El martes pasado no pudo disimular su enojo. Mientras le exponíamos Araceli y yo el proyecto que poco después iba a ser presentado a la Junta Directiva de la Academia, aumentaba su inquietud, su disgusto al sospechar que el trabajo de descripción archivística se vería interrumpido indefinidamente. De poco sirvieron nuestras protestas y explicaciones. A pocos meses de dejar su cargo de Académico Bibliotecario, confirmaba uno de sus grandes temores: el catálogo del Archivo no vería la luz antes de 2012.
La elaboración de la Historia de la Real Academia Nacional de Medicina (2006) le puso en contacto con la documentación recogida en su archivo, así como con la casi total ausencia de instrumentos de descripción capaces de recuperar de forma satisfactoria la información contenida en el mismo. Este hombre metódico, con una enorme capacidad de trabajo, que siente como una obligación moral inherente al cargo que desempeña dejar un testimonio fehaciente de su paso por el mismo, apoyó sin reservas mi propuesta de encargarme de la catalogación, bajo su directa supervisión, de los más de dos centenares de legajos y otros materiales que daban fe de la andadura de la Real Academia Nacional de Medicina desde su fundación allá por 1733.
La confianza que Luis S. Granjel depositó en mí, traducida en el reconocimiento remunerado de un trabajo intelectual justo en el momento en el que esperábamos la llegada de nuestro segundo hijo, justifica estas líneas de homenaje y sincero agradecimiento.
Tomo V y último de su Historia general de la medicina española (1985), que cubre desde principios del s. XIX hasta 1936 |
Lo repito. Me arrepiento enormemente de no haber anotado, a modo de periodista, el resumen de todas las charlas mantenidas con Granjel, que recordaba la figura de Unamuno paseando por las calles de Salamanca, o la amistad entablada años después con Pío Baroja, del cual siempre llevaba consigo una novela para leer en el tren, o del comentario que corría por las tertulias que regentaba Antonio Tovar acerca de Carmen Martín Gaite y las "cosas raras" que escribía a raíz del tifus que padeció... Entre ambos momentos, la guerra civil que se llevó por delante a un hermano suyo, y a él mismo a las proximidades del frente de Madrid, en Pozuelo; y a punto estuvo de participar en la última gran batalla de la contienda que se desarrolló al sur de la provincia de Badajoz a principios de 1939, de no ser por una enfermedad que le devolvió a Salamanca...
Publicada en 2008, dedicada por el autor a la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, donde ingresó en 1982 |
Historiador de vocación, su carrera médica, orientada hacia la psiquiatría, se vería afortunadamente truncada durante los cursos de doctorado a principios de los cuarenta, tras un encontronazo con Vallejo Nájera, factótum por aquel entonces de la disciplina en España. Una de las asignaturas la impartía Marañón, que acudía a la Facultad en un coche de la embajada británica, ya que su situación, nada más regresar del exilio, no debía estar muy clara. De Marañón escribiría la primera y una de las mejores biografías en 1960, que publicaría Gredos, la prestigiosa editorial donde conoció a Torrente Ballester, que también tramitaba la edición de su famoso manual de literatura...
El camino hacia la simbiosis entre la medicina y la historia se lo abrió Laín Entralgo cuando, al ver cerradas las puertas de la psiquiatría, le aconsejó, casi le hizo el encargo de dedicarse al estudio de la historia de la medicina española, campo que desde que fuera trillado, a principios del siglo XIX, por Villalba, Chinchilla y Hernández Morejón, había permanecido inculto e intransitado. Y se puso a la tarea con el mismo ahínco que aún hoy, a sus 92 años y con las limitaciones que la edad impone a la vida, imprime a los trabajos que emprende, e impresiona a propios y extraños.
Es la laborterapia de que habla mi amigo Juan Casco Solís, único salvavidas al que aferrarse si las desgracias familiares o la enfermedad hacen estragos en uno. Del marasmo que le produjo la muerte de su mujer y de un hijo muy joven, consiquió salir redoblando los esfuerzos invertidos en el trabajo cuando, una vez jubilado o próximo a retirarse, alejado de las aulas, se podía permitir el lujo de practicar el ocio.
