martes, 27 de junio de 2017

"¡Por mí, que no quede!"


Tomada de "Una vida presente" I, 1988

El 26 de marzo de 1939, en plenos estertores de la guerra civil, el ABC de Madrid publicó un artículo sin firma titulado “La división del pueblo español”. En él se podía leer lo siguiente:

"La pasión política no suele detenerse ante la verdad de las cosas. Si llega a los extremos de violencia de una guerra, menos aún. Si se trata de gentes tan poco fieles a lo verdadero como los españoles, esto se acentúa. El pueblo español está dividido, y por eso ha habido guerra. El año 36 se había perdido el sentido de la convivencia, el sentido nacional. Vivir en una nación supone que se puede discrepar cuanto se quiera, pero dentro de ciertos límites, en los que se convive. Se puede ser muy diferentes, siempre que a la vez se sea unos. En España, el socialista y el falangista o el republicano y el requeté se sentían separados y opuestos por sus opiniones; esto es justo; pero en cambio, no se sentían unidos de un modo vivo y eficaz por su origen, por su pasado, por todo su haber común y por una cosa muy importante más: por el objeto mismo de esas apasionadas actividades opuestas, que era, ¡qué casualidad!, la misma nación española. Sin acordarse de esto, no pensaron más que en sus divergencias, no contaron con los demás y cada bando se comportó como si fuese, él solo, el pueblo español. Mientras tanto, éste, dividido, más aun desgarrado, se desangraba sobre nuestros campos, a lo largo de la trágica linde de los frentes. Necesitamos rectificar urgentemente esta situación anormal; necesitamos, para eso, entenderla bien. Porque de poco nos servirá dejar el curso libre a los ríos, que ya no arrastrarán sangre mezclada, ni hacer que los ferrocarriles crucen una vez y otra el cuerpo entero de España, si no se hace lo mismo con el pueblo, hasta conseguir que vuelva plenamente a vivir como tal, con todas sus diferencias, pero sin volver la espalda a la unidad, más profunda que todas ellas, en que tiene que estar, quiera o no, irremediablemente” (Tomado de Helio Carpintero. Una voz de la Tercera España. Julián Marías, 1939, 2007, pp. 106-107)
Este texto forma parte de una serie de catorce editoriales que vieron la luz en dicho diario entre el 11 y el 28 de marzo del último año de la guerra. No está de más traer aquí, al menos, los títulos de los 13 restantes: “Juicio ante la historia” (11 de marzo), “Nuestro ejército y la paz” (12 de marzo), “Madrid, lección española” (14 de marzo), “La solución de nuestra guerra la darán los españoles” (15 de marzo), “La ocasión de la paz” (18 de marzo), “La República ante Europa, ante el mundo y ante los españoles” (19 de marzo), “La ruptura con lo anterior” (21 de marzo), “Las condiciones de la paz” (22 de marzo), “El estado de ánimo con que llegamos a la paz” (23 de marzo), “Alrededor de la paz” (24 de marzo), “El papel de los republicanos en la paz” (25 de marzo) y “La nobleza del Consejo de Defensa” (28 de marzo).
Durante demasiado tiempo dichos trabajos, en el mejor de los casos, habían pasado desapercibidos, aunque es de temer que, por lo general, hayan sido despreciados o, siguiendo la más arraigada costumbre hispana, ninguneados. Su anonimato y la forma de abordar el asunto a debate pudieron disuadir a los historiadores a la hora de tenerlos en cuenta en sus estudios sobre el final de la contienda. Basta con echar un vistazo tanto a los ya clásicos de Martínez Bande y Luis Romero, o a los publicados más recientemente por Preston o Bahamonde para comprobarlo.
¿Por qué dicho silencio? Aparte de reflejar la postura de su autor, respondían al sentir general de los miembros del Consejo de Defensa, organismo que, de unos años a esta parte, en virtud de una tendencia generalizada en la historiografía al uso, ha sido objeto de las más duras, y a menudo injustas y despiadadas, críticas. El planteamiento del asunto, tan lejos del utilizado en ambos bandos, es el propio de la mayoría de los que conforman esa Tercera España que a muy pocos interesa hoy reivindicar y a demasiados borrar sus huellas y su recuerdo.

Pero, siendo sinceros y dejando a un lado la historia-ficción o cómo nos habría gustado que hubiese terminado el asunto... ¿qué otra cosa se podía hacer? La dimisión de Azaña, la casi simultánea declaración de guerra por parte de la República (más de dos años después de iniciado el conflicto), la imposibilidad de convocar elecciones en el plazo que marcaba la ley para solventar semejante acefalia en la jefatura del Estado, solo dejaba libre el recurso constitucional al Ejército para manejar las riendas de la situación, posibilidad que ni deseaba ni contemplaba el gobierno errante y, desde ese mismo instante, deslegitimado de Negrín. En esa tesitura, con el final de la guerra en ciernes, se organiza en Madrid el Consejo Nacional de Defensa (Miaja, Besteiro, Casado, Wenceslao Carrillo, Miguel San Andrés, Eduardo Val, José González Marín y José del Río) con un único y claro objetivo: acelerar las negociaciones de paz con el enemigo, pactando una rendición en las mejores condiciones posibles. Que el resultado de las mismas (rendición incondicional) se colocara en las antípodas del deseado (rendición con condiciones), no resta un ápice de valor a las pretensiones del Consejo y al papel de todos y cada uno de sus miembros.
En tal coyuntura, en medio de esa pequeña guerra civil dentro de la guerra civil en que se convirtió la oposición a las legales y legítimas iniciativas del Consejo por parte de aquellos que deseaban continuar con la sangría a cualquier precio, Julián Marías Aguilera, un joven licenciado en Filosofía, movilizado a comienzos de 1937 y destinado en oficinas militares en calidad de traductor, entró en contacto con Julián Besteiro para ofrecerle su apoyo, este sí incondicional.

