De regreso a Madrid el viernes 4 de enero. Llegando a Guadalupe |
Despedimos
el 2012 y saludamos al 2013 entre brumas. ¡Metáfora fácil donde la haya! Y la
niebla lo cubrió todo. La fría luz de enero no se veía con fuerza suficiente
para horadar la grisura. Y ésta, tan segura de sí misma, tan crecida, se dedicó
a invadir el rincón más escondido, apoderándose incluso de nuestros corazones.
Ni el sol de mediodía podía con ella, tal era su contundencia. Con su porfía,
consiguió modificar alguna de mis preferencias, y comencé a alimentar cierta
animadversión hacia el invierno, que desde siempre había antepuesto al verano.
Porque la niebla y el frío despertaban las premoniciones más tristes, los más
oscuros augurios.
Uno de los "refugios" |
La
niebla se dejaba caer sobre el páramo sin pedirnos permiso. Y allí permanecía
días y días, dueña y señora de la situación, niebla llorona y húmeda, portadora
de funestos presagios; niebla que invoca a un imposible recogimiento, a
encerrarnos en nosotros mismos como animales hibernando.
Trincheras en la "Posición Vega de San Pedro" |
Bajo
la niebla, envueltas en ella, pastaban las ovejas, cuya presencia adivinábamos
por el inconfundible sonido de las esquilas. Y los corderos recién nacidos, con
sus largas patas de alambre, con su inocente inestabilidad, tan pronto se
agrupaban al abrigo de una roca, como brincaban alrededor de sus madres,
insensibles a los imperativos de la bruma.
Elvas. 2 de enero de 2013 |
Y
esa niebla resultó insufrible al anochecer el dos de enero…
Zahúrda |
Pero
en tres ocasiones el sol ganó esa lucha sin cuartel, disipó las brumas y
desplegó su imperio. Y los colores volvieron a ocupar su lugar en una sinfonía
de brillo y luz, de reflejos cristalinos mil veces multiplicados. Era como un
renacer, una elevación del ánimo apagado, adormecido.
Refugios apoyados en la ladera |
Es
ahora cuando lo veo claro, cuando intento expresar su influjo en mi percepción de las
cosas como agente catalizador de esas ideas que permanecían a la espera. Es el
contraste del frío y el calor que aplicamos a un miembro contusionado, que por
un mecanismo físico logra poner en movimiento ese tejido entumecido,
estimulando así la revitalizadora circulación de la sangre.
Porque
los detalles son importantes para dinamizar nuestra vida, sustrayéndola de los
grilletes de la rutina. Y esos detalles, esos elementos que la mayoría de las
veces pasan desapercibidos por su mera insignificancia (un olor, un sonido, un sabor,
una luz determinada…) y en los que últimamente suelo detenerme, son los únicos elementos que poseen la fuerza suficiente
para rehabilitar nuestros vínculos con eso que podemos llamar eternidad, con lo
inmarcesible y lo ancestral, preparando el camino para la cabal asunción de la
continuidad histórica, adivinando esa línea constante, lanzada desde un remoto
ayer hasta nosotros, como se arroja un salvavidas a quien se ha precipitado al
mar desde la cubierta de un barco durante una noche de tormenta.
La zahúrda. Tarde de Nochevieja |
La
perspectiva es quien nos da la auténtica medida de todas las cosas. Es aquello
de los árboles y el bosque. Esa distancia respecto al tiempo vivido hace las
veces de un indulto que salva de la quema muchos momentos que nos gustaría
borrar. Estos dos meses de inactividad, sin escribir una sola línea, bloqueado
por molestias físicas e incordios cotidianos, seguramente tienen algo que
aportar, aunque hoy no se me alcanza qué pueda ser.
Y
otro tanto ocurre con las navidades. Si me hubiera planteado llevar un diario
detallado de las mismas, el resultado habría consistido en una gráfica donde se
recogiera la evolución del dolor lumbar, el grado de parestesia que acorchaba
gran parte de la pierna derecha, mi progresivo aislamiento y la curva
ascendente de mi desespero. La indulgencia del tiempo consigue aparcar esos
enojos y devolver con todo su fulgor lo que realmente merece la pena recordar y
registrar.