Trabajo y rutina. El 12 de marzo de 2003, hace ahora nueve años, ingresa en la Academia de Medicina. Tiene 83 años, lo que no le impide viajar todos los martes a Madrid. Obligado a participar en la vida de la Academia, presenta comunicaciones, interviene activamente en las conferencias de su especialidad. Pasa la noche en un hotel de la Cuesta de Santo Domingo y los miércoles por la mañana trabaja en la Biblioteca, para regresar a Salamanca, en tren, al mediodía. Aunque, en su opinión, el café que sirven en Madrid es muy malo y los colchones de los hoteles habría que tirarlos a la basura, persiste en sus viajes semanales, hasta que un par de caídas, y el lógico temor de sus hijos a que sufra un accidente más grave, le sugieren espaciar sus venidas a Madrid. Algún que otro achaque le mantuvo en la inactividad durante cierto tiempo. Por teléfono me transmitía su contrariedad, y se podía adivinar un conato de depresión. Las molestias en la espalda y en las piernas le dieron como compañero un bastón del que ya no se desprende.
No hace mucho, me transmitió un plan de trabajo personal que abarcaba la friolera de tres años, en los que tenía que ventilar todo el material acumulado en cajas y carpetas, entre el cual se encontraba el relativo a una inconclusa historia de la vejez. Pero no debe extrañarnos. Con un tesón a prueba de bombas, levantó ex nihilo todo un centro de investigación de historia de la medicina, el Seminario de Historia de la Medicina Española, vinculado a la Universidad, en el palacio salmantino de Fonseca, reuniendo un gran número de ejemplares microfilmados de los títulos más significativos de la medicina clásica hispana, sobre los que puso a trabajar a un nutrido grupo de investigadores, a partir de una guía, una especie de catecismo que publicó en 1961: Estudio histórico de la medicina. Lecciones de metodología aplicadas a la historia de la medicina española. Allí debió concebir el ambicioso plan editorial que dio a luz múltiples publicaciones monográficas, tanto propias como de sus alumnos, y una de las revistas más interesantes de su campo: Cuadernos de Historia de la medicina española (1962-1975), donde se podía leer a todos los que tenían que decir algo en la materia: Diego Gracia Guillén, Agustín Albarracín Teulón, Antonio Carreras Panchón, Juan Riera, José Danon, Linage Conde, José María López Piñero, Rafael Sancho de San Román, José R. García-Talavera, Juan Luis Carrillo, Luis García Ballester..., unos, tristemente desaparecidos, otros, aun en activo, todos ellos creadores de escuela en los departamentos de historia de la ciencia de las diferentes universidades o en el Instituto de Hstoria del CSIC.
Luis S. Granjel siempre ha supervisado muy de cerca la edición de sus trabajos, sobre todo los aspectos tipográficos |
Resulta asombroso (y envidiable) su afán de independencia, de "no molestar a nadie", como él dice. Pasea todas las mañanas antes de que las calles de su ciudad se llenen de turistas y de universitarios. Lee y trabaja hasta que se le cansa la vista. Y protesta. Protesta porque ya no tiene la misma energía que años atrás. Puede parecer huraño, un tanto misántropo al expresar su indiferencia hacia todo lo que no le interesa personalmente. Pero casi un siglo de vida te da derecho a eso y mucho más.
Su penúltimo proyecto de recuperación de los clásicos españoles. La modesta pero elegante edición facsímil de la obra del médico español Martín Martínez (1684-1734) |
Últimamente bromea con los cambios que aprecia a su alrededor. Injustamente amortizado, no se recata a la hora de ironizar sobre el rumbo que adoptan aquellas instituciones por las que tanto ha luchado durante años. Asomado a la atalaya levantada por la edad, la experiencia y el aval de un trabajo concienzudo, puede discernir lo permanente de lo efímero, lo consistente de lo frágil y endeble, virtud esta que no le es dada a todo el mundo.
1 comentario:
Completamente admirable, todo un ejemplo de dedicación y trabajo. Leyendo su "retrato" no he podido evitar acordarme del Profesor Albarracín al que tuve la suerte de conocer en el mejor trabajo de mi vida y al que nunca estaré suficientemente agradecida.
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