martes, 14 de mayo de 2013

En busca de la portada perfecta


Ahora mismo no lo recuerdo muy bien, pero debió ser hacia 1987 o 1988 la primera de las dos veces que estuve en Taizé, donde se celebraban los encuentros ecuménicos organizados por el hermano Roger (Roger Schutz, 1915-2005). En aquel pueblecito de la Borgoña se reunían jóvenes de todas las iglesias cristianas (y, si no me equivoco, también de otras confesiones) para, unidos en una sola fe, orar al mismo Dios. Resultaba emocionante comprobar las adhesiones que despertaba frère Roger, tantas que el propio Juan Pablo II se dejaba caer por allí con frecuencia. A Taizé, situado a una decena de kilómetros de Cluny, acudían personas de todos los países, colores y credos, y se respiraba un ambiente festivo y distendido, nada encorsetado, muy alejado de la mojigatería y ñoñez que, en principio, las circunstancias pudieran dar a entender.


Iglesia de la Reconciliación (Taizé)


Por muchos años que pasen, nunca podré olvidar el estado muy cercano a la catarsis que se alcanzaba al escuchar a miles de voces entonar el kyrie Eleison o aquellos versos de Teresa de Jesús, “Nada te turbe, nada te espante…”, a modo de salmodia infinita, de mantra recitado con todos los acentos del mundo. Ni los árboles desnudos que amanecían el domingo de Resurrección engalanados con multicolores huevos de Pascua. También conservo memoria de la lluvia y humedad constantes, de los paseos por Cluny y su abadía, del TGV, el paradigmático tren de alta velocidad que cubría el trayecto París-Lyon y veíamos volar silencioso a lo lejos. Y de las gentes, de esos irlandeses como recién salidos de Las cenizas de Ángela que nos preguntaban muy interesados si a España había llegado la televisión, de los italianos camorreros, los polacos circunspectos, los americanos siempre admirados y curiosos, los graves alemanes… Y esas amistades por correspondencia que  se apagaban poco a poco al ritmo que se desvanecían nuestras ganas de escribir…

Por aquel entonces, yo debía estar enredado con la Confirmación y practicaba cierta vida de parroquia y catequesis. Pero anda todo tan revuelto en la espiral del recuerdo que, a la hora de llamarlo, se me presenta mezclado con fechas y personas que nada tienen que ver entre sí. Quizá en otro momento, revisando fotos, contrastando testimonios y releyendo cartas (si es que no me desprendí ya de ellas al volver alguna página de mi vida), pueda poner en pie mis dos estancias en Taizé y la de Londres, motivadas las tres por el movimiento ecuménico.


Pero hoy las prisas ganan a la reflexión y el acaloramiento e inmediatez a la mesura. Porque los sentimientos que me inspiran  los modos y maneras en que se va a verificar la confirmación de Itziar el próximo sábado 18 de mayo, en nada se parecen a lo que viví en Taizé o en la parroquia de mi barrio, y que se amontonaron el mi cabeza el domingo pasado mientras, sentado a los pies de un pilar de la nave central de la catedral de la Almudena, con Alejandro en mis rodillas acribillándome a preguntas, asistíamos los cinco al ensayo de esa especie de desagravio presentado como macro-Confirmación, verdadero espectáculo que, al igual que el Transiberiano o la muralla china, se podrá ver desde la Luna.
Interior de la iglesia de la Reconciliación


Porque contra todo pronóstico, pateando la tradición, al menos en la Archidiócesis de Madrid, las confirmaciones no las van a impartir los vicarios en las diferentes parroquias. Con la excusa del Año de la Fe (o algo así), será el Cardenal Rouco Varela, con todo su boato, y auxiliado por la friolera de más de una treintena de sacerdotes, quien administre el sacramento a unos 1200 chavales en la explanada de la Catedral. De manera que, si Dios no lo remedia (y parece que no va a ser así) entre confirmandos, padrinos, sacerdotes, catequistas y familiares de los protagonistas del acto nos concentraremos, en el sacro y regio aprisco improvisado en la Plaza de la Armería y la susodicha explanada, no menos de ocho mil personas.


