viernes, 22 de junio de 2012

Una semana de junio y algunos recuerdos


Pinares inclinados próximos a la Puerta del Zarzón (Casa de Campo)
La algarabía de las cigarras, allí, es ensordecedora


Llevo casi dos semanas con el blog medio abandonado, en dique seco, y me mira con reproche cada vez que me asomo a él, echándome en cara mi falta de atención y mis descuidos, como diciéndome: “No estás cumpliendo el trato acordado”. Y aunque no le falta razón, me molesta enormemente, pues durante todo este año nunca me faltaron asuntos que tratar, o nuevas formas de abordar los mismos problemas. En este sentido, hace muchos años leí no sé dónde y no recuerdo a quién, que un autor (se refería, indudablemente, a si mismo) se pasaba toda su vida literaria escribiendo una misma novela, aunque ésta apareciera, a ojos del lector, con títulos diferentes. Y estoy de acuerdo con él. Siempre que aquello que escribas no te aburra soberanamente a ti o a aquellos a quienes va dirigido, es un ejercicio agradable y te llena de satisfacción. Pero, últimamente, cuando me pongo a la tarea, siempre aparece la cara más fea, aunque seductora, de la crisis, y me resisto como gato panza arriba a sus turbios encantos, a hablar de lo mismo, porque ya no le encuentro utilidad alguna.

Itziar y Fernando
Me gustaría referirme a los recuerdos, al poder evocador del canto ensordecedor de las cigarras que el otro día pude escuchar, el primero de la temporada, avisándonos que el verano ha venido para quedarse entre nosotros. Eso sí me apetece.

Pero no hay manera. Haga lo que haga, se cruza por mi camino el Malo con cualquiera de sus mil disfraces y nombres, y me siento en la obligación de dejar constancia de sus actos y de sus mentiras engalanadas de las mejores intenciones, de desenmascarar sus manejos perversos.

Obra de los hermanos Otamendi, se levantó entre 1948 y 1953.
Junto con la Torre de Madrid, Metrovacesa vendió el
edificio España en 2005

Hoy, por ejemplo, podía hablar del buen día que pasamos el sábado 9 de junio con Pepe y Fernando, porque realmente estuvo bien y merece la pena contarlo. Siempre es bueno encontrarse con la familia, sobre todo cuando hay muchos años de diferencia entre sus miembros, y se pueden reconstruir momentos de esas vidas que ya se han ido, escuchando anécdotas del todo desconocidas, o sabidas pero narradas desde otro ángulo, que ayudan a fijar los perfiles de los seres queridos. “¿A que tú no sabías…?” “No, no lo sabía, o no me lo habían contado exactamente así…” Es como una labor de recuperación que no cansa, pues deja un buen sabor de boca al hacerlos un poco más presentes, para que no se vayan del todo, pues han adquirido el peso que otorgan los recuerdos compartidos.


Comiendo con Pepe
El caso es que Pepe, un primo hermano de Carmen, y su hijo Fernando, decidieron “dar una vuelta” a la familia y vinieron desde La Coruña para, después de un par de días en Madrid, viajar hasta Valencia. Era la ocasión perfecta para pasar unas horas juntos aunque Alejandro estaba de excursión en el Retiro. Quedamos a la una y media en la boca del metro de Plaza de España, la que hace esquina con la calle Reyes y coincidimos con una manifestación ciclonudista que bajaba por la Gran Vía. “La verdad es que en Madrid hay gente muy rara”, comentó Fernando, después de hacer un par de fotos.


Performance ciclonudista en pleno centro de Madrid
El edificio que albergaba en su día al hotel Crowne Plaza, desde el que coincidimos con aquella protesta o reivindicación festiva es, con mucho, el que más me gusta de Madrid, el que aglutina esos conceptos de modernidad, elegancia y cosmopolitismo tan difíciles de aunar en un solo objeto. Muchas veces, a sus pies, miraba el cielo y veía pasar las nubes y era como si su enorme fachada se me vinera encima, o quisiera arrebatarme del suelo con unos enormes brazos invisibles. Desde muy pequeño, una de mis mayores ilusiones era subir hasta la terraza que coronaba el rascacielos, desde donde se debía divisar una panorámica impresionante de la ciudad. Por una u otra razón, nunca vi cumplido del todo mi deseo, pues solo una vez, con la excusa de vender unas papeletas para una rifa de navidad, conseguimos colarnos y coger uno de sus 29 ascensores que parecía llevarnos a los interiores de alguna de esas películas españolas de los años cincuenta que pretendían rozar el glamour del American way of life, tan nuevo y flamante era para mí todo ese mundo. Y a través de una de las ventanas del pasillo pude contemplar, a tanta altura, el amasijo desordenado de calles abigarradas que se enredaban a ese lado de la Gran Vía, como arrojadas de cualquier manera por la mano caprichosa de un gigante aburrido. De momento, la ilusión seguirá siendo eso, solo un sueño, pues mucho me temo que el edificio está abandonado, y no creo que, con los tiempos que corren, ningún inversor se quiera hacer cargo de la propiedad…

