Julián Marías |
Anoche
soñé con Julián Marías.
Estábamos
en el Pantano Lolita Franco, él y yo, sentados alrededor de una mesa alargada junto
a la ventana, a los pies de la escalera que sube a la terraza. El espacio era
extraño, oscuro, a medio hacer, con los perfiles y la fisonomía de un mero
proyecto de cuya conclusión siempre se duda por los cambios introducidos en el accidentado
desarrollo de su concepción. Digo estábamos por decir algo; yo me sabía ahí, sin embargo, no me veía; me sentía como algo irritado pero triste, sin
peso y sin sombra, pura angustia e interrogación.
A través de los visillos se
filtraba una luz crepuscular que amenazaba con dejar la escena a oscuras en
cualquier momento sumiéndonos en tinieblas.
Marías, con la espalda apoyada en
la pared, a la derecha del vano, se movía inquieto, confundido; parecía que le
molestara que le hubieran arrebatado del descanso eterno para someterle a una
impertinente inquisición (la mía) sin orden ni concierto, atropellada, arrolladora,
agobiante. Se presentaba en la figura de un joven de una veintena de años, los
que tenía cuando le tomaron la fotografía uniformado de soldado republicano en
los primeros meses de nuestra Guerra Civil.
A su izquierda, casi en el arranque
de la escalera, Lolita proyectaba tranquilidad, sosiego, una curiosa sensación
de dominio absoluto de la situación y de los personajes que la protagonizaban.
Vestía a la moda de los años cuarenta, elegante y pulcra, tocada con el
sombrerito que le regalara Julián el mismo día que se le cerraron
definitivamente las puertas de la Universidad española. Descansaba en su regazo
una labor de ganchillo, no sé si unos patucos o un jersey, que alternaba con la
lectura de un libro, su libro. Tareas en principio incompatibles pero que abordaba
a un tiempo con absoluta soltura, mientras fulminaba a su marido con unas
muecas discretas pero expresivas, casi imperceptibles, intentando disolver su
desasosiego.
“No te pongas así, Julián- le decía sin palabras, como solo se
habla en los sueños- Si tú nunca te has cerrado al conocimiento de cosas y
gentes nuevas, no sé a qué santo viene esa actitud, esa desazón.”
El
bálsamo de su mirada, que además del gesto encerraba esas palabras que no
llegaban al oído, inundó nuestros corazones y logró en un momento que Marías
dejara de revolverse en su vasta y demasiado holgada guerrera.
Por
mi parte, la ansiedad inicial fue dando paso a una creciente e insoportable
conciencia de vacío. A través de sus libros, había invocado tantas y tantas
veces su presencia que, una vez conseguido mi propósito, no sabía cómo
comportarme y lo hacía como un patán, al igual que el niño que, temeroso de
hacer el ridículo en un acontecimiento social, perpetra cualquier gansada en el
momento menos oportuno, provocando la vergüenza de los padres y la burla
silenciosa de la concurrencia.
“Como en tantas otras ocasiones, he llegado
tarde –pensaba en voz alta-; tan tarde como con 20 años de retraso… O más”
Y
desperté con esa triste certidumbre.
La
resaca del sueño, aquellos momentos en que pugnamos por reconstruir lo así
vivido, rescatar sus más mínimos detalles como si de un naufragio se tratara,
se prolongó durante varias horas. Pero todo intento fue vano. Podía haber
recreado un diálogo ideal entre autor y lector trufado de citas y de elocuencia
que nunca se produjo, ¡ya me habría gustado a mí!; o haber dejado a Julián
Marías perorar sobre cualquier cosa; o permitir que Lolita reivindicara con
derecho su condición de escritora, de gran escritora, eclipsada por la figura
del marido y las atenciones a la familia. La realidad del sueño se limitó a la
presencia de la pareja en nuestra casa irradiando una luz clara y serena,
únicamente alterada por mi insistente torpeza.
Yo
creo que lo que se ocultaba detrás de mi angustia y ansiedad, de mi patológica
timidez, era la intención de agradecerle la naturalidad y fluidez de su estilo.
La genial asunción, incorporación y máximo desarrollo de los conceptos
orteguianos de razón histórica y vital, transformando, a través de un lenguaje
claro y rico en matices, una teoría en algo que va más allá: una filosofía
práctica o aplicada a la vida real de cada uno, a disposición de quien se muestre abierto a
recibirla. La facilidad a la hora de transmitir los conceptos más enrevesados
de manera que el lector tome posesión de ellos sin apenas darse cuenta. El
proporcionar las herramientas para abordar de una forma veraz la interpretación
de la historia y de la sociedad con la vida humana como fondo, iluminando esos
rincones que nos empeñamos en oscurecer. La transmisión de una serie de valores
como la tolerancia, la ausencia de malicia o doblez, una firme convicción cristiana,
no guardar rencor hacia quienes crees que te han hecho mal, la integridad como
norma, el trabajo como guía, la valentía y naturalidad en la defensa de lo que
realmente importa, la persecución de la verdad y el respeto como horizonte intelectual.
Si a todo esto le sumamos la recuperación, actualización y vigorización de los
clásicos (Cervantes, Valera, Galdós...) y de los contemporáneos suyos (Unamuno,
Azorín, Ortega, Menéndez Pidal, Marañón, Laín… y tantos otros), el cultivo de
la amistad y de la fidelidad a prueba de bombas, la ilusión como fuente
creadora o la importancia del mundo personal, confieso que la impresión que en
mí sigue produciendo su obra va más allá de la comprensible admiración y roza
lo personal.
Todas
estas virtudes y características que acabo de relacionar, ¿acaso no nos fueron
inculcadas, en mayor o menor medida, en nuestra infancia a modo de catecismo?
¿Qué hay de nuevo en todo eso? Aun a riesgo de repetirme, cuando abro un libro
de Julián Marías, me viene a la memoria la imagen de mi padre con algún “australito” de Ortega asomando por el bolsillo de
la gabardina; y los consejos que, naturalmente, por “imperativo generacional”, me
empeñaba en desechar; y esas previsiones suyas que hoy veo cómo se van
cumpliendo con puntualidad casi maníaca. Asociaciones de la memoria que se
multiplican con los años haciéndose cada vez más presentes. Azorín diría que
“vivir es ver volver”. Y tanto.
De
iluminadora y salvadora podría definir la influencia que ha ejercido y sigue ejerciendo en mí la
obra del Julián Marías; esclarecedora del pasado y del presente, con el objeto
de defender un siempre incierto futuro. Y ahora, sin que hayan decantado
suficientemente mis lecturas, no pretendo más que poner en orden aquello que
considero valioso y fundamental.
Encuentro (Julián Marías. 3) 4 de julio de 2017
Reencuentro (Julián Marías. 4) 11 de julio de 2017
El límite de la ausencia. Continuidad y despedida. 1 (Julián Marías. 5) 25 de julio de 2017
Reencuentro (Julián Marías. 4) 11 de julio de 2017
El límite de la ausencia. Continuidad y despedida. 1 (Julián Marías. 5) 25 de julio de 2017
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