Ludendorff,, creador de la "Guerra total",
posa junto a Hitler.
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Hasta aquí, parecería que
la obra se limita a la exposición casi pormenorizada de los crímenes
perpetrados por uno de los bandos. Nada más lejos. Comprobamos que Elena Fortún
habla sólo de lo que conoce, de lo que ha vivido. Aparte del asesinato del
abuelo en Segovia, sufrido en primera persona, lo que le llega del otro lado
son meras referencias:
“-Ella [le cuenta
a Celia María Orduña, en febrero de 1937, refiriéndose a una tercera persona]
oye Radio Salamanca todos los días y dice que dentro de un mes está aquí
Franco… es un hombre muy piadoso y oye misa todos los días… su mujer es toda
una señora… y tienen una niña que es un encanto.” (157)
Lo mismo en
Barcelona, cuando la señorita Subiría asigna la responsabilidad última de los
ataques aéreos:
“-¡Son italianos!
–dice la señorita Subiría-. ¡Son italianos! Han tenido que buscar extranjeros
para que nos maten… ellos no se hubieran atrevido… son italianos y alemanes…”
(227)
O cuando su amigo
Jorge Miranda, ya en Valencia, menciona los asesinatos cometidos en la playa
del Saler, y concluye: “No te imagines que los otros hacen menos (181)
El enemigo, ese
otro lado nunca bien caracterizado, ocupa su espacio en el relato en forma de
aeroplanos (pocas veces dirá Celia aviones) y de obuses. Hará su aparición
estelar durante la batalla de Madrid, otoño de 1936:
“... De pronto
suena el motor de un aeroplano… y lejos las sirenas con el desgarrador lamento…
-¡Nenas, aquí…
venid aquí!
Las tomo de las
manos y nos tiramos al suelo… ellas se ríen, divertidas… Pasa bajo… muy
cargado… ¡Bummmm! ¡Bum! ¡Bum! Caen las bombas cada vez más cerca… ¡Papá, solo,
arriba en su cuarto, pensando en nosotras! Aún oigo tres estallidos más y al
fin los aeroplanos se alejan” (107)
En Albacete,
mientras intenta localizar a los niños del albergue, su amiga Fifina habla del
último bombardeo:
“-.. ¿Y qué dirás
que hicieron los bribones? Pues iluminarnos con sus reflectores y, cuando nos
veían, bajar, poner de costado el avión y ametrallarnos con las ametralladoras…
¡Canallas! …Yo les insultaba… ¿Y sois vosotros los cristianos? ¿Y eso lo manda
Dios? [] ¡No quiero decirte lo que ha sido esto al otro día!... Asaltan la
cárcel, sacan a los fascistas… los fusilan, los maltratan… ¡Han fusilado sin
piedad!” (173)
Bombardeo sobre Barcelona |
O en Barcelona,
los primeros meses de 1938, en plena campaña de Levante… Hay un capítulo, el
XVIII (“La guerra totalitaria”, derivada infantil de la “guerra total” de Erich
Ludendorff), del que traemos aquí una cita muy expresiva:
“¡Esto no es
vivir! En Barcelona no hay refugios. El Metro está muy poco profundo…, los
bombardeos hay que soportarlos sin amparo ninguno… y ya son continuos… Cuento
las veces que han venido aviones en el día y son dieciocho… Dicen que en la
Diagonal hay un tronco de mujer colgando de un árbol… Yo he visto un pegote de
masa encefálica en la pared de una casa… Ayer corría un hombre llevando en la
mano agarrada la otra mano separada del brazo… ¡Se oyen horrores! (238-239)
Insistimos en la
postura adoptada por la autora: “dicen que…”, “yo he visto…”
Y teniendo en
cuenta que “la bomba que oímos ya no puede hacernos daño… y la que nos mate no
la oiremos…” (227), Celia nos proporciona un par de “remedios” para minimizar
en lo posible, o evitar, los daños causados por las incursiones aéreas. Además
de situarse en las paredes medianeras..
