viernes, 24 de febrero de 2012

Los aprendices de brujo. Acerca del Real Decreto Ley 3/2012, de medidas urgentes para la reforma del mercado laboral

España vio cómo nacía en el siglo XVI una curiosa manera de participación, o al menos así se consideraba entonces, en la cosa pública: el Arbitrismo. Armados de argumentos variopintos, a veces sólidos, pero casi siempre disparatados, muchos escritores se lanzaron con un frenesí digno de mejores causas a la tarea de proponer soluciones a los males que afligían al país y a su gobierno. Lo que empezó siendo una corriente ensayística, no tardó en convertirse en un auténtico deporte nacional practicado con fervor de neófito en tertulias y mentideros. Tal entusiasmo, lejos de enfriarse como cualquier moda, se ha mantenido a lo largo de los siglos, y nada habría que objetar al respecto siempre y cuando no hubiera trascendido de sus cauces habituales, esto es, la opinión pública.

El problema surge cuando el arbitrismo contagia a la casta política, de manera que los responsables del mal se erigen en sanadores de la enfermedad que han provocado. Si eres parte del problema, difícilmente podrás formar farte de la solución. Esta esquizofrenia que padece la política española desde el siglo XIX cuando, apenas abrazadas, se abandonaron unas sanas prácticas liberales (el "santo temor al déficit") en pos de un engañoso espíritu de conciliación de fuerzas que en absoluto anhelaban la concordia, está en la base de la distorsión de nuestra historia contemporánea.

Este arbitrismo, en su ascenso vertiginoso hasta la cumbre de la toma de las grandes decisiones, se ha tenido que servir ad nauseam de la reglamentación y la regulación (hay quien dirá regularización), siempre travestidas con el inocente disfraz de la legislación. Incapaz de asumir que los individuos son eso, entidades únicas y diferentes entre si, cada uno con su personal proyecto de vida y con las herramientas que a lo largo de la misma se ha ido forjando para perseguir dichas metas, insiste, con espíritu de entomólogo, en establecer complicadas taxonomías, clasificaciones artificiales  y rangos estériles para el mejor control del conjunto de la sociedad. Y con un afán de aprendiz de brujo, se aventura hasta abismarse en los ensayos más peregrinos que, en no pocas ocasiones, estallan en sus (nuestras) narices. No le faltaba razón a Quevedo cuando, en La hora de todos, se refería a los arbitristas como aquellos que quitan a todos cuanto tienen, esforzándose en convencerles de que ese robo les hará más ricos.


El día que no se considere ominoso reivindicar la individualidad,
habremos dado un paso de gigante hacia la libertad

Uno de tantos experimentos lo constituye la última reforma del mercado laboral inaugurada con el "Real Decreto Ley 3/2012, de medidas urgentes para la reforma del mercado laboral" (BOE, 11 de febrero de 2012), tremenda monografía de más de 60 páginas, cuyas 10 primeras se asemejan más a un artículo de opinión que a una exposición de motivos.

Como toda medida arbitraria nace de una arrogante ignorancia de la realidad, se dirige a la obtención de unos objetivos inconfesados pero por todos barruntados, denota una soberbia monumental y siempre le será sugerida a su autor por una fuerza superior a él, contra la que se defiende con uñas y dientes, y que acabará calificando de imponderable.

Ignorancia

Existen infinidad de formas de trabajo que responden a numerosas maneras de producción y que se desarrollan en múltiples tipos de empresa como marco de otras tantas categorías de relaciones laborales. No es lo mismo hablar de la función pública que de la empresa privada. Por ejemplo, esta última será de mayor o menor tamaño, nacional, extranjera o transnacional, limitada, anónima, UTE.... También hay grandes empresas que se han ido privatizando los últimos años adquiriendo mayor o menor preponderancia en su sector, que conservan o no prácticas de gestión  funcionariales, que han saltado nuestras fronteras o no. Así como empresas participadas en un grado u otro por la Administración Pública, fundaciones con fuentes de ingresos claras o, más frecuentemente, turbias, empresas sin ánimo de lucro [sic], pequeños y medianos autónomos con o sin empleados, empresas familiares... En fin, todo un mundo en si mismo muy difícil de abarcar y reducir. ¿Será consciente de ello el legislador cuando dicta normas que obligan y afectan a todos por igual...?

