lunes, 10 de septiembre de 2012

Del "Cuartel de la Montaña" a la Montaña palentina. 24 de julio-4 de agosto de 2012

Ignoro si es por cultura o por tradición, pero el caso es que consideramos las vacaciones como la meta en una carrera de desgaste, maratoniana y rompedora, lo cual no se explica muy bien teniendo en cuenta nuestros escasos hábitos calvinistas, ni siquiera anglosajones. Por regla general, abordamos ese periodo de impass en las peores condiciones posibles. Ignorando que esa total ruptura con la normalidad solo es pasajera, que las tres o cuatro semanas son eso, una veintena de días, a la vuelta de los cuales nos zambulliremos sin salvavidas en el torbellino de siempre, nos empeñamos en cortar con todo practicando una insensata política de tierra quemada. El balance es la pérdida de un tiempo precioso, despilfarrado al principio restañando las heridas provocadas por el cansancio acumulado de todo un curso y malgastado los últimos días lamentando su final o temiendo el retorno.

 

Portada del número 21 de la revista "Frente de Madrid" aparecido este mes de julio. Hace más de seis años, mucho antes de iniciar ningún tipo de relación con la asociación que la edita, lancé en su foro una pregunta sobre la desaparición y muerte de mi abuelo Leopoldo en otoño de 1936 en Madrid. En este número, por invitación de uno de los vocales de GEFREMA, aparece un artículo que publiqué aquí mismo sobre "Las últimas banderas", de Ángel María de Lera
Este artículo es el primero de los tres en que intentaré resumir nuestras vacaciones de este verano de 2012.
Con Itziar y Alejandro de campamento en Asturias, aprovechamos la calurosa tarde del martes 24 de julio para acudir a la presentación del número 21 de la revista “Frente de Madrid”, órgano oficial de GEFREMA (Grupo de Estudios del Frente de Madrid), que ya empieza a tener su huequito no desdeñable en este blog. Fuimos convocados en la sede de Ecologistas en Acción, que había cedido sus locales situados en Marqués de Leganés, una pequeña calle a espaldas de la Gran Vía, entre San Bernardo y Libreros. Como viene siendo habitual, la revista recoge en cada número un trabajo, que podríamos llamar monográfico, y otros artículos de menor extensión agrupados en diferentes secciones fijas. En esta ocasión, haciendo coincidir la fechas de publicación con alguna efeméride, estaba dedicado al asalto al madrileño Cuartel de la Montaña (20 de julio de 1936), uno de los primeros episodios del inicio de la Guerra Civil. Otros años era recordado por la Asociación con una visita a lo que queda del escenario de aquellos sucesos, guiada e ilustrada por Bibiano, el padre de Antonio Morcillo (presidente de GEFREMA), testigo presencial de esas horas desdichadas, fallecido recientemente. Cuádruple homenaje, pues, el que rindió Antonio Morcillo en la larga y, sin embargo, muy amena y erudita conferencia que pronunció con el Cuartel de la Montaña como eje. Sentido homenaje a la memoria de su padre, a la de los defensores y asaltantes de la plaza, y a su propia infancia, en cierta medida vinculada a aquel barrio.



"El frente de la Casa de Campo", monografía de Antonio Morcillo que recoge un inventario de los restos de la Guerra Civil que se conservan en un sector muy concreto de la Casa de Campo. Lo que son las cosas... Antonio es profesor del colegio Lourdes, adscrito en su dia a la Fundación Hogar del Empleado, de la que formaba parte también el centro donde estudié desde párvulos hasta 3º de BUP (Santa Cristina). El colegio Lourdes, además, está puerta con puerta con el local del Grupo Scout de Alejandro e Itziar...Esta guía contiene un plano muy detallado donde están señalados los restos visitables, así como fotografías y bocetos de las secciones de los diferentes tipos de fortificación, además de una interesante introducción histórica a la Casa de Campo como lugar de recreo de la Monarquía y como frente de guerra

No voy a hablar aquí del artículo, ahí está la revista para quien esté interesado, de la conferencia o del hecho en sí que inauguró el baño de sangre que se prolongaría casi tres años. Unos y otros se sentirían cargados de razones para manejarse como lo hicieron. Con los años, a unos y a otros nos merecerán distintas opiniones dichos motivos. Lo cierto es que la chapuza, la indecisión y la improvisación, al más puro estilo español, guiaron los actos de los de dentro y de los de fuera, con unos resultados a partes iguales heroicos y sanguinarios, teñidos de valentía y cobardía. Muy crueles de cualquier modo, si nos atenemos a que el número de muertos en las seis horas que duró el asedio ascendió a más de doscientos.
 