“Me han dicho que
es bueno meterse entre los colchones. En los escombros de algunas casas se han
encontrado vivas a las personas que habían tomado esa precaución” (215)
Albacete, bombardeado |
Sea como fuere, lo
mejor es huir. Güena, uno de los amigos que hace nuestra protagonista en
Barcelona, indica:
“-… Créeme, se
está mejor en el frente… Yo no he visto allí estos horrores… Creo que se llama
Ludendorff el que inventó la guerra totalitaria” (221)
Hasta tal punto se
hace insoportable la estancia en Barcelona, que decide regresar a Madrid. Es la
primavera de 1938 y la capital ha dejado de ser un objetivo militar de primer
orden:
“¡Qué aspecto de
pueblo grande tiene Madrid! La Castellana, según me voy acercando a las calles
del centro, se asemeja a una carretera de las afueras… De árbol a árbol han
atado cuerdas donde se seca la ropa de unas pobres mujerucas que cosen al sol,
sentadas en sillas bajas, al cuidado de sus ropas… Los palacios están abiertos…
En el jardín de uno de ellos una silla de manos preciosa, una joya de museo, ha
debido de soportar las lluvias y las heladas del invierno…, uso chiquillos
desharrapados entran y salen de ella jugando al escondite… Sin embargo, el
ambiente es de paz…, no de paz y trabajo (salvo las mujerucas que cosen al
sol), sino de paz de domingo…[] Aquí todo es extraño, desagradable y ajeno a su
vida, menos el sol, el dulce sol que visita las covachas y los palacios con la
misma alegre ternura…” (257-258)
Pero el hambre, de
la que se había librado en Valencia y en Barcelona, ha hecho presa de la
población madrileña:
“-Aquí, al
principio, nos comíamos las vacas de leche y los bueyes de carreta que traían
los refugiados de Talavera [dice María Luisa]… Luego la emprendimos con las
mulas y los caballos cansinos… Ya hemos acabado con los perros y los gatos y
ahora nos estamos comiendo los burros… Esos van a durar hasta el fin de la
guerra, porque ya sabes que son los que más abundan… [] Luego vinieron las
habas con bichos… Figúrate: había quien las tenía desde la boda de San Isidro…
Aún quedan algunas. ¡Ya verás qué ricas! Ahora, cuando vayamos a casa, te voy a
regalar un puñado para que comas mañana, que es domingo…” (259-261)
El hambre que se
empezó a padecer en otoño de 1936, alcanza el clímax dos años después en la
ciudad sitiada. Hablan María Luisa y Celia:
“-Dice mamá que
venas a comer hoy. Ha conseguido una lengua de caballo que le llegaba al animal
desde la boca al rabo… [] Luego de la lengua sigue el gorguero, y carne y más
carne… Porquerías y piltrafas, hija, que en otro tiempo nos hubieran dado asco,
pero que ahora nos vamos a relamer… ¡Ya me estoy relamiendo! []
-¿Tenéis algo de
comer?
-Hoy no… un poco
de pan…
-En casa tampoco
hay nada, pero me dicen que en el Mercado de Torrijos venden hierbas…
-¿Hierbas? ¿Qué
hierbas?
-¡Ay, hija, no sé!
Hierbas de cuneta de carretera… de las que riegan los milicianos. []
“Se venden ratas,
muy grandes y muy gordas, en el barrio de Argüelles” (269-273)
Estas carencias no
tardan en provocar debilidad y delgadez extrema en quienes las sufren.
“-… está usted muy
delgada… [le dice el portero de María Luisa Celia en cuanto la ve]
No me atrevo a
decirle que él es un esqueleto. “ (258)
“La falta de grasa
me hace adelgazar horriblemente en unos días… Los párpados se me resecan y la
piel de la cara me tira.” (269)
A la falta de
alimentos, y la consiguiente malnutrición, se añade la precariedad de
combustible, luz eléctrica y otros productos de primera necesidad como el
jabón, lo que hace que aflore un sistema de intercambios conocido como la
“Bolsa de Contratación”:
“-¿Tenemos carbón?
-No, señorita. Yo
hago bolas de papel mojado y las seco al sol… Luego arden bien. Lo malo es que
hacen mucho humo y se ensucian tanto los tubos de la cocina que no tienen tiro”
(256)
“La luz eléctrica
alumbra mucho menos que una vela y no se puede leer ni coser con ella… Además,
me entristece, me aplana, como si las tinieblas pesaran y cayeran sobre mí…”
(262)
“El combustible se
nos ha terminado, y ponemos el puchero en un hornillo eléctrico que calienta
poquísimo. Se hace necesario poner el puchero a hervir por la noche al
acostarnos, con la esperanza de que por la mañana esté hecho el guiso…” (267)
“… tirito de frío horas y horas en la
biblioteca de papá. El termómetro marca tres grados… Envuelta en mantas oigo a
Guadalupe trajinar en la cocina. ¿Qué hace, si no hay nada qué guisar?
