De camino a la montaña
se encuentran numerosos obstáculos. Se yergue, a lo lejos, poderosa y altiva,
tan fría como el metal. A medida que las convulsiones del suelo han ido
moldeando su fisonomía, sembraba de vástagos su entorno, unos más grandes,
otros más chicos, algunos una simple meseta chata y roma, y los de más allá, de
crecimiento rápido e insolente, apenas resisten las embestidas del huracán…
Todos intentan imitar a su matriz, exhibiendo su majestuosidad e imperio a una
escala reducida, casi ridícula, como de opereta.
De cerca, no dejan de
imponer respeto, pues ocultan con su sombra a la Gran Madre, usurpando incluso
su personalidad y sus destellos. Muchos dicen, sin duda inspirados por ese
miedo irracional que nace de la pasta animal con que estamos moldeados, que el
aventurero incauto corre el riesgo de sucumbir a su fulgor y hechizo, lo cual
es un grave error pues, toda vez que pisa la cima, esta se aplasta hasta
desaparecer. Pero, entonces, como por arte de magia, surge de las profundidades
de la tierra otra cordillera más que se extiende indefinidamente rayando el
horizonte antes de alcanzar a la Montaña. Eso, al menos, es lo que dicen.…
Bueno, no es
exactamente así, o no siempre se desarrolla la acción de la misma manera. Todo
depende del carácter de quien pretende llegar a la Montaña, de su fuerza y
disposición, de la entereza de su ánimo. Para algunos, el terreno no se
presenta tan accidentado, y la empresa más se parece a un paseo militar que a
un safari delirante y peligroso. Para los más, todo adquiere proporciones
ciclópeas y muy pocos se atreven a incorporar el papel de un nuevo Hércules
aceptando el reto de las doce pruebas.
Porque de reto se puede
calificar el empeño en sortear las piedras que un poder omnímodo y dulce,
terrible y silencioso, pone bajo los pies descalzos de quien pretende
desarrollar una vida plena, con sus potencialidades solo mediatizadas por los
imponderables de la naturaleza, contra los que bien poco podemos hacer, no por
los caprichos de esas mentes antojadizas y bienintencionadas que rigen nuestro
destino..
Pocos saben que,
coronada con éxito la primera de las cimas, el resto de la cadena se difumina
como un espejismo y, de forma inopinada, se reduce drásticamente la distancia
que nos separa de nuestro objetivo.
Contra todo pronóstico,
el político no es un ente aislado, lejano e inaccesible; un compartimento
estanco sin comunicación con el exterior; no habita un Olimpo apartado de la
realidad, ajeno a los problemas de la gente a la que dice servir. Esta imagen de
la clase política, fomentada tal vez por ella misma de forma involuntaria,
aunque parezca una paradoja, facilita sobremanera la canalización del
descontento. Genera unos espacios de protesta controlada donde derramar la
insatisfacción y la impotencia. Heredera de la tan traída y llevada lucha de
clases, en virtud de la cual la Historia se reducía a una confrontación sin
tregua ni cuartel entre grupos que se concebían como unidades cerradas y
compactas, formadas por miembros iguales entre si, cuyos únicos objetivos en la
vida se limitaban a dominar y a no dejarse dominar, dicha cosmovisión peca, en
el mejor de los casos, de una candidez infantil, de un maniqueísmo que impide
alcanzar la raíz de los problemas, hipotecando cualquier análisis serio de la
sociedad y sus agentes.
Bien es cierto que
simplificar el mundo a una lucha entre ángeles (nosotros) y demonios (todos
ellos), consuela como un bálsamo, al igual que enjugaba las lágrimas y el dolor
de los afligidos aquella feliz creación del Purgatorio durante las convulsas y
críticas décadas del la Baja Edad Media, con la muerte siempre presente, años
de epidemias y guerras que diezmaron a la Cristiandad.
De siempre, las
sociedades, y en mayor medida las modernas, son bastante permeables, aunque se
hayan impuesto desde las cátedras universitarias una panoplia de esquemas y
estructuras a los que tenía que amoldarse, sí o sí, la realidad, tanto la
presente como la pasada, con la intención de ejercer un mayor control sobre la
futura.