Soberbia

La pretensión de establecer una legislación que satisfaga las necesidades de esa realidad infinita y cambiante solo denota una soberbia que raya en lo patológico. Se podrán intentar todas las fórmulas matemáticas que se quiera, convocar miles de comisiones de expertos con pingües dietas, reunirse con todos los agentes implicados... al final solo se hallará una solución parcial que necesariamente perjudicará a la gran mayoría de los afectados.

A estas alturas de la película, no considero la ignorancia como causa primera de ningún mal, ni justificación de cualquier actuación. En un mundo donde se ha llegado a altas cotas de conocimiento y de rapidez en su transmisión, la necedad, al igual que la falsa moneda, tiende a desplazarse hacia los márgenes. De donde se deduce que el afán regulador responde a unos


... y las veces que haga falta. Ellos no están
acostumbrado a escuchar negativa alguna



Objetivos perversos

No existe mayor perversión que la orientada a adueñarse de vidas ajenas. Esta tendencia tan humana, que todos asociamos a su vertiente sexual (violaciones, abusos...), tiene una faceta social (dominación y anulación del prójimo) y económica (apropiación de los bienes y del producto del trabajo del vecino) que no se puede dejar de lado. La reforma laboral, lejos de resolver, como se nos quiere hacer creer, un problema tan real y acuciante, sólo va a servir para:

1. Afianzar el papel mediador de la casta sindical en los conflictos laborales que, no solo no han cesado o disminuído, si no más bien aumentado desde el mismo día de la publicación del decreto. Como intermediario entre empleador y empleado (!vaya palabros!), consolidará el poder e influencia de los que ya disfrutaba, conservando los ingresos adquiridos por los EREs, el monopolio de la formación, los planes de pensiones que gestionan (y hunden o distraen), fundaciones y puestos en consejos de bancos y empresas, ejerciendo una presión política que no responde al apoyo social de su escasa afiliación. Además, se aleja un poco más la posibilidad de que la justicia intervenga en los desacuerdos, que ventilan en los despachos los enlaces y la patronal.

2. En vez de premiar la excelencia de aquellos trabajadores y empresarios que así lo merezcan, se echa un capote, a modo de facilidades para el despido, a aquellos gestores que han demostrado negligencia, incapacidad o malas artes.

3. La falacia consistente en afirmar que el despido libre es una fuente de creación de empleo solo sería una broma pesada si no tuviéramos en cuenta las condiciones de vida que sufren cinco millones de españoles. En un país donde no se crean puestos de trabajo porque los sucesivos gobiernos se han dedicado a perseguir y anular todo afán emprendedor y creativo, el concepto de movilidad y desvinculación no deja de ser un ensueño o más bien una pesadilla.

4. El gobierno, como tal, solo podría introducir medidas de saneamiento en el ámbito de su más estricta competencia, esto es: la Administración Pública. Resulta ridículo reducir el sueldo a los funcionarios si antes no se ha llevado a cabo un análisis en profundidad de cada puesto y el servicio que debe atender; si no se fiscalizan adecuadamente los gastos, auditando las empresas públicas  o aquellas que reciben subvenciones de forma total o parcial y cuyos ¿gestores? hacen y deshacen a su antojo, malversando y adueñándose (a través de fundaciones sin ánimo de (escaso) lucro) de los fondos recibidos con la tranquilidad y seguridad que proporciona saber que no tienen que rendir cuentas a nadie ya que se valen, por un lado, de abogados sin conciencia para engañar a sus trabajadores (¿dónde están los sindicatos?) y, por otro, de la inhibición de una Administración que jamás les va a exigir que justifiquen el gasto de cada céntimo entregado.

5. Resucitar un fantasma que debería estar del todo enterrado, por asumido, en una sociedad moderna: el de la paz social.  Invocar ese concepto o amenazar con su ruptura es algo que pone los pelos de punta, sobre todo cuando los españoles hemos sufrido en nuestras carnes su ausencia. Y, hombre, las circunstancias no eran asimilables a las actuales.


