Panorámica desde la ventana del Hostal Gogar Puentenansa (Cantabria) |
A
menudo nos asomamos a la ventana del tiempo con la intención de recrearnos en
la contemplación de un paisaje detenido. En otras ocasiones, creemos percibir
alguna modificación en sus detalles y nos afanamos en perseguir al responsable,
desenmascarando su identidad. Es un ejercicio interesante, en el que se
practica, con dosis e intensidades homogéneas, la historia, la imaginación y el
sentimiento.
La
segunda etapa de este verano, que abrimos el 16 de julio mientras embarcaban
los niños en el autocar rumbo a Puentenansa (Itziar y Sara, como si no hubieran
hecho otra cosa en su vida; Alejandro, por enésima vez, protagonizando una de
sus performances favoritas, sumiendo
a Carmen en un estado a medio camino entre el cabreo y la pena) y damos hoy por
finalizado, se puede considerar un viaje en el tiempo.
Hablo
de un tiempo tridimensional, como tiempo vivido, reconstruido y soñado, que es
la noción que tengo yo del mismo, nada académica, por cierto.
El
hecho de que estuviéramos solos Carmen y yo después de quince años sin niños
alrededor, dueños de nuestro tiempo y nuestro destino, sumado a las tardes con
Mari Cruz y Armando, la visita a Proaño y a los escenarios de la novela de
Pereda a las orillas del Nansa, ha desembocado en esta reflexión sobre el
tiempo y su epifanía, de qué forma se nos aparece y qué consecuencias se pueden
extraer de todo ello.
Durante
la estancia de Mari Cruz en Madrid, tuvimos ocasión de hablar de las inquietantes
trampas de la memoria (la calurosa noche del 16 de julio, en casa de Armando y Coco) y de sus relatos como obra en marcha que Carmen se ha
comprometido firmemente a impulsar: visitas a Bubok y organización de un blog
para dar salida a todas sus creaciones literarias y teatrales. De la
reconstrucción de la historia familiar en la que está sumergida Carmen con el descubrimiento de primos en Baena y Sevilla. Recuperación como comprensión de una
vida, y de lo que en ella suponemos dislocado, como rastreo de una línea
transmitida de generación en generación, no como acumulación de blasones,
honores e hidalguías.
También
nos asomamos al mundo desinhibido de Armando y sus amigas (Coco, Peli y Pili) durante un concierto en la plaza del Matadero.
El desparpajo y la frescura de su conducta (su sincera insistencia en que
fuéramos un día a la azotea que habita Pili de forma circunstancial junto al palacete modernista de la
Sociedad General de Autores), habida cuenta que nos separaban más de 20 años,
no dejó de sorprenderme, y no pude evitar echar la vista atrás para comprobar
qué distinto me veía yo a su edad….
Playa de Comillas. No cabe un alfiler |
Otra
noche cenamos Carmen y yo en la cantina del Matadero, un gran descubrimiento,
con sus menús vegetarianos y su escenografía de arqueología industrial
presidida por una alta chimenea de ladrillo.
El
fin de semana del 19 y 20 de julio, con un fuerte descenso de la temperatura,
nos acercamos al Zújar, iniciando nuestro voluntario tributo a las arcas de
Cepsa, que se vio incrementado el viernes 25 cuando subimos a Puentenansa a ver
a los niños. Nos alojamos en el Hostal Gogar, y desde allí nos acercamos el
sábado a San Vicente de la Barquera, Comillas y Santillana del Mar. El excesivo
buen tiempo que disfrutamos (yo no recuerdo haber sudado tanto en mi vida,
aunque el termómetro no subía de los 27-28 grados) convirtió aquellos lugares en
algo prácticamente intransitable, más propio de otras latitudes. El domingo por
la mañana visitamos Tudanca, la Tablanca de
“Peñas arriba”, con la casa de Cossío donde Pereda escribió su novela, y que
fue frecuentada por figuras tan dispares como Miguel Hernández y Cela. Escuchar
a esas gentes de Celis, Puentenansa o Tudanca hablar casi con los mismos giros
que transcribe el montañés, causaba impresión. Ya no sé si compartirán ese
mundo tan inocente inmortalizado por el novelista, donde cada cual ocupaba
felizmente su lugar y la modernidad, los fallos inherentes a la misma, se vivía
como un peligro acechante.
Puentenansa (Cantabria) |
El
30 de julio ya estaban los niños de vuelta. Debidamente desparasitados, y con
las cinco o seis lavadoras recogidas, el sábado 2 de agosto volvimos casi sobre
nuestros pasos, dirección Palencia. Al mediodía llegamos a Olleros, justo a la
hora de comer, muy a gusto, como siempre, con Antonio, Rosa, Jorge, Marisa y
Enrique, bajo un cielo negro que no tardó en transformarse en una tromba de
agua. Camino de Guardo, donde nos alojaríamos con Marisa y Enrique, y sorteando
los chaparrones, nos pasamos por Aguilar de Campóo (hay que volver con más
tiempo) y Cervera de Pisuerga. Allí se quedó Itziar con los Villar, pues Jorge
tenía la intención de bajar, una vez en Villorquite, a las fiestas de Herrera de Pisuerga
.
De
Cervera, nos fuimos con Marisa y Enrique a Guardo, al Hotel Montaña Palentina.
Cena y larga sobremesa, con Sara y Alejandro dormidos encima del mantel, sobre proyectos de todo tipo y la necesidad de un cambio en las prioridades de la gente como solución a la
crisis. El domingo por la mañana, sin despedirnos de Marisa y Enrique (habían
madrugado para hacer una ruta) nos acercamos a Proaño a ver al primo Jesús, visita emplazada desde el fin de semana anterior.
Una
vez encauzada por Carmen la solución de un problema que tenía su primo con Movistar, bajamos a comer a
Espinilla al igual que el año pasado. Mientras tomábamos el café, se acercaron
a la terraza Jesús y Lola, una sobrina suya, a charlar un rato de las
transcripciones de su tío, de las anécdotas de los miembros de la familia
dispersos por el valle del que, según nos aconsejaron (después de comentarles
lo abarrotado de Comillas) no se debe salir durante el mes de agosto.
Llegamos
a Villorquite bien entrada la tarde, después de parar en la colegiata de San
Pedro de Cervatos, con sus esculturas eróticas en las ménsulas y capiteles de
la portada y del ábside que harían sonrojar a Passolini. Nos despedimos de Itziar y emprendimos el camino de regreso a Madrid.
Con
esto, damos por concluida la segunda etapa del verano. A partir de ahora, ya
estamos los cinco de vacaciones.
Hasta
pronto.
Tudanca (Cantabria) Casa de JM Cossío, donde Pereda redactó "Peñas arriba" |
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