Mientras leía la novela
de José Herrera “Petere” cuya reseña reproduzco más abajo, cayeron en mis manos varias
noticias.
De una de ellas no tomé
referencia (apócrifa, por mi culpa) y no he podido recuperar la fuente, por lo
que la suelto así, a quemarropa, a riesgo de que un lector avisado me ponga la
cara colorada. En ese texto se aseguraba que el Premio Nacional de Literatura
correspondiente al año 1938 había sido adjudicado al poemario “Son nombres ignorados” del alicantino Juan Gil-Albert (Alcoy, 1904-Valencia,
1994), pero que una maniobra de última hora se lo arrebató para
entregárselo a José Herrera “Petere”
(Guadalajara, 1909-Ginebra, 1977). Esa misma información, después de basar
la decisión inapelable del jurado en la condición homosexual de Gil-Albert y en
su no demasiado entusiasta adhesión al Partido Comunista, proporcionaba un dato
que se podía calificar de “justicia poética”, pues nos presentaba a “Petere”,
del brazo de Miguel Hernández, reclamando en Valencia, ante los órganos
gubernamentales competentes, el importe del galardón así obtenido por el
alcarreño, reclamación que, parece ser, no tuvo la respuesta esperada por los
poetas.
Y así quedó la cosa. El
asunto “Petere”/Gil-Albert fue olvidado en el cajón de pendientes a la espera
de una aclaración, pues por mucho que tirara de la cuerda, y al no tratarse de
un tema, (la poesía, los premios y sus trasfondos) que domine especialmente, se
enmarañaba más y más.
Hasta que la lectura de
un artículo publicado por Eduardo García en “La Nueva España” (23 de marzo de
2003), dedicado a la figura del líder comunista asturiano Wenceslao Roces,
trajo de nuevo al primer plano de mi atención dicha polémica:
“Cuentan
que el Premio Nacional de Literatura de 1938 iba destinado al joven poeta
levantino Juan Gil-Albert. Cuando María Zambrano, integrante del jurado que
concedió el galardón, le presentó el acta al asturiano Wenceslao Roces,
entonces subsecretario de Instrucción Pública (algo así como el segundo de a
bordo del Ministerio de Educación y Cultura), Roces dijo que no, que él tenía
un candidato mejor. Y le dio el premio a otro poeta del Sur, Pedro Garfias,
autor del célebre canto a «Asturias» («...si yo supiera, si yo pudiera
cantarte»). Garfias, poeta de trinchera, tuvo el tiempo justo para huir al
exilio con el premio bajo el brazo.”
¿Y nuestro “Petere”? Aquí ni se le menciona, y sí, en cambio, a Pedro Garfías Zurita (Salamanca,
1901-Monterrey, Méjico, 1967), el del poema a Asturias que cantaba Víctor
Manuel, y que con su libro “Poesías de
guerra” se alzó con el discutido premio. ¿Sólo él?. Pues no, porque Emilio Prados (Málaga, 1899-Méjico, 1962),
con “Destino fiel”, también se hará
acreedor al mismo.
Estaba claro. A mis
“informadores” se les había olvidado el pequeño detalle de apellidar
convenientemente al Premio Nacional de Literatura en cuestión, metiendo en un
mismo saco churras y merinas, Poesía y Narrativa, con lo que, al añadirse a la
lista de galardonados ese mismo año César
M. Arconada (Astudillo, 1898-Moscú, 1964) con la novela “Río Tajo” y Antonio Sánchez Barbudo (Madrid, 1910-Palm Beach, 1995) con los
relatos recogidos en “Entre dos fuegos”,
uno no podía por menos que exclamar, como Celia Cruz: “!No hay cama pa tanta gente!”, cobrando todo su
sentido la imagen facilitada por la noticia apócrifa de “Petere” y Miguel
Hernández llamando a las puertas del Gobierno de la República en Valencia
reclamando lo propio.
Para terminar con esta
introducción o aclaración, que viene a ser más larga que el texto así
introducido o aclarado, no me resisto a transcribir unas palabras que Vicente
Salas Viu dedicó a la novela de “Petere”:
“También
en ti se advierte más que en Sánchez Barbudo cuanto la narración como tal
narración pierde al estar de continuo perseguida por tantos resabios de poeta.
El tono ditirámbico forzado de tu libro perjudica lo mejor, lo verdaderamente
bueno y nuevo que tiene, esa gracia para atrapar al suceso en vivo… Porque
estoy seguro que si la lozanía, el aire inconfundible de este libro, se
mostrase más desembarazada de tales ligaduras, hubiera sido la estupenda novela
de guerra que está a punto de ser” (Un sentido de la
prosa. Carta abierta a Herrera Petere sobre su libro “Acero de Madrid”. “Hora
de España. Revista mensual, Nº XX, Barcelona, Agosto de 1938, p. 57-58)
El tiempo lo cura todo y a todos nos pondrá en
nuestro sitio y no es, precisamente, el resabio
de poeta lo que perjudica lo mejor de
la novela de “Petere”...