Imponderables


Pero no nos engañemos: al final, como siempre, el infierno y el culpable es el otro. Europa nos obliga, el calendario lo marcan Alemania y Francia, nos queda muy poco margen de maniobra, los mercados nos están poniendo contra las cuerdas... y bla bla bla. Esto el gobierno, porque los sindicatos dirán lo propio de la patronal y viceversa


A muchos no les entra en la cabeza este sencillo
esquema

El caso es que al final las responsabilidades se diluyen, el común de los mortales ve peligrar sus actuales condiciones de vida y los malhechores se van de rositas a una jubilación dorada o a calentar el sillón del consejo de administración de un banco o una gran empresa, eso sí, muy bien remunerado.

Conclusión

Por los años del auge del arbitrismo, durante la crisis del siglo XVII se difundió un adagio, como tal, muy ocurrente y sentencioso: "Si el Rey no muere, el reino muere". Llamemos Rey o reino a quien (o a lo que) nos dé la gana. ¿No es triste tener que esperar al hecho biológico para conocer el final de nuestras penalidades?

La fluidez y la transparencia en la comunicación entre las partes implicadas en la producción y los servicios, sabiendo qué se espera de cada uno, cuáles son los objetivos a perseguir y de qué medios se dispone para su consecución, daría al traste con los saqueadores, trileros y aprendices de brujo que tanto abundan hoy en día. La ocultación de la información o propocionarla de forma sesgada y distorsionada, con el objeto de la impunidad en el robo, es su arma; la nuestra, establecer pequeñas solidaridades compatibles con un individualismo consciente que nos ayude a decir NO. Porque esa negativa es la única opción que nos queda para evitar que toda esta tropa lleve a efecto su política de tierra quemada, esquilmando recursos e hipotecando el futuro de las próximas generaciones.


¿Qué nos encontraremos al otro lado de la niebla?





domingo, 19 de febrero de 2012

Sobre libros y lecturas

De unos meses a esta parte llegamos al viernes en un estado francamente calamitoso. El cansancio acumulado durante la semana parece aumentar la sensación del frío ambiente y cualquier plan, por mínimo que este sea, adquiere unas proporciones gigantescas, casi inabarcables. Volcamos tantas expectativas, demasiadas quizás, en el fin de semana, que al final este sigue su curso mientras nosotros capeamos el temporal, intentamos sobreponernos a duras penas, y el balance que recogemos el domingo es más bien escasito.

El viernes pasado, temiendo la sacudida de un estado gripal que se insinúa sin llegar a declararse del todo, conseguí escabullirme de una muerte segura en el parque y, ¡cobarde de mi!, dejé a Carmen y a los pequeños en los columpios, luchando contra los osos polares y los pingüinos, y me quedé “solo en casa”, dándole vueltas a este bloc de notas que no acaba de encontrar su ritmo y su lugar.

Curioseando entre las bitácoras que suelo visitar, y que a través del enredado mundo de los enlaces te remiten a otras, y estas a su vez a otras diferentes en un viaje sin fin, encontré un artículo dedicado a reivindicar la figura de Gonzalo Torrente Ballester y de pronto, como invocados por la maltrecha figura del gallego, comenzaron a desfilar por mi recuerdo todas aquellas novelas que leí con auténtica fruición y que hoy, mudos testigos de un atentado flagrante contra mi nunca negado fetichismo, aguardan en el trastero a que nos decidamos a incrementar el “número de metros lineales” de nuestras estanterías. Tantas novelas…. y las sensaciones que quedarán para siempre unidas al momento de su adquisición y lectura.

Dejarse mecer por las trampas de la memoria cuando todas las herramientas del discernimiento se han rendido a la evidencia de que, en un determinado punto, no es posible separar lo vivido de lo contado y, menos aún, de lo soñado o imaginado y deseado, supone al acta de nacimiento de toda empresa literaria con vocación de permanencia. Como una querencia insoslayable, es el imán que atrae a infinidad de productos historiográficos que se jactan de alta calidad científica y, en tal sentido, encabezan, a modo de autoridad incontestada, las más afamadas bibliografías. Y yo no soy quién para afear esa conducta, cuando no pocas veces me las veo y me las deseo para aislar algún hecho concreto de mi vida, acotarlo de los comentarios y decires que sobre el mismo escuchara en boca de mis padres y hermanos, o de esos demonios que tan a menudo nos acompañan susurrándonos al oído diferentes versiones del mismo asunto aderezadas por el temor o la esperanza.