Restaurante Con dos fogones, en la calle San Bernardino

Tomamos algo en la Taberna Mudéjar y comimos, muy bien, por cierto, en Con dos fogones. Como el tiempo acompañaba, gracias a la tregua que nos había brindado el calor, optamos por tomar el café en una terracita. Sin una meta definida, ya que Fernando no conocía Madrid, cruzamos la Plaza de España desde San Bernardino, y subimos, dejando el Senado a la izquierda, hasta la calle Bailén y la Plaza de Oriente, a esa primera hora de la tarde llena de turistas.
Es un fenómeno curioso este de los turistas. En muchas ocasiones, no es este el caso, cuando les veo a las cuatro de la tarde con un sol abrasador e inclemente pasear por el centro de Madrid sin rumbo fijo, queriendo matar las horas muertas de la sobremesa hispana, en la que el mundo parece que deja de girar, cargados de botellas de agua a las que se aferran como un buceador a su bombona de aire en las profundidades del mar, le pido a Dios que me libre de tal aprieto, de verme en semejante tesitura. Pero hay que reconocer que el barrio, no sé si gracias a o a pesar de la masiva peatonalización de sus calles, no puede ser más agradable, y con las vistas de la Casa de Campo desde Sabatini, el Palacio y la Catedral, esta última presentando casi siempre una intensa actividad, causa asombro al visitante menos sensible. Cruzamos el Viaducto sobre la calle Segovia y encontramos una terraza en las Vistillas, frente al mamotreto que ha perpetrado Patrimonio, cargándose el talud de la Cuesta de la Vega, para albergar las Colecciones Reales. Sobre las cinco y media continuamos el camino, con sendas paradas en San Francisco el Grande y la Plaza de la Paja, hasta llegar al metro de La Latina que nos llevaría a Casa de Campo, quedándose Itziar en Aluche presa de los exámenes, donde nos esperaba Alejandro con el resto de los castores que habían pasado el día en el Retiro.


Itziar, momentos antes de subir al escenario
Si el sábado fue bueno, el miércoles 13 no anduvo a la zaga. Asistimos a la confirmación de Itziar como talentosa actriz de teatro en la representación de la obra de Ignacio del Moral “La noche de Sabina”, bautizada como “Sabina y las brujas” en la adaptación preparada por Jesús Ribote para Pulchinela, el grupo de teatro que dirige en el colegio San Juan García. Sin entender ni poco ni mucho de ese arte, para mí tan ajeno pues la simple posibilidad de hablar en público me aterroriza, debo decir que lo hizo muy bien, incorporando un papel muy largo (Sabina), alrededor del cual giraba toda la obra. Carmen, que a su edad también había hecho sus pinitos, estaba radiante. Y no es para menos. Veía cómo se unía, gracias a un lazo imperceptible, la afición teatral de su tío José Luis, transmitida a sus hijos y a ella misma, con el descubrimiento de esta faceta de Itziar, aunque ya debutara el año pasado, eso sí, con un texto más corto. Alrededor de todo, la figura de MariCruz, otra prima hermana de Carmen, ejemplo de vida dedicada al teatro y a la escritura, cuyo cortometraje basado en un cuento de Ana María Matute, "La felicidad", fue merecedor de varias menciones en otros tantos certámenes cinematográficos. Y para rematar la faena artística, el jueves colgaron en YouTube el video que, como trabajo que tenían que presentar en la clase de música, rodaron Nerea, María, Andrea, Laura y ella misma. No está nada mal.



Como colofón a esta semanita tan cargada de eventos familiares, el viernes 15 celebramos el cumpleaños de Alejandro (que en realidad no tendrá 7 años hasta el 20 de junio), junto con los de Tomás y Diego, en la Casa de Campo Nueva, como llamaba Itziar de pequeña al parque del Barco Pirata que está en la Puerta de Rodajos, al que solía ir con su abuelo Fernando un día sí y otro también. Esa zona comprendida entre las puertas del Zarzón y de Rodajos solíamos patearla cuando vivíamos en la Carretera de Boadilla y en invierno es un auténtico espectáculo de color y sonidos.


Alejandro, Tomás y Diego celebrando su séptimo cumpleaños
Al final, sin proponérmelo, he sido capaz de eludir la crisis y sus engaños recurriendo como tabla de salvación a la vida misma. Quizá esto suponga un presagio, el aviso de una solución: el aferrarse a lo que uno más quiere para coger fuerzas que nos ayuden a aguantar el chaparrón y, de paso, hacer un pequeño homenaje a mi padres que, en una foto que duerme en un álbum familiar, aparecen sonrientes, paseando por la calle de Bailén con el edificio España recién construido a sus espaldas. Ella, más alta, camina por el asfalto vacío de coches y él, más bajito, subido a la acera como intentando igualar alturas, se afana en una conversación. El 20 de junio, el día que Alejandro cumple 7 años, hará 16 que murió mi padre.

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