El artículo que podéis leer a continuación lo publiqué
en la revista “Frente de Madrid (Número 24, noviembre 2013, p. 49-50)
Barcelona: Laia, 1979 (Colección Paperback, 44). 190
p.
“Tú
mirabas en la primavera de 1936 cómo dos olas iban a separarse y a juntarse
luego con tremendo furor, con fulgor de lucha, como dos montañas de piedras,
presididas por el sol de la Historia, y decías: ‘¿Qué será de mí entre todo
esto?’ De aquí iba a salir el objeto de tu vida” (p.
32)
En 1938 obtiene el
Premio Nacional de Literatura la novela “Acero de Madrid”. Su autor, José
Herrera Petere (Guadalajara, 1909 -
Ginebra, 1977), ya se había dado a conocer con los relatos recogidos en “La
parturienta” (1936), continuando su carrera literaria con títulos como “Cumbres
de Extremadura” (1938) o “Niebla de cuernos” (1940), sin olvidar sus poemarios
“Guerra viva” y “Puentes de sangre” (ambos de 1938) o “Rimado de Madrid”
(1946). Exiliado en varios países americanos, se instalará definitivamente en
Suiza, donde trabajará como traductor en la Organización Internacional del
Trabajo.
“Acero de Madrid”, con
su significativo y aclaratorio subtítulo de “Epopeya”, querría ser eso, un
cantar de gesta, un romance, un homenaje emotivo y en caliente a una ciudad,
Madrid, y a sus esfuerzos por resistir los ataques del ejército sublevado.
Ignoro si en su primera edición, publicada por la editorial madrileña “Nuestro
pueblo”, ese subtítulo vendría ampliado con la exclamación: “¡Pero Madrid
resiste, resiste, resiste!”, que figura en el ejemplar que tengo en mis manos.
Sin embargo, no nos engañemos. Quien se aproxime a este relato con la intención
de disfrutar de una descripción o un testimonio de primera mano de los avatares
de una ciudad cercada, se llevará una soberana decepción.
Firmada el 22 de
febrero de 1938, cuando las aclamadas jornadas de la resistencia madrileña
tenían ya más de un año de historia, parece escrita al calor de un entusiasmo,
por una parte, y como forma de desquite o desahogo, por otra. La victoria
obtenida pocas semanas antes, aunque de imposible consolidación, sobre el
ejército franquista en Teruel, debió alimentar las esperanzas de un cambio en
la suerte de las armas gubernamentales, lo que en buena lógica levantaría un
entusiasmo y optimismo que había que mantener vivos a toda costa. Por otra
parte, la muerte de un hermano del autor, Emilio, pilotando un avión en los
cielos de Belchite el 1º de septiembre, justifica por sí sola una de las
escenas más dinámicas de la novela: el fragmento “Los aviadores” (p. 181-187),
donde se describe un combate aéreo entre los Fiat nacionales y los chatos en
las proximidades del aeródromo de Escalona, con la victoria de los aparatos
republicanos, uno de los cuales lo pilota Federico, el personaje con más entidad
de la novela y posible trasunto del hermano muerto.
Hipótesis aparte, las
auténticas protagonistas de la obra son las compañías
de Acero, de las que recibe el nombre la novela que comentamos:
“Por el Quinto Regimiento se crearon, por el quinto Regimiento
se forjaron y se endurecieron.
Fue al olor de las balas dum-dum, de los obuses y de
la falta de disciplina.
Fue al olor del heroísmo desorganizado.
Las compañías de Acero iban cantando a la vida.
Las compañías de Acero eran la flor de esta nueva
batalla histórica” (p.
84)
Porque “Acero de
Madrid” es una obra compleja, aunque a simple vista dé la impresión de
espontaneidad y frescura. Dicha complejidad reside en la necesidad de
subordinar la trama a la ideología que se quiere exaltar, a los mensajes que se
pretenden transmitir, todo ello con un tono marcadamente pedagógico,
propagandístico.
“¿Qué
hay más bello, más rico, más suave y más fuerte?... La Política es la nube de
fuego que guía la nueva Poesía” (p. 7)
La novela se abre con
la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936,
“Los
opresores, los tiranos, los frívolos, los usureros y sus hijos, nacidos y
criados para ello, presentían el Gran Juicio Final del Pueblo. Las elecciones
del 16 de febrero era el toque de trompeta que se anunciaba”
(p.17)
Continúa con el
progresivo envenenamiento del ambiente durante la primavera y el verano, la
sublevación del 19 de julio, las luchas en la sierra, los avances nacionales
por el suroeste, Toledo y el Alcázar, y la batalla de Madrid desatada el mes de
noviembre. Es muy probable que los personajes que sostienen la acción, aparte
de los históricos con nombre propio (Lister, Pasionaria, Miguel Hernández,
Comandante Carlos…) y a excepción de
los derechistas, meras caricaturas (Dª
Purificación, Dª Presentación, Pedro Calderas, ingeniero Desiderio, Pezuño),
sean todos reales, de carne y hueso. Pero no tienen ningún peso en el discurso
narrativo, carecen de credibilidad. Y no por falta de pericia de Petere en la construcción de los mismos,
que queda demostrada en la evolución y desarrollo de Federico. Sencillamente,
no persigue elaborar una novela al uso, y todas las voces que escuchamos son
simples comparsas, herramientas de una Idea todopoderosa que las utiliza para
ilustrar lo que el autor considera su máxima obra: el Quinto Regimiento con sus
compañías de Acero, germen del Ejército Popular de la República (E.P.R.).
