"La revolution sociale qui s'accomplit sos nos yeux n'est pas identique à la transformation de la féodalité en société capitaliste, mais les analogies entre ces deux événements sont suffisamment marquées por que nous puissions tirer du passé des enseignements por l'avenir" (p. 114)
Los procesos de cambio,
los periodos de transición de un estado a otro ejercen un poderoso influjo en
aquellas personas capaces de apreciar la diferencia o de adelantarse a la
novedad. Lo constante y cotidiano, lo normal y habitual aletarga el
entendimiento, suaviza las reacciones y hace que todo fluya con serenidad, a un
ritmo lento y acompasado.
Porque todos, lo queramos
o no, estamos hechos de historia. Mas pocas veces somos conscientes de la
ingente labor de las generaciones que nos han precedido moldeando nuestra
cálida y blanda arcilla hasta convertirla en ese cuerpo que habitamos y esa
mente que nos empuja a seguir viviendo.
La llama de la
conciencia histórica, y vuelvo al principio, la aviva la percepción del cambio,
gozosa cuando el balance es positivo, y dolorosa si no cuadran las cuentas. Al
evidenciarse un tremendo desfase entre el debe y el haber; en el momento en que
asumimos el mal uso de la herencia recibida, muy a menudo mortal despilfarro,
se disparan las señales de alarma y comenzamos a cuestionarnos las cosas, la
realidad que nos rodea y sus absurdos derroteros.
Son muchos los
pensadores que, desde la Edad Media (si no antes) hasta nuestros días, han sido
aguijoneados por esa llamada a la reflexión, a plantearse el estado de cosas
que ha provocado el marasmo en el que se ven sumidos sin remedio, y a aventurar
las posibles salidas de semejante atolladero.
Hoy me quiero referir a
uno de esos momentos de cambio, de transición; más que al momento histórico en
cuestión, a la reacción que produjo en el mundo intelectual. Y es que la
Segunda Guerra Mundial (2GM), antes de acumular muerte, destrucción y
vergüenza, tuvo la rara virtud de despertar más de una conciencia que se vio en la perentoria necesidad de trascender lo puramente bélico que se avecinaba, para
aportar algunas claves explicativas del problema y su génesis, con las que
anticipar la anatomía del mundo que emergería de la escombrera.
Entre los escritores que trabajaron en esta dirección, de momento me quedo, sin lugar a dudas, con Hayek y su Camino de servidumbre. Lectura auroral, me proporcionó un sinfín de claves y me orientó hacia otros autores y otros libros que han hecho de mí lo que ahora soy y pienso.
No hace mucho rescaté de la basura (algún día hablaré de cómo la gente se desprende de ellos) un libro publicado en París en 1947 por la editorial Calmann-Lévy.
En principio, la fecha y la edición nada aportan. El tomo pertenecía una
colección, Liberté de lÉsprit,
dirigida por Raymond Aron (1905-1983). El director y el título de la serie despertaron
mi curiosidad, que pronto se vio desinflada cuando en la portada leí que el
prólogo estaba a cargo del famoso político francés Léon Blum (1872-1950), cuyas acciones y omisiones jugaron un papel no desdeñable en nuestra guerra civil. Y no
era un prólogo de encargo, pues de sus 24 páginas sobrarían 23 si solo se
tratara de meros elogios sin sentimiento.
El título de la obra, L’Ère des organisateurs. (Managerial revolution), es por si solo sugerente, y que Raymond Aron lo incluyera en su colección lo revestía de antemano de cierto prestigio.
James Burnham (1905-1987) |
La obra original, The
Managerial Revolution: What is Happening in the World, apareció en 1941, y con ella planteaba una
especie de tercera vía en la resolución del conflicto que acababa de estallar.
Mientras unos defendían que, tras la 2GM, se iba a mantener el capitalismo tal
como se conocía entonces, otros pensaban que, por fin, se podría instaurar el
socialismo por tantos deseado. Burnham rechaza de plano las dos posibilidades y
asegura que, en un plazo de tiempo muy corto, no más de 15 años, el sistema
capitalista que ha dirigido hasta entonces las políticas y economías de las
grandes potencias será reemplazado no por el socialismo, sino por un sistema,
perdóneseme el palabro, gerencial o directorial. La idea es buena y
cumple con todo objetivo que persigue una gran idea que se precie:
resultar epatante y descuartizar a las que supone contrarias.
