Celia, como sus amigas,
se ven inmersas en un conflicto cuyos fundamentos políticos e ideológicos
ignoran. Pero tampoco hacen nada para cubrir esas lagunas. De este modo,
inconscientemente se ponen al margen, aunque sufran los coletazos de unos y
otros, al igual que debió hacer la mayor parte de la población:
“-Mis hermanos discuten
de la mañana a la noche… [confesará María Luisa a Celia]. Bueno, Jacinto, el
mayor, está escondido no sé dónde… Era de Falange…
-¿Qué es eso?
-No sé… un partido o una
sociedad, no sé… En cambio, Luis se ha ido a la sierra con el fusil… Te digo
que están locos… y la pobre mamá sufriendo por todos…” (65).
En otra ocasión, hablando
con Jorge en Valencia a finales de 1937:
“Yo soy... lo que sea papá y lo que seas tú…
-¡Mira qué idea! ¿De qué
partido es tu padre?
-No sé… es republicano… Es
muy bueno ¿sabes?
-¡Eres grande, Celia! Tú
quieres ser del partido de los buenos, ¿no es eso? Pues yo soy comunista… Si
quieres, mañana mismo te presento en el Partido []
-Yo no quiero que me
manden así [refiriéndose al Partido]... y que me denuncien por esto o por
aquello… y que se tengan que meter en todo lo que hago… [] Lo primero es ser
libre y hacer lo que se quiere” (189-192)
Protegiéndose de los bombardeos. |
Y más adelante, en la
Barcelona acosada por los bombardeos durante los primeros meses de 1938, Celia
y Lydia se encuentran con unas amigas de ésta una tarde en el Salón Rosa:
“Hablan siempre de la
guerra, de los albergues de los niños.
-Hay que crear en ellos
el odio al hijo del burgués, el desprecio al niño rico, el…
-¡No, no! –protesto-. Yo
no quiero que mis nenas odien a nadie. Los niños son todos iguales…
Se arma una discusión
terrible. Yo no sé discutir. Yo no sé nada de política, ni de sociología… Me
gritan cosas que no entiendo, y no puedo contestar.
[]
-Ah, piensas que me van a
fusilar! ¡Bah, qué tonta! Eso no puede ser… Papá me ha explicado que eso no
puede ocurrirnos ni a él ni a mí…” (224-225)
El padre juega un papel
de referente que evolucionará a lo largo de la guerra hasta encarnar el del
ídolo caído. Sus parlamentos, con ser un personaje relativamente secundario, son
los más largos del relato y están trufados de doctrinas en las que,
paulatinamente, Celia deja de creer. Detrás del Sr. Gálvez se adivina la figura
del marido de la autora, Eusebio Gorbea, militar y autor teatral relativamente
conocido antes de la guerra. Comparten los dos un idealismo imposible de llevar
a la práctica:
“-¡Papá,…! El pueblo…
¿sabes que han abierto las puertas de las cárceles? ¿Que hay miles y miles de
criminales por las calles?
Papá se pone furioso
contra mí, y siento haber hablado.
-¡Tú no sabes lo que
dices! ¿Quién tiene la culpa de lo que hace el pueblo? ¿Quién ha hecho esta
revolución sino los señoritos? Los señoritos de los cuarteles, los de las
borracheras y las juergas de los cortijos… ¿Es que crees que sólo el pueblo
mata? A mi primo Ramón, el de Bilbao, lo han matado a palos el otro día los
fascistas, y a mi sobrino Felipe, el de La Granja, le han fusilado…, y a tu
pobre abuelo…
Los gritos de papá me
hacen estallar en sollozos… ¡Dios mío, Dios mío… yo ya no puedo más de
horrores!
-¡Hija querida, no
llores! No me hagas caso… Es que estoy nervioso… Tienes razón: todos son
iguales… ¡La humanidad es una porquería…! La actitud de una persona honrada
debe ser la inhibición… Mataos y matadme si no sabéis hacer otra cosa, pero
entretanto, dejadme pensar, que es pensando únicamente como me siento fuera de
vosotros” (115)
Muy representativo de una
época, del ambiente creado por la Institución Libre de Enseñanza, de los
ideales educativos que desaparecieron con la Guerra Civil, así como de las
asociaciones que surgieron inspiradas en los dictados de los institucionistas,
comparte con ellos una fe casi religiosa en la educación y en la instrucción
como salvaguardas de la paz social, pero sin abandonar un inconfesado
sentimiento de elite, democrático ma non
troppo, dirigido a una capa muy concreta de la población:
“[En el Hospital Militar
de Carabanchel] La discusión sobre la masa y la lectura y la barbarie comienza
a elevarse de tono y papá se sofoca… A mí a veces me parece que tiene razón
papá y otras creo que es Gerardo [el primo falangista]…
-Ese pueblo al que
defiendes –volvió a decir el primo- está fusilando hombres de ciencia, frailes,
bibliotecarios, señores sin otro pecado que ser señores…
-¡Mentira! –chilló papá
ahogándose-. ¡Mentira! Y si fusilan tendrán razón: quedáis aún demasiados
traidores…
[]
-Eso [los asesinatos],
hija mía, es inevitable. Siempre hay gente mala que aprovecha las desgracias
para sacar partido… pero ten en cuenta que la educación y la cultura modelan el
cerebro y le dan una moral… Esas pobres gentes, golpeadas y maltratadas por una
sociedad que les niega todo, devuelven mal por mal… ¡serían ángeles si no lo
hicieran!
-Pues ya ves, Valeriana…
-Valeriana es un caso de
bondad natural, de vocación, de dedicación… un cerebro perruno…
Pobre Valeriana, ¿qué
sería de nosotros sin ella?” (69-76)
Hospital Clínico de Madrid. |
Sexta parte
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