Una casamata de la "Posición Miraflores". Al fondo, a la izquierda, nos encontraríamos con las Vegas de San Pedro |
Y
vamos de vísperas. La tarde del 31 de diciembre Juan Antonio nos llevó, con su
hijo Mario y su perro Oto, a Antonio, a Héctor y a mí, a visitar unos restos
que había descubierto durante uno de sus paseos. El dolor de espalda me
disuadió en un principio, pero la insistencia de Carmen y mi curiosidad me
hicieron aceptar la invitación. Así que nos echamos a andar por la carretera
del canal hasta la altura de la primera alameda, donde cruzamos uno de los
puentes y saltamos las alambradas de rigor.
Dejamos
a la izquierda un arroyo que hace años tenía un letrero medio oculto entre las
cañas a orillas de la carretera donde se leía con cierta dificultad, creo
recordar, y que alguien me corrija si me equivoco: “Arroyo el Canchal”. A mi padre le gustaba fotografiar sus piedras
pulidas y brillantes bajo el sol de primavera, cuando llevaba agua, y de niño
solíamos coger renacuajos en los pequeños remansos que formaba llegando al
canal. Los metíamos en un tarro de cristal con la tapa convenientemente
agujereada pero, curiosamente, nunca llegaban a Madrid, pues mi madre se
desharía de ellos al tiempo que hacía el equipaje.
Alejandro la mañana del jueves 3 de enero de 2013 |
Atravesamos
un campo arado a los pies de una elevación, un canchal, y pronto nos dimos de bruces con una montonera de piedras,
donde se mezclaba la pizarra y el cuarzo, entre las que se dejaban ver restos
de ladrillo compacto, de tejas romanas y
otros fragmentos irreconocibles.
Seguimos caminando bajo un cielo gris y espeso que no dejaba escapar la niebla ya convertida en compañera inseparable los últimos días del año. Siguiendo la alambrada y entre dos colinas, encontramos una zahúrda muy bien conservada, testigo de un pasado, no demasiado lejano, en el que aquel páramo no debía ser tal. Saltamos otra alambrada, siguiendo siempre a Segura, que nos condujo caminando por un plano inclinado, hasta los restos de tres o cuatro refugios muy pequeños para ser apriscos y muy juntos para hacer las veces de aguardos para cochinos o puestos para el perdigón. Frente a ellos, muy cerca, a muy escasos metros, otra ladera y, entre ambas, un arroyo. Con los refugios a nuestras espaldas, coronamos esa pequeña colina. Allá abajo, a un kilómetro, el Zújar discurría mansamente escoltando su paso desnudos chopos y famélicos eucaliptos, y a nuestra izquierda, muy cerca de la zahúrda, parecía descansar un enorme aprisco que, por el entorno y el color de la tierra y del aire, más parecía castro celta.
Seguimos caminando bajo un cielo gris y espeso que no dejaba escapar la niebla ya convertida en compañera inseparable los últimos días del año. Siguiendo la alambrada y entre dos colinas, encontramos una zahúrda muy bien conservada, testigo de un pasado, no demasiado lejano, en el que aquel páramo no debía ser tal. Saltamos otra alambrada, siguiendo siempre a Segura, que nos condujo caminando por un plano inclinado, hasta los restos de tres o cuatro refugios muy pequeños para ser apriscos y muy juntos para hacer las veces de aguardos para cochinos o puestos para el perdigón. Frente a ellos, muy cerca, a muy escasos metros, otra ladera y, entre ambas, un arroyo. Con los refugios a nuestras espaldas, coronamos esa pequeña colina. Allá abajo, a un kilómetro, el Zújar discurría mansamente escoltando su paso desnudos chopos y famélicos eucaliptos, y a nuestra izquierda, muy cerca de la zahúrda, parecía descansar un enorme aprisco que, por el entorno y el color de la tierra y del aire, más parecía castro celta.
Comenzamos
a descender para regresar a casa cuando Mario y Juan Antonio nos alertaron.