Sin ánimo nihilista, mucho menos subjetivista, creo firmemente que nuestra vida, lo que consideramos nuestra historia personal, no se puede librar así como así de esos lazos de la memoria, de la gozosa asunción de la mezcla de realidad, deseos, temores y esperanzas que le proporcionan una forma nunca del todo definitiva, pues basta la aportación de un interlocutor válido para introducir nuevos matices en su fisonomía...

En este sentido, la asociación de GTB y los resfriados se cumple desde que otra tarde de viernes invernal de mediados de los 80 me acerqué a la Casa del Libro de la Gran Vía, me hice con un ejemplar de Dafne y ensueños,  y me encerré en la habitación hasta que el sopor y la fiebre me arrebataron el libro para sumirme en el  letargo. Sentía cómo seguía la vida ahí fuera, afanándose mis padres en sus asuntos mientras yo me dejaba arrastrar por el discurso de GTB alrededor de las Torres Bermejas y las apariciones de Dafne.
El espacio cerrado, la intimidad y un cierto grado de aislamiento del mundo son los ingredientes necesarios para alcanzar el pleno placer de la lectura, facilitando la inmersión en aquellos universos que nos invita a visitar un buen relato. Como esos paisajes de La isla de los Jacintos Cortados, mediterráneos y marineros, inundados de sol, por donde pululan Nelson o Napoleón, las parcas siempre presentes, y esas historias de amor, a las que tan aficionado era el novelista. Isla a la que accedían el maduro profesor de una universidad americana (trasunto del autor) acompañado por la joven alumna aventajada, gracias al feliz recurso de las interpolaciones mágicas.

En otra ocasión, con anterioridad a la adquisición de Dafne y ensueños, me hice con un buen número de las novelas del autor publicadas en la colección Destinolibro. Y fueron cayendo, una tras otra, Fragmentos de Apocalipsis, La saga/fuga de J.B., La isla de los Jacintos Cortados, Off side... A esa colección le debo gran parte de mi afición a la literatura, pues gracias a ella conocí la obra de Juan Goytisolo (sus primeras, y para mi, mejores novelas), Carmen Martín Gaite, Ana María Matute... y se fueron formando mis preferencias literarias.

De forma simultánea, me hice asiduo a la Cuesta de Moyano y a sus casetas abarrotadas de libros usados. A ese paraíso del buscador de saldos me llevó mi padre por primera vez siendo muy niño, como una parada más en las excursiones dominicales que solíamos hacer los dos solos por el centro de Madrid. Todavía no sentía ninguna curiosidad por los libros, pero le recuerdo hojeando los volúmenes amarillentos, deteniéndose en alguno de ellos y sopesando su compra... También tengo grabada la imagen de mi padre con su gabardina gris, sobresaliendo por uno de sus bolsillos un australito, esos libros de la Colección Austral que todavía están en su casa. Leía muy a menudo a Ortega y Gasset y a mi pregunta sobre su afición a la filosofía, respondía invariablemente: "Escribe muy bien. Da gusto leerle" A él le debo, aunque me dí cuenta demasiado tarde para compartirlo, el ingrediente esencial del placer para el auténtico disfrute de la lectura.

Hace años que no me acerco por allí, como también hace tiempo que no sé nada  de mis manoseadas novelas de Destino, todas ellas con la fecha de su compra y párrafos enteros subrayados. El viernes pasado me vino a la cabeza una frase de Yo no soy yo, evidentemente, una de las últimas novelas de GTB, que decía algo más o menos así, y que ha ayudado a dar pie a esta disquisición:

"El tiempo lo miden nuestros corazones. Yo creo que emana de ellos, y que es la mezcla de deseos, esperanzas y temores la que le da forma" 

lunes, 6 de febrero de 2012

¿Dónde se esconde Abraham van Helsing?. Desmontando al trilero



En la naturaleza, todos los seres se guían por tres impulsos: la supervivencia, la generación y un cierto dominio sobre el entorno que posibilite el desenvolvimiento de los dos primeros. La combinación armónica de dicha triada, la no preponderancia de una de ellas sobre las demás, es lo que mantiene aquello que conocemos como orden natural.

