árbol de Natal

Más azulejos...
El 25 volvimos a Madrid y, tras un interruptus de cuatro días, regresamos al Zújar con la intención de pasar el fin de año. El 30 fuimos a comer Elvas y a dar un paseo por sus calles, con sus templetes y oratorios barrocos, cargados de angelotes y azulejos blanquiazules, su arquitectura ilustrada, racional, de fachadas encaladas que guardan una perfecta simetría y ventanas doblemente acristaladas, como de zona costera, tan distinta y alejada de la española. Ciudad fortificada, siempre temiendo una agresión militar por nuestra parte, de donde nunca podía venir ni bom vento ni bom casamento, posee un encanto especial y ese aire moderno, cosmopolita, de ciudad comercial, abierta a todos, con sus calles engalanadas y los villancicos de música de fondo por las vías que ascienden a la plaza principal, presidida por la antigua Sé, en cuya escalinata ponen un Nacimiento de tamaño natural. Solo he visto algo parecido a ese esplendoroso siglo XVIII, tan pombalino y espectacular, además, claro está, del Algarve, Lisboa y alrededores, en Gibraltar. A menudo comentamos, con cierta sorna, que un criterio que distingue a las personas en nuestra escala de valores es su opinión sobre Portugal, en general, y Lisboa, en particular: están aquellos a los que les parece desconchado y sucio, y aquellos otros que no se cansan de visitarlo. Indudablemente, nos alineamos en el segundo grupo, (lamentando que unas políticas erradas hayan llevado al abismo a unas gentes tan industriosas y exquisitamente educadas), y desconfiamos de las apreciaciones de los primeros..
El búnker del Zújar, en una imagen tomada en octubre



El mismo búnker, hace unos días, visto desde el puente
republicano. Realmente, debía imponer lo suyo
Por la tarde, siguiendo la raya de Portugal, entramos en España por Olivenza, con la idea de acercarnos a Alqueva, el mayor embalse de Europa, a caballo entre los dos países. Pero desistimos, pues íbamos a llegar de noche. ¡Otra vez será!


Los días siguientes (31, 1 y 2), aprovechando las escasas horas de luz, pudimos visitar algunos restos frente de la GC en La Serena que nuestros amigos Antonio y Rosa no conocían, nos perdimos buscando los del río Guadalefra y Juan Antonio nos enseñó, el día 2, poco antes de volver a Madrid, una línea de trincheras que dominaban el río, muy cerca de casa.
El río Guadalefra, cerca de la ermita de Piedra Escrita.
Los restos que no conseguimos localizar se encuentran
siguiendo su curso, a un par de kilómetros

Aguijoneado por la arqueología, Juan Antonio (más interesado en los vestigios antiguos que en los modernos) me comentaba en el coche la cantidad de restos prerromanos, romanos, visigodos e hispanoárabes que salpican el Zújar, señalándome un castillete romano que prospectaba Pelegrí y una necrópolis al otro lado del río.

Puente republicano sobre el Zújar, a pocos metros del búnker nacional

Empezamos así el 2012 con el fin del mundo como telón de fondo y la intención (otra más) de no abandonar este blog.