Un rincón del Palacio de Pombal (Oeiras) |
Itziar (Oeiras) |
El
sol, derramándose en la mullida alfombra del salón, inundaba con su luz bañada
en un azul brillante nuestras mañanas. A través de la ventana, veíamos algún
que otro autobús descendiendo silencioso la pronunciada pendiente de Alfonso III
que desemboca en la breve Rua Nelson de Barros que, al bordear en su flanco
norte el convento da Madre de Deus, recibe su nombre para adentrarse en
Xábregas, acariciado por el Tajo pocos kilómetros antes de morir en el mar.
Esas mañanas cristalinas y azules de Lisboa, mientras apañábamos el piso de
Marisa antes de echarnos a la calle, la televisión local emitía un programa de
música en el que una pieza fundamental y repetida hasta la saciedad era Chandelier, de la australiana Sia, que empezó a arrasar en España ya
terminadas las vacaciones de verano. Los pequeños se alborotaban con el clip de
la niña, (“!!Mamá, papá, el video de la niña que baila¡¡”) e intentaban imitar,
con mayor voluntad que éxito, sus contorsiones y piruetas, o esa voz que
cambiaba de registro pasando de la borrachera al lamento y al grito desgarrado.
Cacilhas |
No
sé por qué, pero la imagen de esa niña tocada con una peluca platino y
embutidas sus escurridas carnes infantiles en unas mallas de bailarina,
ejecutando una serie de movimientos y poses muy lejos de los propios de la
niñez, me ha acompañado durante estos últimos once meses. Esos giros
dislocados, así como la voz de Sia a
ratos distorsionada y forzada por exigencias del guión, han ocupado un lugar
desproporcionado, han adquirido un peso y una dimensión que no les pertenece
por derecho a la hora de hacer recuento y pescar en el río de los recuerdos a recuperar
del pasado mes de agosto.
La mítica Livraria Bertrand (Lisboa) |
En memoria a los portugueses caídos durante la Grande Guerra. |
Casi
un año después de todo aquello, con este calor espeso que se ha apoderado de
Madrid, más enrarecido aún con los rabiosos cantos de las cigarras de todo tipo,
pelaje y condición que atronan día y noche sin cuartel, se echa de menos el
silencio de Lisboa y a uno le gustaría descender de nuevo por la Avenida de
Alfonso III, dejar a la derecha el desmonte que linda con los restos del fuerte
de Santa Apolonia, donde pastan entre las basuras decenas de palomas
alborotadas, enfilar la Calçada da Cruz da Pedra, que enseguida cambia su
nombre por los de Rua de Santa Apolónia, Bica do Sapato y Caminhos de Ferro
hasta desembocar en la plaza donde se enfrentan las impresionantes fachadas de
la estación de ferrocarril bautizada con el nombre de la santa y la del Museo
del Ejército, coronado con un gigantesco grupo escultórico. A estas alturas el
paseante podría continuar por la Avenida del Infante Don Henrique, con su
incesante tráfico rodado y sus interminables obras, u optar por Jardim do
Tabaco. Lo mismo da. Con el Tajo casi convertido en mar a nuestra izquierda, y
las mareas de turistas que todo lo invaden, el caminante menos avisado ya
percibe la proximidad del centro de la ciudad. Jardim do Tabaco enlaza con la
Rúa do Terreiro do Trigo, donde los monarcas ilustrados acumulaban el grano
para distribuirlo entre los lisboetas en momentos de escasez, que no debían de
ser pocos a tenor del señorío y majestad del edificio levantado al efecto. Sin
abandonar el camino, ahora Cais de Santarem, poco después Alfandega, llegamos,
a los veinte minutos de salir del piso, a la Praça do Comércio, que atravesamos
para disfrutar de ese paseo marítimo sobre la Ribera das Naus salpicado de
terrazas que compiten en chilloutismo.