Y si nos atenemos a la
estructura tripartita de la obra, esta voluntad de Petere queda meridianamente expresada: “Primera parte: Termina la
guerra. Segunda parte: Termina en el cuartel de Francos Rodríguez. Tercera
parte: Termina en el Ejército Popular”. Es decir: la guerra, la violencia, el
conflicto insufrible desaparece con la victoria del Frente Popular, que
inaugura una etapa desconocida de paz y armonía (“Balas de pan, balas de libertad, balas de tierra” p. 90), cuyos
hitos los marca la creación del Quinto Regimiento y, repetimos, la formación
del E.P.R.
El artífice de todo
ello, el alma que anima ese brave new
world será el Partido Comunista. Como toda idea absoluta y totalizadora,
resulta excluyente, y tiende a desplazar hacia los márgenes a aquellas otras
que no se ajustan a sus designios.
Así, el tono empleado
por Petere cuando se refiere a lo que
no es el PC, oscila entre lo peyorativo y lo cruel. Considera el capitalismo
español como “tardío y malsano, como una
helada de primavera o como un niño sifilítico”:
“Todos
los rugidos de los megaterios no son suficientes para explicar la bestialidad
política de la aristocracia y de la burguesía española. Todos los eruptos [sic], patadas e interjecciones de un prostíbulo
o de un cuartel de caballería fascista, no son suficientes para explicar su
falta de cultura. Todas las frases… no bastan tampoco para expresar su
cursilería” (p. 17-18)
En este sentido, por
ejemplo, el sudor del militar profesional republicano, de formación académica y
lealtad al Gobierno, pero que se ve aturdido y desbordado por los avances
nacionales a lo largo de la carretera de Extremadura, será “fino y aristocrático” (p. 135) Esto es lo más suave que saldrá de
su pluma. Diana de su mordacidad serán algunas calles de Madrid, como la Gran
Vía “ciudadela del gran capitalismo”
o la parte baja de Goya, “bombonera donde
la burguesía madrileña se ocupa en resolver sus problemas sentimentales, en
rezar y en acumular dinero” (p. 29). Provincias enteras de Castilla, “corazón servil e inteligencia frívola”
(p. 88), como “Valladolid y Burgos,
encauzados y dirigidos por una fuerza negra” (p. 91), se convertirán en
enemigos brutales, irracionales. Al igual que las “viejas de Toledo, semejantes a brujas… algunas bigotudas y secas [cuyos]
ojos resplandecían de ironía y de malicia”
(p. 142) en las proximidades del Alcázar asediado.
La falta de la
necesaria perspectiva respecto a lo narrado, la inmediatez de lo que se exalta
y el lastre de la propaganda como único objetivo, dinamitarán de forma
lastimera el conjunto del relato, desperdiciando un material, un estilo y una
técnica merecedores de los más altos logros.
Con esa mezcla feliz de
poesía “Fuego le echaban y le echaban
fuego / cuatro cañones desde los olivos. / Viva metralla sobre los altivos, /
potentes muros, temblorosos luego” (p. 141), de complicidad con el lector,
de arenga política, como si se tratara de un juglar declamando en la plaza
pública (en este caso: speaker chillón
encaramado al capó de un desvencijado automóvil, bien armado de altavoz) las
heroicidades de un pueblo, habría coronado un producto cerrado, novedoso dentro
del tradicionalismo de cada una de sus partes: original.
Son las cosas de la
guerra, la política y la propaganda, cuya simbiosis en el terreno del arte da
lugar a creaciones efímeras, circunstanciales, de muy escaso recorrido, cuyo
valor reside, las más de las veces, en lo que callan muy por encima de lo que
expresan, gracias al abuso de la exageración, cuando no la tergiversación, como
herramienta de trabajo por parte del autor.
Así, aquello que fuera
concebido como testimonio, queda reducido a mera y chirriante soflama que hoy,
75 años después de su primera salida a la luz, no resiste una lectura
desapasionada, y tiende sin remedio a caerse de nuestras manos.
Artículo publicado en la revista Frente de Madrid. Número 24, noviembre 2013, p. 49-50 |
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