Esa permeabilidad, ese
constante y promiscuo intercambio de modos y maneras entre la sociedad y sus
dirigentes, hacen que la identificación de los responsables de los problemas
resulte complicadísima. Lo que repudiamos en un político, lo estamos viendo a
diario en nuestro entorno más inmediato sin apenas darnos cuenta. Por lo tanto,
es necesaria una tarea previa de introspección, porque: ¿qué fue primero: la
gallina o el huevo?, ¿quién corrompe a quién?...
En momentos como este
de gran confusión conviene revisar nuestra escala de valores, actuar conforme a
lo que nos dicte la conciencia y estrechar aún más los lazos que mantienen
unido nuestro ámbito más próximo. Solo la coherencia y la honradez, la
adecuación del pensamiento con los actos, nos hará fuertes y libres para hacer
frente con ciertas probabilidades de éxito a la estrategia del piojo. Advierto
que no es tarea fácil.
Porque todos sabemos
cómo se las gasta este bichejo. No basta con localizarle y eliminarle, pues
para entonces ya habrá sembrado sus huevos. Muchos creen que con su muerte se
acabó el problema, ignorando que este será recurrente si no se identifica al
primer transmisor y no se hace un seguimiento diario de los huéspedes hasta su
total aniquilación (¡de los bichos, claro!). Con los piojos pasa como con los
vampiros: existen desde hace miles de años porque nadie creía en ellos; y como
con las almorranas: nadie las ha tenido nunca hasta que alguien comenta que las
padece… Hay quien asegura que esos parásitos los diseminan en las entradas de
los colegios los fabricantes de productos farmacéuticos orientados a su
erradicación. El que no se conforma es porque no quiere…
Podemos
reconocer, con nombre y apellidos, a varias de estas liendres. A una de ellas
le debo la creación de este blog, pues del impacto que me produjo confirmar su
maldad intrínseca salieron dos o tres reflexiones relativas a los saqueadores y
esa chusma de similar pelaje. Asistí a la epifanía del horror hablando con
ella, hará cosa de cuatro o cinco años. Desde entonces, se ha repetido la
situación en tantas ocasiones que me es permitido sacar una ley. En estas
sucesivas entrevistas con el vampiro, sin el encanto de un Brad Pitt, la agilidad
verbal de la escritora Anne Rice, ni la conciencia de que si no ponía remedio
me iban a sacar la sangre (y a meter la mano en la cartera) a la primera de
cambio (como así sucedió), se repetían con asombrosa puntualidad una serie de
técnicas extraídas de un manual pardo de habilidades sociales, como pueden ser
el despliegue de una humildad desmedida, la alabanza al interlocutor
(deslizando de vez en cuando alguna crítica a los que considera adversarios del
mismo) y la promesa de un futuro cuajadito de posibilidades de promoción… De
haber conocido a esa liendre en la actualidad, creo que no habría sucumbido a
su hechizo. Nunca es tarde si la dicha es buena…
A lo que voy. El
problema está tan extendido, que la clase política solo es una más de las
responsables del mismo. La liendre a la que he hecho mención más arriba sigue
robando y saliendo en las fotos por mucho que un puñado de personas combativas
rodeen el Congreso. Todos podríamos enumerar varias soluciones que despejarían
tales problemas. Pero esas medidas, en mi opinión, cargaditas de las mejores
intenciones, adolecen de la falta de radicalidad que exige la gravedad del
asunto. Sería como arrancar la mala hierba de un sembrado con las manos o
limitarse a matar el piojo que descubrimos en una cabeza infantil. En ambos
casos, y a muy corto plazo, parecería que habríamos conseguido nuestro objetivo
sin demasiado esfuerzo; pero, al poco tiempo, comprobaríamos cómo se extiende
la cizaña por el trigal y las liendres por el cabello de la criatura.
Si admitimos abiertamente
que nos han invadido los piojos, que el mal
también está en nosotros
mismos y no solo en los demás, habremos avanzado mucho en el camino de la
montaña, de la recuperación de las riendas de nuestra vida.
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