Soldados leyendo |
Que la guerra está
perdida es un hecho que todos parecen asumir... menos Celia. Todavía en Madrid,
poco antes de emprender el camino a Valencia y al exilio, la antigua alumna del
Instituto San Isidro se encuentra a una profesora, la señorita Amelia:
“- [] Mi esperanza de “Escuela Única” la he visto aquí realizada [] ¡Es milagroso lo que hemos conseguido aquí en unos meses…! ¡Lástima que todo esté próximo a terminar!
-¿Usted cree..?
-Sí… ¡todo está
perdido! Creo que por culpa de unos y otros [] Tu padre pasará los Pirineos, y…
yo me quedaré aquí… pase lo que pase [] y no sé lo que harán conmigo por mi
pecado de democracia [] Por lo menos me llevará a la cárcel… Es lo lógico… Yo
también les llevaría a ellos con el único fin de que no me inquietaran…” (295-296)
Poco a poco va
asumiendo las dimensiones del desastre y surge, en las últimas páginas de la
novela (hay que recordar que se trata de un borrador, muy completo, pero no
definitivo) la auténtica Elena Fortún, nos referimos a los tres detalles personales
o biográficos más evidentes. En primer lugar, aparece la figura de Aguilar, que
no es otro que Manuel Aguilar Muñoz (1888-1965), fundador y propietario de la
prestigiosa editorial que lleva su nombre y en la que publicó su obra
Encarnación Aragoneses (Elena Fortún). Este le prestará todo su apoyo, e
incluso intentará, en vano, disuadirla de emprender el viaje final.
“No se vaya, hija,
no se vaya –dice la madre [de Aguilar]-. Una mujer sólo está segura en su casa.
-¡Estoy sola!
–digo casi llorando.
-Nos tiene a
nosotros que la queremos de verdad. Tendrá trabajo en nuestra editoral.
-¿Mis hermanitas?
-Su padre le
enviará a las niñas y seguirá siendo su madrecita.” (306-307)
Camino de
Valencia, es abordada por un joven:
“-Discúlpeme, señorita…
¿Usted es Celia Gálvez… la de “Blanco y Negro”?... La que contaba cuentos y…
-Sí, señor…
-Me han dicho que usted
sabe leer las líneas de las manos, ¿es verdad?” (315)
Vasco nacido en
Argentina, confunde autor con personaje y protagoniza uno de los momentos más
surrealistas de la novela, cuando le confiesa a una Celia ya de vuelta de todo,
que ha inventado un sistema para que el hombre vuele por sus propios medios:
“-Figúrese usted…
Si un hombre solo vuela, bien puede volar un ejército cogidos de las manos,
formados, como una nube que se abate sobre una nación, o un pueblo…” (322)
Esta habilidad
quiromántica, de la que Celia reniega una y otra vez, podría estar relacionada
con uno de los momentos más duros de la vida de la Fortún: la muerte de su
primer hijo, a los diez años de edad, momento en el que, sumida en una profunda
depresión, se abandonó a prácticas espiritistas y de comunicación con el más
allá. Es una hipótesis.
La última pista
biográfica es su salida de España en barco rumbo a Francia, desde un puerto próximo
a Valencia. Sabemos por Inés Field, íntima amiga de Encarnación en Buenos
Aires, que la embarcación en que navegaba naufragó, permaneciendo a la deriva a
cierta distancia de la costa hasta que el pasaje fue rescatado. En las últimas
páginas del borrador abundan las advertencias a los riesgos que conlleva el viaje, reiteradas
una y otra vez por sus amigos y los que, sabedores que los suyos ganarán la
guerra, comienzan a darle la espalda. Del 18 de marzo de 1939, fecha en la que
emprende el exilio, es esta cita:
“Yo oigo hablar de todo
esto como los moribundos deben de oír hablar de la vida… Ya estoy al margen de
todo… Ya no soy de este mundo… Dentro de unas horas navegaré hacia no sé dónde,
sin un céntimo… sola…” (338)
El madrileño Instituto de San Isidro, varias veces
mencionado en la novela.
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No me gustaría
finalizar este ya demasiado largo comentario, más paráfrasis que reseña, sin
señalar la importancia que otorga Celia a los libros, la lectura y la Historia.