Pasada la gasolinera que se encuentra en la confluencia de la Avenida de Portugal y el Paseo de Extremadura, donde hemos repostado infinidad de veces, a mano derecha, se encuentra la Puerta de Dante, uno de los accesos de toda la vida a la Casa de Campo abiertos en la antigua cerca de ladrillo y mampostería levantada por Fernando VI . Esta entrada da a un parque y a la carretera que baja hasta el Parque de Atracciones. Allí mismo comienza el itinerario, con dos búnker y la base de una fuente construída durante la República, hoy desaparecida


Con Sara, experta trepadora de fortines
 
 
 
Después de la conferencia, mientras bebíamos unas cervezas, saludamos a José María Sánchez (¡gracias por sugerir la publicación de mi artículo sobre “Las últimas banderas”!) y a Antonio Morcillo y estuvimos hablando un buen rato de todo un poco: sobre nuestra afición a los restos de la guerra, el tratamiento de la historia en los estudios de secundaria (Antonio es profesor en el Colegio Lourdes) y el desarrollo del frente en la Casa de Campo…




En arqueología la imaginación es una herramienta fundamental de conocimiento. Aquí tenemos los restos de una casamata fortificada de ladrillo junto a la pista que sube al Teleférico desde el Pinar de las Siete Hermanas, pasada la acequia abandonaba. Con veinte kilos menos, cuando todavía no peinaba canas, habré pasado por ese mismo lugar miles de veces, pues forma parte del tramo llano del comienzo del circuito de footing. A su alrededor se aprecian todavía las trincheras


 
Fortín abovedado
Retomando el proyecto de una excursión demorada ya en demasiadas ocasiones, aunque un poco fuera de estación, decidimos el sábado 28 visitar los restos de las fortificaciones que aún se conservan en la Casa de Campo, que no son pocos. Con la publicación de Antonio Morcillo como guía, cargamos un par de mochilas con agua y bocadillos, nos calzamos las gorras, prometimos a Sara encontrar algún parque y atravesamos la Casa de Campo, subiendo y bajando cerros, saltando alguna que otra alambrada, desorientándonos más de una vez, y sudando de lo lindo, desde la Puerta del Dante (conocida entonces como Puerta de la República), hasta el Puente de los Franceses.
 



Entre 1939 y 1946 permaneció cerrada al público la Casa de Campo, que se iría abriendo por partes en años sucesivos. El motivo: la limpieza de los restos de bombas y metralla que pudiera quedar. Y ¿por qué no?: el enterramiento de los fortines bajo toneladas de tierra, cascotes y olvido
Impresiona la cantidad de ejemplares inventariados, una veintena, en un espacio relativamente limitado, lo que nos puede dar una idea de la actividad bélica que sufrió este sector. El hecho de que la Casa de Campo se mantuviera cerrada al público durante siete años, sometida a labores de limpieza y retirada de materiales peligrosos, además del deterioro que presentan los búnker, nidos y casamatas demuestran igualmente un fuerte intercambio artillero.


Sara, testigo de excepción, posa ante uno de esos búnker que solo pudo localizar Carmen después de saltar una alambrada. "Seguro que ya falta poco para llegar a el parque", parece pensar.



Cuando la Casa de Campo era una finca real con su propio sistema de explotación agrícola-ganadera, contaba con un importante número de empleados. Estos son los restos del "cementerio de empleados". Al fondo, uno de los postes del tendido del Teleférico



 
Itinerario de la excursión
En este sentido, Carmen recordaba lo nervioso que se ponía su padre (“!No te metas por ahí, que puede haber una bomba¡”) cuando, siendo una niña, jugaba alrededor de las fortificaciones próximas a la Carretera de Boadilla. Años después, convertida en una auténtica rastreadora, sin necesidad de consultar el plano que recoge la guía, nos llevaba, siguiendo el nervioso racimo de las trincheras, como esos entretenimientos consistentes en unir unos puntos numerados hasta conseguir formar una figura, a todos los hitos que, inmediatamente, serían fotografiados. Figura ésta que se asemeja a un arco, un tanto quebrado, con sus extremos en la Puerta de Dante y en la Casa de Covatillas. Debo confesar que solo fui capaz de localizar a ciegas un resto casi al final de la ruta.




El fuerte calor nos obligaba a rellenar de vez en cuando las botellas de agua

 

Desde esa línea ofensiva, Madrid ofrece, para mi gusto, su imagen más hermosa, limpia y evocadora. ¿Qué pensarían los ocupantes de esos fortines, levantados una vez estabilizado el frente en julio de 1937, tras la batalla de Brunete, cuando veían extendida a sus pies, casi al alcance de la mano, esta ciudad tan próxima y lejana a un tiempo, siempre esquiva?