Playa de Comporta |
Sara (Oeiras) |
Este
trayecto, una y mil veces repetido durante los últimos años, es el único que
los pequeños son capaces de afrontar sin manifestar la más mínima protesta. Ahí
empiezan las negociaciones. La perspectiva de un día de caminata subiendo y
bajando sin orden ni concierto por las empinadas calles de la ciudad, no les
seduce ni poco ni mucho, por lo que solo nos queda el recurso de la playa. Fue
posible visitar la Librería Bertrand, el Museo del Ejército, el de la Moneda o
el ascenso inexcusable (¡ya nos vale!) al Cristo de Almada, intercalando entre
unos y otros unas horitas en la Praia de Santo Amaro (Oeiras) o en la de
Comporta (Setúbal). Esas horitas,
convertidas en jornadas completas desde el momento en que tienes que echar mano
del coche, nos depararon, no obstante, varias sorpresas.
La
playa de Santo Amaro, en Oeiras, de aguas esmeralda, es relativamente pequeña,
y uno se siente trasladado, sin pensarlo, a algún lugar del Caribe, como Cuba o
Santo Domingo, al estar ocupada en su mayoría por familias angoleñas,
mozambiqueñas o guineanas. En este pueblecito cercano a Lisboa, se encuentra el
Palacio del Marqués de Pombal con sus jardines neoclásicos, verdadero remanso
de paz...
Por
su parte, la playa de Comporta, muy conocida por los extremeños por ser de las
más próximas a Badajoz, es otra cosa. Su difícil acceso, o el hecho de encontrarse rodeada
por un paraje natural protegido, hace que sea frecuentada por el famoseo
televisivo portugués. Más grande y abierta que la de Santo Amaro, comparten las
dos una tonalidad en la coloración de sus aguas realmente de impresión.
Alejandro |
Vivir
otra vida… Así como la niña interpretaba un papel que no le correspondía al
traducir a movimientos extravagantes la canción de Sia, yo al menos me sentía obligado,
por un lado, a sumergirme en la vida de Nicolás Monardes para cumplir con
el compromiso firmado con la Fundación Ignacio Larramendi para redactar la
biografía del médico sevillano. Todo en Lisboa te traslada a otra época y el
autor de la Historia medicinal se
refería en muchas ocasiones a aquellos productos que, procedentes de Brasil, de
la India o de China, arribaban al puerto lisboeta del Terreiro do Paço. Por otra parte, disfrutaba imaginando la vida en
aquellos edificios levantados después del terremoto de 1755. Meses después,
durante nuestra habitual visita navideña a Elvas, tuvimos la ocasión de conocer
el interior de una vivienda dieciochesca, típica propiedad de un comerciante,
con sus techos pintados, así como los zócalos y una pequeña capilla comunicada
con el dormitorio de la dueña.
Baena |
Vivir
otra vida… A los pocos días de abandonar Lisboa, y con una interesante bajada
de la temperatura, aterrizamos en Baena, donde pudimos saludar personalmente a
los primos Pepe Cortés y Luis Salas,
que ejercieron a la perfección su papel de cicerone,
además de recibirnos y agasajarnos como si nos conocieran de toda la vida.
Alojados en la céntrica Casa Grande (una
vez más, gracias a Marisa), y de la mano de Pepe y de Luis, Carmen les puso
cara a todas las historias, anécdotas, escenarios y dramas que había escuchado
desde niña de labios de su madre, pisando los lugares donde se desarrollaron,
entre otros, los sangrientos episodios
del verano de 1936: la Plaza y el Convento de San Francisco. Esas imágenes
familiares, tan a menudo desdibujadas, de perfiles difuminados por lo inconexo
de los datos con los que estaban formadas, iban adquiriendo cuerpo y sentido a
medida que se contrastaba la dispersa información con que contaban unos y
otros. Pero también planteaba nuevas interrogantes, lo que obligaba a
adentrarse más y más en las interioridades de sus protagonistas: los abuelos y
sus hermanos y primos, para recrear con la mayor fidelidad posible sus vidas. A
finales de mes, regresando al Zújar desde Matalascañas, hicimos un alto en Umbrete
(Sevilla), en casa de Lina Trujillo. La lectura de su novela “Los latidos del tambor”, un feliz descubrimiento, nos había acompañado durante todo el mes,
excitando aún más la curiosidad de Carmen al ver en ella confirmadas muchas
historias de familia. La conversación con Lina y con Juan se alargó durante
horas gracias al frescor de la noche en su jardín hasta que, ya avanzada la
madrugada, enfilamos al Pantano afrontando el final de nuestras vacaciones.
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