No se trata de una tercera vía deseable, alternativa a las otras dos, si no de una realidad naciente, imparable y con vocación de eternidad.
Pero la lectura del libro nos hace ver que, primero, la descripción que
nos brinda del mundo capitalista en trance de desaparecer se queda
bastante coja aunque parece enderezarse cuando critica el New Deal de
Roosevelt (1882-1945). A menudo resulta cruel con el papel asignado al individuo y a la libertad en el
pensamiento liberal. !Qué lejos queda el entusiasmo desplegado por Mises o Hayek en su defensa!. Por otra parte, no carga demasiado las tintas al referirse al
comunismo encarnado en la flamante Unión Soviética de Stalin.
"A sa façon, encore confuse, le New Deal a, lui aussi, opposé avec insistance, l'État à l'individu, la planification à l'entreprise privée, la sécurité à l'initiative, les "droits humains" aux "droits de propriété"" (p. 193)
Con todo y con eso, es interesante la presentación de un mundo nuevo organizado
por aquellos que no tienen nada que ver con la producción de bienes, que
desconocen absolutamente sus procesos y que demuestran la típica incapacidad
que es el fruto de la ignorancia. Burnham acierta al identificar a uno de los
culpables del estallido de la revolución gerencial. Con ese lenguaje
cargado de materialismo histórico, deuda debida a su formación, acusa a la burguesía de haber
renunciado a sus principios basados en la libertad y el individuo. De haber
creído en ellos, asegura (aunque él mismo es el primero que parece burlarse de
los mismos), no habría sido posible el auge del totalitarismo alemán ni de cualquier
otro signo.
El actual estado del mundo sí nos hace pensar en las aportaciones de
Burnham. Extrapolándolas con precisión casi casi matemática, llegaríamos a sorprendernos. ¿Podemos calificar la política económica que padecemos de liberal o
capitalista? Rotundamente, no. ¿Y socialista? Tampoco
"Le contrôle des instruments de production y sera exercé par les directeurs, grâce a leur contrôle de fait des institutions de l'État et directement, de par les positions-clés qu'ils occuperont dans l'État "ilimité" qui, dans la société directoriale, englobera les organismes politiques et toute l'économie." (p. 123)
Parece que ese mundo organizado por gerentes y directores
que tejen y destejen una tupida red con el poder económico y el político es
aquel que nos ha tocado vivir. Intervención, regulación, planificación, relaciones tóxicas entre políticos, banqueros, multinacionales... ¡La revolución managerial est en
marche!
James Burnham. L'Ère des organisateurs. (Managerial Revolution). Traduit par Hélène Claireau; Préface de Léon Blum. Paris: Callmann-Lévy, 1947. (Col. Liberté de l'Esprit. Dirigée par Raymond Aron). 261 p.
James Burnham. L'Ère des organisateurs. (Managerial Revolution). Traduit par Hélène Claireau; Préface de Léon Blum. Paris: Callmann-Lévy, 1947. (Col. Liberté de l'Esprit. Dirigée par Raymond Aron). 261 p.
2 comentarios:
Querido Nacho:
Oportuna, casi urgente la necesidad de reflexionar sobre los cambios dramáticos que se avecinan, si es que no hacemos aún algo por evitarlos.
El milenarismo se cobra sus víctimas en los países de la vieja Europa. Tiempos de decadencia, estructuras empresariales que se vienen abajo, gobiernos que obedecen a otro superior, como si un nuevo totalitarismo se alzara, cada vez más miles de desvalidos, mientras la avalancha humana de los países en vías de desarrollo sigue perdiendo la vida en arribar a nuestras costas.
Grecia que vio nacer la democracia, asiste hoy a su derrota. La política actual en nuestro continente sigue manteniendo tal nombre y disfrazada de libertad y tolerancia, empieza a mostrarnos su verdadera esencia, clavando las garras a los más débiles y pisoteándolos, pues a qué gobernante le importan.
Burnham vislumbra el futuro que es ya presente, donde impera un sistema "directorial" en el que aquellos que desconocen los procesos de la producción de bienes, trabajan en gestionar su uso. Una novedad extraordinaria que escapa de los caminos del capitalismo y del socialismo. ¿Escapamos así de la servidumbre de la que nos habla Hayek?
Más bien diríase que nos hemos perdido en las palabras con las que parecen querer convencernos los políticos de turno de la necesidad de nuestra esclavitud para que seamos libres. Su manejo de la dialéctica es tan descarado, tan cruel y fanático su afán de codicia, que esconde, a lo que parece, su propia paradoja.