Lento atardecer en la canícula, descendiendo desde los últimos restos hasta el Paseo del Marqués de Monistrol
Desentrenados, llegamos a casa bastante maltrechos, (a excepción de Sara que, entera y verdadera, apenas acusó la caminata), pero con ganas de repetir la experiencia en otoño o invierno, con el tiempo más a nuestro favor...

 

Panorámica de la Ciudad Universitaria desde último fortín visitado. Los restantes
quedan emplazados para otra oportunidad

 
El 31 de julio regresaron Alejandro e Itziar de Asturias sin rasguño ni abolladura y fuimos cubriendo la primera semana de agosto, entre Parque de Atracciones y Zoo, sorteando como podía, antes de que fueran pronunciadas, las denuncias de aburrimiento que nos arrojan a la cara nuestros hijos, y creo que los de todos, que comparten esa generacional intolerancia al tedio.



Con Antonio en Frómista


Fachada de San Zoilo (Carrión de los Condes)

 
El sábado 4 nos acercamos a Frómista, donde habíamos quedado con Rosa, Antonio y Jorge, que estaban con su temporada palentina de todos los años, a la que habían invitado otra vez a Itziar. Allí se celebraba una fiesta del peregrino, por lo que abundaban caminantes y ciclistas de todo tipo, color y condición.




El río (Carrión) a su paso por Carrión de los Condes

 

Sara en Carrión de los Condes
 
Después de comer, visitamos Carrión de los Condes, que albergaba aquellos días una de esas ferias aproximadamente medievales, por las que siempre da gusto perderse un poco, en la que se promocionaba el turismo cultural de la comarca y de la región. Paseamos por la ciudad y la ribera, disfrutando de una temperatura muy agradable, el cielo encapotándose por momentos, tan lejana del calor madrileño que presagiaba las olas sucesivas que nos acompañarían el resto del verano. Descartamos la idea primera de ir a Palencia, sustituida por la de acompañarlos a ellos a Villorquite, donde se alojaban en casa de la familia del padre de Rosa.



Desde la bodega de la familia de Rosa se tiene el privilegio de asistir a escenas como ésta
 
Villorquite de Herrera es un pueblecito con no más de 20 habitantes. La primera vez que estuve allí, por esas mismas fechas, y con igual motivo de llevar a Itziar, quedamos con Antonio a pocos kilómetros, en un cruce de carreteras. Nada más bajar del coche, toqué el asfalto con la mano y ¡estaba frío!... ¡Impresionante…!. Y el pueblo, otro tanto: prácticamente deshabitado en invierno, cuando deben caer chuzos de punta quedándose aislado del resto del mundo por la nieve y las heladas, durante el verano no es mucho menos tranquilo. Lugar perfecto para caminar, montar en bicicleta, correr o, simplemente, no hacer nada, al caer la tarde desciende la temperatura de forma brusca, con lo que resulta necesario cargar con ropa de abrigo y echarse una (o dos) mantas para dormir. Muchos vecinos cuentan, en las afueras, con una bodega o cueva centenaria enterrada en una pendiente, unas más habilitadas y actualizadas que otras, donde se reúnen para comer, tomas unos vinos o, sencillamente, sentarse a la puerta a observar cómo descienden los corzos del monte para pastar en un claro en esa inquietante hora del relevo de luces…


Alejandro, con la pañoleta como segunda piel, y Sara observan una exposición de aves rapaces, con su cetrero y todo.A sus espaldas, Jorge y yo pelín decapitados.
Carrión de los Condes
 
A Itziar, que todavía no es muy sensible a las tentaciones del conflicto generacional, y a mí nos sedujo desde el principio. “Es de esos pueblos que tanto nos gustan, donde seguro que huele a leña”, dijo aquella vez. Por eso quería que Carmen lo conociera, así que no puse ningún reparo cuando optamos por no ir a Palencia.


Itziar con los árboles de la ribera del Carrión al fondo
 
A eso de las 12 de la noche emprendimos el camino de regreso. Pasamos un control de alcoholemia al entrar, por equivocación (mea culpa) en Herrera de Pisuerga, donde, como en un silencioso carnaval, todo lo festivo y bullanguero que puede ser un sarao castellano, nos cruzamos con varias carrozas que cargaban con enormes y aparatosos crustáceos construidos con cientos de bombillas, celebrando la fiesta del cangrejo.



Monumental friso en la portada de la iglesia de Santiago (Carrión de los Condes)
 

Pasadas las cuatro de la mañana llegamos a Madrid.

 
(Continuará)

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