Apuramos el paso. Pronto nos encontramos un complejo de trincheras de regular
tamaño. Oto salvaba a saltos los profundos surcos que parecían abrazar con sus
extremos la colina hasta desaparecer al
otro lado, en los refugios. Entre las trincheras, los restos de lo que debió
ser un tabicado y un suelo dispararon nuestra imaginación, muy proclive a las
fantasías y elucubraciones. Si Juan Antonio defendía una datación romana o
prerromana de aquella edificación, yo no dejaba de imaginarme esa posición
durante el verano de 1938, tan lejos de su retaguardia (que por entonces no
podía ser otra que Puebla de Alcocer), que los hombres encargados de mantenerla
se debían encontrar prácticamente abandonados a su suerte.
¿Cuándo
se planeó el trazado de ese complejo? ¿Respondía a los llamamientos de Miguel
Hernández durante su estancia en Castuera, proclamando a quien quisiera
escucharle la perentoria necesidad de fortificar a toda costa, aun a sabiendas
de la inactividad de dicho frente en la primavera de 1937? ¿O se verificaron
después de la reconquista del sector (25 de agosto de 1938) organizada por Adolfo Prada tras el inicio
de la batalla del Ebro, ese mismo Prada que pocos meses después, el 28 de marzo
de 1939, se encargaría de la entrega de Madrid en la Ciudad Universitaria?
Por
su parte, a Antonio empezó a picarle tanto la curiosidad por todo aquello, que
programamos para el día siguiente una gira por los otros restos de los que ya
hemos hablado aquí, para él completamente desconocidos.
2013
nació frío y gris, triste como su horizonte y como los recuerdos para siempre
unidos a Año Nuevo. El mejor plan para el día era aquel que nada tuviera que
ver con lo que tradicionalmente se asocia al primero de enero. Así que
preparamos unos bocadillos, cogimos los coches, y acompañados de Mario, enseñamos
a los Villar los restos de “El Dorado”, comimos ateridos de frío en las ruinas
de las minas de Miraflores y me llevé a Héctor y a Antonio hasta las dos
casamatas que, con la que se encuentra al otro lado de la carretera, forman el
trío de la posición Miraflores. Desde allí arriba cobraban sentido las palabras
del jefe de la 21 división nacional, Cañizares, derrotada y desalojada de gran parte de La Serena entre los días 23 y 29 de agosto de 1938 por las tropas
republicanas al mando de Prada. Efectivamente, hacia el norte el terreno se
ondula, se pliega de tal manera que no es muy difícil transportar hombres y
material de una posición a otra pasando completamente desapercibidos.
Videoclip de "Los Mandriles". La "voz cantante": Juan Antonio Segura
El
escenario de pura arqueología industrial que nos rodeaba, en el que se
apreciaban restos de destrucción que no se podían achacar al abandono de la
explotación, si no al fuego de artillería, donde Juan Antonio había grabado un
videoclip bastante bueno con el grupo al que presta su voz (“Los mandriles”), y
el frío ya francamente insoportable, nos animaron a levantar el campamento,
trasladándonos a Castuera, con la esperanza de encontrar un lugar donde tomar algo
caliente. En una pastelería próxima al Casino dimos buena cuenta de unos cafés
acompañados de pasteles. El local, vacío a nuestra llegada, se comenzó a llenar
poco a poco de parroquianos perfectamente ataviados de Año Nuevo. Entramos en
el Casino, con los restos del frío pegados al cuerpo, y nos colamos por sus
estancias de palacete rural abandonado, transformado después de la guerra en
Casino, con un salón privado aproximadamente nazarí y, lo que no pude ensañar a
Carmen y a Rosa, pues no se encontraba el conserje en ese momento, una especie
de zulo semioculto en el descansillo de una escalera, que sirvió de centro de
transmisiones y enfermería aquellos años, y que conserva, de momento, unos curiosos grafitis en sus paredes.