-Estoy lavando –me
dice.
-¿Y cómo? –desde
hace mucho tiempo no hay jabón y es un problema el lavado de la ropa.
-Pues he cocido la
ceniza, luego he colado el agua por un paño fino y en esa agua tengo la ropa en
remojo… Me ha dado la receta esa señora que vive ahí detrás… en la calle de
Padilla…” (286)
“En la calle de
Alcalá, después de Torrijos, se hacen cambios en la acera de la izquierda. Ese
trozo de calle es llamado “Bolsa de contratación”… (280)
En estas
condiciones extremas, se da la circunstancia de que algunas dolencias
desaparecen, como ese dolor de estómago que la madre de María Luisa ha dejado
de padecer desde el momento en que en los comercios sólo se despachaba té (té
chino, té Lipton”) y algunas especias y ella se vio obligada a ingerir más
infusiones que de costumbre. Pero también sucumben los más débiles:
“Poco a poco van
muriendo todos los ancianos. Tal vez es porque tienen menos resistencia que los
jóvenes, y porque se hartan de estar en este mundo, pero también puede ser
porque su racionamiento se lo comen los nietos… Todo es posible.” (276)
“Por la noche me
duele la cabeza y el estómago. Ya hace días que lo poco que como me produce
náuseas. Hoy justamente la señora de Aguilar me ha llamado para llevarme al
médico []
-¡Bah, no es nada!
Debilidad, cansancio del estómago por la ingestión de tantas cosas absurdas…”
(297)
Y también se
tienen reacciones alucinadas:
“… un glorioso
reflejo me retiene… ¡Naranjas! Un camión cargado de naranjas… Su color
caliente, alegre, como el sol hecho fruta, ilumina la calle gris… Todos los que
pasan se van parando como yo” (288)
Pero hay que
mantener la apariencia de normalidad, ese “aquí no pasa nada” tan a menudo
utilizado como arma política. Ya a comienzos de la contienda, con los primeros
reveses del ejército republicano, se disfrazaban las derrotas como repliegues o
simples maniobras:
“En los árboles
frondosos del Prado han aparecido unos carteles: “Los revolucionarios no se
detienen, se encauzan”” (150)
Y la vida
cotidiana tenía que continuar como de costumbre
“Las tiendas de
telas, abiertas porque está prohibido cerrarlas, tienen las estanterías casi
vacías, y dos o tres viejos parecen aburridos tras los mostradores” (158)
Lo mismo sucede en
Barcelona. En una escena, el padre de Celia se niega a darle permiso para
acudir con Jorge a la Ópera:
“¡Ya lo verás! Se
ha anunciado mucho esa temporada para dar impresión de tranquilidad y demostrar
al enemigo que nosotros vivimos debajo de las bombas como si no ocurriera nada…
cosa que está muy bien, pero que nos va a costar caro… ¡Ya verás, ya, lo que va
a ocurrir esta noche! []
Los periódicos de
la mañana no hablan de desgracias, sino del efecto del teatro, sólo iluminado
por dos velas en el escenario y el público de pie cantando el himno de Riego…
¿Qué habrá sido de Jorge?” (236-238)
Tendiendo la ropa en una céntrica calle. |
Pero lo cierto es
que ya ni el dinero tiene valor. Hasta los trabajos más pequeños se hacen a
cambio de comida, tan conscientes son de que se aproxima el final y la moneda
oficial no va a servir para nada. Y las pocas mercancías de que disponen los
comercios se ocultan, sabedores sus propietarios del precio que pueden alcanzar
cuando ya no haya nada de nada en el mercado:
“Por lo visto, no
quieren vender.
-No, no quieren
–me dice María Luisa-. Están seguros de que pierden la guerra las izquierdas y
que el dinero de ahora no servirá para nada luego…Por eso prefieren conservar
sus mercancías, que siempre tienen valor…
-Entonces ¿por qué
abren la tienda?
-Porque les
obligan… ¿No ves las tiendas de comestibles abiertas también? Y, sin embargo,
no hay a la venta más que cominos, pimienta y en algunas pimentón y hasta
manzanilla…” (261)
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