Apuntamos más arriba, en referencia a Eusebio Gorbea, marido de Encarnación
Aragoneses, las estrechas vinculaciones de la pareja con el ambiente creado en
torno a y a partir de la Institución Libre de Enseñanza. Elena Fortún será
socia del Lyceum Club, un centro de reunión de carácter femenino, un lugar de
encuentro y de remanso de mujeres rondando la cuarentena, lejos del bullicio e inquietudes
consideradas entonces eminentemente masculinas. Impulsado por María de Maeztu
(1882-1948), contaba con una nutrida biblioteca y sería incautado por Falange
en 1939.
“Es como si me fuera de
la revolución del frente, de los fusilamientos y me refugiara en una época de
paz de la Historia de España… ¿cuándo? ¿Reinando Fernando VII? ¿O Carlos IV?...
No, es antes… aún Galdós no ha conocido a Gabrielillo… ni Inesita ha ido a
vivir con Don Braulio a la calle de la Sal…” (178)
En Barcelona, acompañada
por su amiga Lydia, se detienen ante el escaparate de una librería:
“¡Cuántos libros! Nos
pasamos media hora en el escaparate.
-¿Tú has leído algo de
Valle-Inclán? Yo, no.
Compramos dos libros, y
pedimos un catálogo para comprar más.
-Tengo que consultar a
papá. Él quiere leer “La Montaña Mágica” y se la voy a regalar por su santo.”
(226)
Curiosamente, con
Valle-Inclán montaría Eusebio Gorbea una efímera compañía de teatro que
representaba sus obras en casa de Ricardo Baroja. Y la mención a la obra de
Thomas Mann, que rezuma enfermedad y muerte, parece un anticipo macabro del
triste final de Eusebio Gorbea, en el que se inspiró Elena Fortún para levantar
el personaje del Señor Gálvez. En 1948, mientras Encarnación Aragoneses estaba
en Madrid preparando el regreso definitivo a España, su marido pondrá fin a su
vida en su apartamento de Buenos Aires, incapaz de superar la pérdida de la
guerra.
Y no podía faltar la
referencia a la lectura en el frente:
“-Y ¿es verdad que en el
frente los soldados reclaman libros? ¿Es verdad que leen?
-Sí, se lee mucho… se lee
como no se ha leído nunca… Mucha gente había que en su vida cogió un libro en
sus manos y ahora lee con una ansiedad... como para desquitarse del tiempo
perdido…
-¿Leen a Galdós?
-Sí… y a Pereda, y a
Valera, y a Gómez de la Serna, y a Pérez de Ayala, y a Azorín… Pio Baroja gusta
mucho… Y también se leen muchos libros extranjeros traducidos… Todos los libros
tienen público… Es posible que la guerra tenga un fin social que nadie hubiera
sospechado...” (333)
Al igual que sucediera
con los cuentos de Chaves Nogales, “Celia en la revolución” no podía gustar a
nadie. Por esa misma razón, en carta a Inés Field desde Madrid, en la que le
ruega le envíe un cajón con sus libros y escritos, insiste en que dicho paquete
no incluya el sobre con el borrador de la novela. Ni el Régimen de Franco ni el
exilio aceptarían de buen grado lo que en ella se cuenta, por lo que estaría
condenada, antes de nacer, a la censura o al ninguneo. Como bien dice Andrés
Trapiello, “Celia en la revolución” tendría que ser leída detenidamente por los
nietos de los unos y de los otros.
“Casi tres años de
revolución y guerra, de seres absurdos, de sangre y de destrozos, han gastado
la curiosidad de todos. [] A nadie le importa el ruido. Por estas callecitas de
colonia suburbana han pasado cañones ruidosos, tanques, soldados, gentes
silenciosas con sólo el ruido de sus pasos y que caminaban hasta hallar una
tapia donde poner a un hombre, gentes gritonas, mujeres y chicos corriendo
desatinados hacia la carnicería donde despachaban carne de burro o de caballo…
Por eso la curiosidad se ha gastado. ¡A nadie le importa ya nada!” (289)
El final de la guerra. |
FIN
Primera parte
Segunda parte
Tercera parte
Cuarta parte
Quinta parte
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