Ya conocemos la trampa de la servidumbre similar al fascismo que exhibe el socialismo, como nos muestra el visionario Orwell en "La granja de los animales".
Pero, ¿qué nueva servidumbre se presagia en esta era? Recurro de nuevo a Orwell: 1984, la dictadura más terrible expresada con elementos simbólicos que parecían de cuento, y ahora, ¡qué cercanas nos suenan estas palabras! Gran Hermano, Policía del pensamiento. ¿Y aquellos Ministerios? El de la Verdad que se dedicaba a manipular y a destruir los documentos, el de la Abundancia que llevaba al pueblo al límite de la subsistencia, el de la Paz que se ocupaba de los asuntos bélicos…
¿Son ficción o realidad las noticias que escuchamos y contemplamos como películas de terror? La maquinaría de la destrucción se va acercando cada vez más a nosotros, sentimos personas cercanas afectadas y se va ampliando su número, ¿quién será el siguiente?
(Continúa)
(Continuación)
De entre los temas fascinantes que encontramos en 1984, me apasiona especialmente el del lenguaje, se me representan en el ideario orwelliano, las tesis de Wittgenstein: aquello que no existe en el lenguaje no tiene realidad. Esta filosofía del lenguaje que recoge Orwell propicia precisamente la represión del pensamiento a través de su correspondencia en el lenguaje. Yo creo, que tendríamos que pararnos a escuchar la pobreza léxica, la falta de matiz semántico, el desprecio por la corrección gramatical que imperan ahora mismo en nuestra sociedad, a expensas de una serie de programación omnipresente, paupérrima en contenidos que ha servido y sigue sirviendo de referencia durante los años de su infancia y juventud a las nuevas generaciones. Más allá del “panem et circenses” ¿tendremos que clamar desde la Resistencia?
He aquí un fragmento de la novela, que, en su iluminada exactitud eriza el alma del lector, veamos que opinas, Nacho:
Hasta que no tengan conciencia de su fuerza, no se rebelerán, y hasta después de haberse rebelado, no serán conscientes. Este es el problema.
...(los proles) tenían un estilo de vida que parecía serles natural. Se regían por normas ancestrales. Nacían, crecían en el arroyo, empezaban a trabajar a los doce años, pasaban por un breve período de belleza y deseo sexual, se casaban a los veinte años, empezaban a envejecer a los treinta y se morían casi todos ellos hacia los sesenta años. El duro trabajo físico, el cuidado del hogar y de los hijos, las mezquinas peleas entre vecinos, el cine, el fútbol, la cerveza y, sobre todo, el juego, llenaba su horizonte mental. No era difícil mantenerlos a raya. Unos cuantos agentes de la Policía del Pensamiento circulaban entre ellos, esparciendo rumores falsos y eliminando a los pocos considerados capaces de convertirse en peligrosos; pero no se intentaba adoctrinarlos con la ideología del Partido. No era deseable que los proles tuvieran sentimientos políticos intensos. Todo lo que se les pedía era un patriotismo primitivo al que se recurría en caso de necesidad para que trabajaran horas extraordinarias o aceptaran raciones más pequeñas. E incluso cuando cundía entre ellos el descontento, como ocurría a veces, era un descontento que no servía para nada porque, al carecer de ideas generales, concentraban su instinto de rebeldía en quejas sobre minucias de la vida corriente. Los grandes males, ni los olían. La mayoría de los proles ni siquiera era vigilada con telepantallas. La policía los molestaba muy poco. En Londres había mucha criminalidad, un mundo revuelto de ladrones, bandidos, prostitutas, traficantes en drogas y maleantes de toda clase; pero como sus actividades tenían lugar entre los mismos proles, daba igual que existieran o no. En todas las cuestiones de moral se les permitía a los proles que siguieran su código ancestral. No se les imponía el puritanismo sexual del Partido. No se castigaba su promiscuidad y se permitía el divorcio. Incluso el culto religioso se les habría permitido si hubieran manifestado la menor inclinación a él. Como decía el Partido: "los proles y los animales son libres".
Los peores presagios, querido Nacho, se apoderan de mí. Menos mal, que de momento podemos expresar nuestras ideas aunque la Policía del Pensamiento aceche.
Gracias por tu entrada que me ha permitido expresar un tormento ya antiguo.
Un gran abrazo, amigos.
Publicar un comentario