miércoles, 21 de junio de 2017

La resaca de un sueño



Julián Marías

Anoche soñé con Julián Marías.
Estábamos en el Pantano Lolita Franco, él y yo, sentados alrededor de una mesa alargada junto a la ventana, a los pies de la escalera que sube a la terraza. El espacio era extraño, oscuro, a medio hacer, con los perfiles y la fisonomía de un mero proyecto de cuya conclusión siempre se duda por los cambios introducidos en el accidentado desarrollo de su concepción. Digo estábamos por decir algo; yo me sabía ahí, sin embargo,  no me veía; me sentía como algo irritado pero triste, sin peso y sin sombra, pura angustia e interrogación.
A través de los visillos se filtraba una luz crepuscular que amenazaba con dejar la escena a oscuras en cualquier momento sumiéndonos en tinieblas.
Marías, con la espalda apoyada en la pared, a la derecha del vano, se movía inquieto, confundido; parecía que le molestara que le hubieran arrebatado del descanso eterno para someterle a una impertinente inquisición (la mía) sin orden ni concierto, atropellada, arrolladora, agobiante. Se presentaba en la figura de un joven de una veintena de años, los que tenía cuando le tomaron la fotografía uniformado de soldado republicano en los primeros meses de nuestra Guerra Civil.
A su izquierda, casi en el arranque de la escalera, Lolita proyectaba tranquilidad, sosiego, una curiosa sensación de dominio absoluto de la situación y de los personajes que la protagonizaban. Vestía a la moda de los años cuarenta, elegante y pulcra, tocada con el sombrerito que le regalara Julián el mismo día que se le cerraron definitivamente las puertas de la Universidad española. Descansaba en su regazo una labor de ganchillo, no sé si unos patucos o un jersey, que alternaba con la lectura de un libro, su libro. Tareas en principio incompatibles pero que abordaba a un tiempo con absoluta soltura, mientras fulminaba a su marido con unas muecas discretas pero expresivas, casi imperceptibles, intentando disolver su desasosiego.
“No te pongas así, Julián- le decía sin palabras, como solo se habla en los sueños- Si tú nunca te has cerrado al conocimiento de cosas y gentes nuevas, no sé a qué santo viene esa actitud, esa desazón.”
 El bálsamo de su mirada, que además del gesto encerraba esas palabras que no llegaban al oído, inundó nuestros corazones y logró en un momento que Marías dejara de revolverse en su vasta y demasiado holgada guerrera.

Dolores Franco



Por mi parte, la ansiedad inicial fue dando paso a una creciente e insoportable conciencia de vacío. A través de sus libros, había invocado tantas y tantas veces su presencia que, una vez conseguido mi propósito, no sabía cómo comportarme y lo hacía como un patán, al igual que el niño que, temeroso de hacer el ridículo en un acontecimiento social, perpetra cualquier gansada en el momento menos oportuno, provocando la vergüenza de los padres y la burla silenciosa de la concurrencia.
“Como en tantas otras ocasiones, he llegado tarde –pensaba en voz alta-; tan tarde como con 20 años de retraso… O más”
Y desperté con esa triste certidumbre.
La resaca del sueño, aquellos momentos en que pugnamos por reconstruir lo así vivido, rescatar sus más mínimos detalles como si de un naufragio se tratara, se prolongó durante varias horas. Pero todo intento fue vano. Podía haber recreado un diálogo ideal entre autor y lector trufado de citas y de elocuencia que nunca se produjo, ¡ya me habría gustado a mí!; o haber dejado a Julián Marías perorar sobre cualquier cosa; o permitir que Lolita reivindicara con derecho su condición de escritora, de gran escritora, eclipsada por la figura del marido y las atenciones a la familia. La realidad del sueño se limitó a la presencia de la pareja en nuestra casa irradiando una luz clara y serena, únicamente alterada por mi insistente torpeza.

Yo creo que lo que se ocultaba detrás de mi angustia y ansiedad, de mi patológica timidez, era la intención de agradecerle la naturalidad y fluidez de su estilo. La genial asunción, incorporación y máximo desarrollo de los conceptos orteguianos de razón histórica y vital, transformando, a través de un lenguaje claro y rico en matices, una teoría en algo que va más allá: una filosofía práctica o aplicada a la vida real de cada uno, a disposición de quien se muestre abierto a recibirla. La facilidad a la hora de transmitir los conceptos más enrevesados de manera que el lector tome posesión de ellos sin apenas darse cuenta. El proporcionar las herramientas para abordar de una forma veraz la interpretación de la historia y de la sociedad con la vida humana como fondo, iluminando esos rincones que nos empeñamos en oscurecer. La transmisión de una serie de valores como la tolerancia, la ausencia de malicia o doblez, una firme convicción cristiana, no guardar rencor hacia quienes crees que te han hecho mal, la integridad como norma, el trabajo como guía, la valentía y naturalidad en la defensa de lo que realmente importa, la persecución de la verdad y el respeto como horizonte intelectual. Si a todo esto le sumamos la recuperación, actualización y vigorización de los clásicos (Cervantes, Valera, Galdós...) y de los contemporáneos suyos (Unamuno, Azorín, Ortega, Menéndez Pidal, Marañón, Laín… y tantos otros), el cultivo de la amistad y de la fidelidad a prueba de bombas, la ilusión como fuente creadora o la importancia del mundo personal, confieso que la impresión que en mí sigue produciendo su obra va más allá de la comprensible admiración y roza lo personal.

Todas estas virtudes y características que acabo de relacionar, ¿acaso no nos fueron inculcadas, en mayor o menor medida, en nuestra infancia a modo de catecismo? ¿Qué hay de nuevo en todo eso? Aun a riesgo de repetirme, cuando abro un libro de Julián Marías, me viene a la memoria la imagen de mi padre con algún “australito” de Ortega asomando por el bolsillo de la gabardina; y los consejos que, naturalmente, por “imperativo generacional”, me empeñaba en desechar; y esas previsiones suyas que hoy veo cómo se van cumpliendo con puntualidad casi maníaca. Asociaciones de la memoria que se multiplican con los años haciéndose cada vez más presentes. Azorín diría que “vivir es ver volver”. Y tanto.

De iluminadora y salvadora podría definir la influencia que ha ejercido y sigue ejerciendo en mí la obra del Julián Marías; esclarecedora del pasado y del presente, con el objeto de defender un siempre incierto futuro. Y ahora, sin que hayan decantado suficientemente mis lecturas, no pretendo más que poner en orden aquello que considero valioso y fundamental.
 
Ver
"Por mí, que no quede" (Julián Marías. 2) 27 de junio de 2017
Encuentro (Julián Marías. 3) 4 de julio de 2017
Reencuentro (Julián Marías. 4) 11 de julio de 2017
El límite de la ausencia. Continuidad y despedida. 1 (Julián Marías. 5) 25 de julio de 2017

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