El
dos de enero cumplimos con el rito navideño de la visita a Elvas, tan próxima y
tan lejana a la vez. A medida que nos acercábamos a Badajoz, como si el cielo
quisiera hacer más grata nuestra jornada, la niebla fue levantando sus reales
hasta desaparecer por completo al cruzar el puente sobre el río Caia. Como ya es habitual, comimos en O Lagar, subimos al Castelo, hicimos unas fotos a los niños en el Nacimiento que
siempre ponen en la entrada de la antigua Sé,
y dimos un paseo por las calles comerciales. La crisis había obligado a echar
el cierre a algunos de los establecimientos con más solera de la ciudad
fronteriza. Sin embargo, no aprecié un bajón considerable en el aire que se
respiraba por sus calles, tan engalanadas, con los altavoces emitiendo
villancicos y cuñas publicitarias. Es más: esos oratorios barrocos que tanto
menudean por el centro, derroche de azulejo azul y blanco, de santos ampulosos
y angelotes piafantes, de ofrendas y cerería, que de ordinario presentaban
cierto aspecto de abandono y de desidia, con algunas de sus piezas cerámicas
arrancadas y sin reponer, estaban siendo sometidos a un necesario trabajo de
restauración y consolidación. Más todavía, aunque en otro orden de cosas:
hablando con el dueño o encargado de O
Lagar, y respondiendo a una pregunta de Carmen sobre cómo estaba afectando
esta crisis (dato curioso: pagar con tarjeta de crédito es, en ocasiones, una
auténtica odisea en el país vecino, cosa que no me parece del todo mal),
pudimos saber que el Gobernador del Banco Nacional había sido arrestado. “En
España- apostilló Carmen – estaría recorriendo los platós de TV cobrando una
pasta por cada intervención”. O calentando el sillón de consejero de alguna multinacional.
Desde la posición visitada se puede ver el curso del Zújar. Al fondo, la Sierra de Pela |
Entramos
en una tienda que resultó ser todo un descubrimiento para los amantes de los
tejidos y bordados artesanales. Yo confieso mi ignorancia en la materia, pero
entré por pura curiosidad. El establecimiento ocupaba dos plantas del edificio,
y parecía conservar gran parte de las pinturas originales que decoraban sus
techos. Era como hacer un viaje en el tiempo y aterrizar en el hogar de un
comerciante portugués del siglo XVIII y XIX. Solo faltaba el aroma de las
especias y del café, la dulzura del cacao, el perfume de las maderas
orientales, el frú-frú de los pesados ropajes arrastrando sus bajos por la
tarima de madera… El comercio en cuestión lo lleva Joana Leal, y abre sus
puertas en la Rua Acamim 18A.
Sara tomando medidas a las trincheras |
Ya
de noche regresamos al Zújar, después de tomar un café en una pastelaria que lucía con orgullo un
cartel avisando a los clientes que ahí sí se podía fumar. !Tremenda lección de libertad, similar a aquella pintada en la estación lisboeta de Santa Apolónia: "A liberdade vive cuando o Estado morre". Como si de una
previsible novela de misterio se tratara, la niebla que se levantó cuando
entramos en Portugal, nos rodeó por completo al cruzar la frontera,
convirtiendo el viaje de vuelta en un auténtico suplicio, en una empresa
agotadora. Se sucedían uno tras otro los bancos espesos, tan densos que se
podían cortar con un cuchillo, obligándonos a reducir la velocidad, a conducir
con los cinco sentidos puestos en la carretera, con el temor y la prudencia
propios de un conductor novato que rueda por vez primera por un camino desconocido,
tan escasa era la visibilidad. En momentos como ese nos acordamos siempre de la escena
de una película basada en un relato de Stephen King en la que un coche,
recorriendo una carretera larga, infinita bajo la niebla, adelanta a un tipo
atrabiliario montado en una bicicleta. “Sólo faltaba cruzarnos con el de la
bici…”
Se
diría que esa niebla constituyó la traca final, pues el día siguiente amaneció
espléndido, con el cielo completamente despejado y una temperatura agradable,
impropia del mes de enero. Haciendo oídos sordos a las protestas de Sara y
Alejandro, nos acercamos de nuevo a la “Posición
Vegas de San Pedro”, como bauticé, quizá erróneamente, a los refugios y
trincheras que no pudo ver Carmen la tarde de Nochevieja.