Desde que el hombre abrazó su condición de tal bajando de los árboles y asumiendo la vida en sociedad como la única que merecía la pena ser vivida, se fueron cimentando las bases de la civilización mediante la división del trabajo y el establecimiento y observancia de unas normas de mera conducta, lo que sublimó en cierta medida los atavismos que compartimos con los seres unicelulares.

La aceptación del hecho de que no estamos solos, que el intercambio de conocimientos y servicios de forma libre y voluntaria (división del trabajo) en el marco de unas leyes no escritas pero por todos refrendadas, como el hecho de no usurpar las propiedades ajenas, incluída la más preciada: la vida, (normas de mera conducta, en feliz expresión de Hayek), facilitó el desarrollo vertiginoso  de la civilización.
No obstante, en ciertos momentos de la historia el desequilibrio del orden natural adquiere un inusitado protagonismo, dándose carpetazo a la división del trabajo y pateando esas normas de mera conducta adquiridas por todos durante los primeros años de vida; y entonces vemos cómo se afana el hombre en ponerle un yugo a sus semejantes, apropiándose indebidamente del fruto de su trabajo, hasta el extremo de eliminarle para obtener un pedazo de pan o la seguridad de su prole.
Afortunadamente, y en contra de lo que pudiera parecer, estas circunstancias son excepcionales, aunque supongan el principal campo de acción del historiador, más atento al estado patológico del hombre (crisis, guerras..) que a sus más largas etapas de plena salud.


Bueno, excepcionales excepcionales… no. La división del trabajo se abandona de forma violenta durante las guerras y silenciosa cuando los gobiernos intervienen impúdicamente en el libre juego de la producción, truncando en ambos casos de forma inevitable la economía. Y qué decir de las normas de mera conducta, identificadas con ciertos valores intemporales, a veces asociados al catecismo, inculcados a los niños en el seno de las familias (y que se deberían fijar en la escuela), y que apenas se tienen en cuenta en la actualidad...


Estas traiciones se dejan sentir en el lenguaje, introduciendo la confusión en los términos, incluso el quebrantamiento de los significados cuando, sin el menor sonrrojo, nos referimos a la autoridad cuando queremos decir mando, y al respeto cuando solo se trata de obediencia, todo ello con la dignidad como fondo. Porque pocas palabras son tan retorcidas y estrujadas por las manos del arbitrario que esta de la dignidad. Cuanta más obediencia (respeto) exija (solicite) a sus subordinados (compañeros) en función de un mando (autoridad) que ostenta (ejerce), más se le llenará la boca de la dignidad debida (aceptación incondicional de mis caprichos)



Como todo saqueador que se precie, debe rodearse de individuos que le profesen una fe ciega, y ya que ese sentimiento es unidireccional, es decir: va de menor a mayor (nunca viceversa), aquellos que le sigan y aplaudan sus designios torticeros, por necesidad ocuparán un rango moral inferior al del líder.
Esta figura del líder con mando, cada vez más extendida en las organizaciones, y cuya raíz la podemos rastrear en la clase política, parece que está provocando una sustancial alteración en las relaciones sociales y económicas. Observamos con una frecuencia que aumenta día a día, cómo los procesos se deterioran, los servicios no se cumplen con la puntualidad y calidad que exigiría el precio que pagamos por ellos. Tenemos que convivir con una serie de fallos cuya solución es conocida por todos, y sentimos como algo inexorable el próximo deterioro de las cotas de bienestar que serían lógicas y acordes con el nivel de desarrollo y formación alcanzado por los trabajadores....

El falso trilero, ducho en el ardid y el engaño, contamina todo cuanto toca, aunque tendría un recorrido muy corto si el ser humano no le hubiera puesto como modelo a imitar. Ya no es únicamente un tipo ambicioso y sin escrúpulos. Incapaz de producir nada, al grito de marica el último desarrolla unas dotes, dignas de mejor empeño, en el antiguo arte del robo y la rapiña. Su único lema: "Después de mí, el diluvio". Su efecto intoxicador consiste en inhibir la capacidad creadora de los que tienen la desgracia de sufrir su gestión. A su paso, deja un reguero de juguetes rotos y una descendencia de aprendices avezados en el saqueo, que se multiplican como los vampiros, aunque su eliminación resulta mucho más complicada. Tendríamos que buscar en nuestro interior al posmoderno Abraham van Helsing que nos rescate de sus garras.