Catedral de la Almudena
 

Querámoslo o no, sin consultar previamente a los interesados (en este caso: afectados), el sacramento que, con la extremaunción, debería ser el más íntimo y familiar que asumiera todo cristiano, se va a convertir en una fiesta de luz, color, calor y tenderete, en una demostración tiránica del poder de convocatoria del Papado madrileño. Lo vivido el domingo en ese pastiche que tenemos por catedral, completamente abarrotada de público, con los chicos exhibiendo el más monumental de los despistes, los padres disimulando a duras penas el cabreo, un sacerdote intentando ensayar unas canciones anodinas, el cardenal pronunciando palabras vacías y un maestro de ceremonias afanándose en que la performance quedara lucida y aconsejando, de paso, generosidad con los donativos…; toda esa escenografía que bien podría haber salido del caletre de un Berlanga o un Almodóvar, resultó algo inenarrable.


Fachada de la catedral, desde la Plaza de la Armería
 

El sentimiento religioso, como cualquier otro impulso, se evapora si no se cultiva, aunque siempre queda un rescoldo capaz de darle vida si se sabe estimular. Si bien es cierto que, por unas razones u otras, tal vez por pura pereza básicamente, hace años que me alejé un tanto de la Iglesia y su entorno, siempre he respetado a la Institución como tal y a sus miembros, y hemos procurado inculcar a nuestros hijos, además del mismo respeto, cierta afición. Personalmente, defiendo y defenderé a la Iglesia de cuantos ataques y críticas infundadas recibe tan a menudo, pues la considero depositaria de unos principios de mera conducta que todos nosotros, independientemente del ambiente en que hayamos crecido, hemos recibido en mayor o menor medida. Tampoco rehúyo sus ceremonias y liturgias, tan revestidas de espiritualidad. Y no obstante conocer (y padecer) a más de un “católico profesional”, con la palma de la mano encallecida de tanto golpearse el pecho; de esos a los que solo les falta exclamar: “¡Hay que joderse lo bueno que soy!” (luego te pago el copyright, Carmen); no obstante el gran número que suman todos aquellos que perpetran tremendas fechorías que nada tienen que ver con el mensaje que aseguran seguir y proclamar, no dejo de pensar que todos ellos no son más que una excepción, una triste anécdota que en nada enturbia una trayectoria, la de la Iglesia, cuyo balance general es positivo.
 
¿Cuántos efectivos de la policía se destinaran a este "servicio"?

Con todo y con eso, repitiéndomelo a diario desde que tuvimos constancia de lo que se avecinaba, no me abandona esa sensación de estar siendo manipulado, esa conciencia de estar regalando un tiempo y un esfuerzo que no me sobran al engrandecimiento de una causa que no es la mía. Porque una cosa es evidente: sólo se puede sacrificar el carácter íntimo y familiar del sacramento de la confirmación cuando el beneficio obtenido es superior al valor al cual se renuncia. Y ahora mismo, cuando Madrid se ha convertido en un “concentracionódromo”, todos quieren echar su cuarto a espadas y demostrar que son capaces de reunir al mayor número de personas. Esfuerzo inútil y ridículo donde lo haya pues nuestra ciudad, con cuatro millones de habitantes, es capaz de dar cabida a varias decenas de miles de personas que respondan a la llamada más insospechada y disparatada. En definitiva, poco importa el motivo que aúne, cuando lo que se persigue en realidad es una favorable reacción de los medios (una buena fotografía, un minuto en un informativo…). Que conste que yo no critico el hecho en sí. Cada cual es muy libre de aportar su granito de arena a la causa que considere más justa. Insisto en el matiz de la libertad. A nosotros nos han obligado a formar en unas filas determinadas para que el domingo 19 de mayo ABC publique una portada en la que se vea a una muchedumbre apiñada de mala manera entre el Palacio Real y la Almudena, bajo este previsible titular: “Madrid se vuelca en la Confirmación de sus jóvenes”

Yo solo pido que respeten mi derecho al pataleo.

1 comentario:

Marina Escobar dijo...

Como siempre tienes la virtud de expresar con palabras lo que pasó por la cabeza de cualquiera de los que tuvimos el dudoso honor de ir el domingo pasado a la Almudena..
Disiento de tu argumentación en algunos aspectos, a saber, si el espectáculo del domingo fue dantesco fue en parte por el comportamiento individual de cada uno. Para mí estar en la Iglesia es algo sagrado, y me horrorizó ver a adultos mandando mensajes por el móvil sin para, hablando y riéndose..Los chavales, no hacían sino imitar el ambiente de desidia que lo presidía todo..
El numerito del sábado va a ser de ole...de nosotros depende no convertirlo en una pantomima..