De esta excursión, Itziar (encaramada sobre el búnker de El Dorado) no se pudo librar |
Tal
vez exagere si digo que resultó ser un aldabonazo, un repentino despertar
provocado por la combinación de una serie de factores que nada tienen que ver
entre sí, pero que su mera concurrencia tuvo el poder de abrirme los ojos y
percibir con toda su grandeza aquello que caminaba a mi lado sin apenas darme
cuenta de su presencia. Como la tibieza de la brisa que obligó a atarnos los abrigos
a la cintura; el cielo de un azul interminable; el arroyo del Canchal discurriendo alegremente, en uno
de cuyos recodos Carmen sorprendió a un enorme galápago que, remontando las
aguas desde el Zújar, parecía descansar de semejante esfuerzo; el remanso que
formaba el otro curso de agua que se precipitaba a los pies de los refugios,
rodeado de adelfas y de pizarra, donde se reflejaban todas las tonalidades del
verde, auténtico lugar ameno y
pastoril; el tomillo, el cantueso y la lavanda que Sara arrancaba con sus manos
y nos entregaba como aromáticos trofeos; los refugios donde uno se imagina a un
soldado agazapado a la espera de un ataque dirigido desde Miraflores …
Restos de los edificios asociados a las minas de Miraflores. Mucho frío |
Días
después, hablando de todo un poco con Juan Casco, saltó a la palestra el sentimiento numínico, la sensación que
provoca la proximidad de lo que se considera sagrado. Lejos de mi intención
sacralizar ese lugar, pero sí es cierto que experimenté una especie de
arrebato, y aunque no recuerdo si llegué a exclamar aquél famoso y evangélico: “!Qué bien se
está aquí!”, vi muy clara la continuidad de la que hablaba más arriba. Como si
entre las villas romanas que imaginaba Segura, la dehesa en retroceso de cuyos
frutos se alimentaban los cochinos moradores de la zahúrda, y los hombres
abandonados de la mano de Dios que tenían que defender la Posición Vegas de San Pedro hace ahora 75 años, existiera un hilo
conductor que eliminara todo asomo de ruptura y fragmentación, mostrándonos la
cara más amable de la Historia. Porque esa conciencia de ruptura, que tiene
también cierto tufillo de adanismo, no es más que una fuente inagotable de
insatisfacción. Por el contrario, saberse uno con el pasado, con la tierra que piso y que otros han pisado antes que yo, con toda la
historia que convenga o que quieran echarnos a la cara, asumiéndola como
propia, no proporciona más que seguridad, tranquilidad y mesura en el juicio,
todo eso de lo que tan ayunos estamos en estos tiempos que corren.
Lo que había barruntado al arrullo de las grullas la víspera de Nochebuena me sacudió con fuerza durante esa niebla de enero y su contrapunto.
Elvas, 2 de enero de 2013 |
Lo que había barruntado al arrullo de las grullas la víspera de Nochebuena me sacudió con fuerza durante esa niebla de enero y su contrapunto.
3 comentarios:
Me gusta tu reflexión sobre el paso del tiempo y el recuerdo basado en sensaciones que pasan desapercibidas y sin embargo permanecen en la memoria... y el final.. me ha encantado.
En "quien suscribe"...dices que de Literatura entiendes menos que de cine.
Entonces, amigo Nacho, cuando escribes en tu blog, ¿qué haces?
Ha sido estupendo viajar contigo y tu familia a un sitio que no conozco. Dan ganas de ir. ¿Se siente tanta paz cuando estás allí como cuando lees lo que narrras?
Un saludo cariñoso, Nieves
Muchas gracias por vuestros comentarios. Realmente, me animan a seguir en esta empresa que, a veces, he estado a punto de abandonar. Y bienvenida, Nieves, a este blog que es un poco de todos nosotros: de Carmen, responsable del 99% de las fotos y, por su apoyo, de su continuidad (pronto cumplirá dos años); y de nuestros hijos que, así lo espero, algún día se asomarán a él para verse reflejados en algo más que en las fotografías
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