Una voz de la “Tercera España”. Julián Marías en 1939 es el título del trabajo de Helio Carpintero (Madrid, Biblioteca Nueva, 2007) donde se desvela, a lo largo de 153 páginas la autoría de dichos artículos, reproduciendo íntegramente sus textos. El estilo narrativo de los mismos, el uso holgado de conceptos de clara raigambre orteguiana tan queridos por Marías, bastarían casi por si solos para identificar a su responsable. No obstante, en el tomo primero de sus memorias (Una vida presente) publicado en 1988, Julián Marías hace referencia a sus colaboraciones político-literarias durante la guerra:
“Lo más importante, sin embargo, fue que escribí cierto número de artículos en el ABC republicano que aparecía en Madrid, dirigido primero por Elfidio Alonso, diputado de Unión Republicana y hermano de mi amiga y compañera de la Facultad María Rosa. Me pidió algunas colaboraciones, y cuando dejó el periódico continué en relación con el secretario de redacción Antonio Dorta, canario también y buenísima persona, con quien mantuve gran amistad hasta su muerte hace pocos años. ABC era el menos virulento y tendencioso de los periódicos, en una época en que todos lo eran, en ambas zonas. Cuando reanudaron la publicación de Blanco y Negro, también escribí algunos artículos; recuerdo uno sobre el tercer centenario del Discurso del método, en 1937; y otro, a fines de 1938, sobre la muerte de Unamuno dos años antes. Otros artículos, firmados unos, editoriales otros, se referían a las circunstancias españolas; a veces me asombra cómo pudieron publicarse, y sin graves consecuencias para mí, porque eran de una independencia total y no ahorraban las críticas a lo que parecía deplorable” (Una vida presente, 1, 1988, pp. 222-223). 
Año XLVIII. Nº 10, 1938.
J. Marías La formación del Ejército

Esa misma sorpresa causará a Javier Tusell (1945-2005) la lectura de sus colaboraciones en el diario madrileño cuando se procedió, en los años 80, a la edición de una amplia selección del ABC de la guerra, en tinta azul el impreso en Sevilla y en roja el madrileño. ¿Cómo era posible escribir con tal grado de libertad? Si nos atenemos al lema que Julián Marías hizo suyo y con el que hemos encabezado estas líneas: “por mí, que no quede”, se comprende que la defensa de la verdad y la lucha por la conservación de lo mejor de nosotros mismos poniendo por encima de todo la realidad de la situación, movilizara todas sus energías aun a sabiendas del riesgo real que podía correr su propia vida y la de sus seres queridos. De hecho, por él mismo confesado en estas mismas memorias, en las que brilla por su ausencia todo gesto de vanidad o vanagloria, su actuación durante esos días de marzo de 1939 es una de las pocas cosas de las que se siente realmente orgulloso.




”Para que se pudiera hacer la paz en España –y no me refiero a las negociaciones con el otro bando, que estaban totalmente fuera de mi alcance y que no eran lo decisivo-, lo primero que hacía falta era la expresión y difusión de la verdad. Era menester barrer la espesa nube de mentiras que envolvía a todos los españoles de ambas zonas desde el comienzo de la guerra, de manera que se instalaran en la realidad. Era menester que los republicanos comprendieran y aceptaran su derrota, y reconocieran en qué medida habían contribuido a ella con sus errores y sus crímenes y que los adversarios vieran también la parte que tenían en los mismos males, aunque la suerte –acaso inmerecida- los hubiera acompañado. […] Besteiro me pidió que escribiera lo que me parecía oportuno. Se enviaba a los periódicos y a las emisoras. Dio órdenes de que mis escritos se tomaran como si fueran suyos. […] Cuando pienso en mi edad, en mi insignificancia social, en mi nulidad política, siento asombro y gratitud […] Cubrí un amplio espectro de cuestiones: el balance real de la guerra, las conexiones internacionales, la necesidad de despojarse del espíritu de odio, y aun de beligerancia, el papel que los republicanos, aun vencidos, podrían y deberían representar en la paz. Besteiro estaba enteramente de acuerdo, trabajábamos cada uno por su lado, sin conexión, pero en armonía y aprobaba lo que yo escribía. A tanta distancia de edad, formación, experiencia política y todo lo que se quiera, llegamos a una amistad profunda, hecha de mutua lealtad y confianza, de participación a la vez triste e ilusionada en una empresa que nos parecía justificar nuestras vidas. Yo aportaba mi juventud, un entusiasmo que nunca me abandonó, cierta esperanza en la capacidad creadora de la realidad, que inventa sus fórmulas aun cuando parecen imposibles” (Una vida presente, 1, 1988, pp. 244-246)
Julián Besteiro (1870-1940), “modelo de liberalismo, cordura y tolerancia”

Hasta aquí, este pequeño recordatorio del papel jugado por Julián Marías durante esas convulsas semanas. La lectura de estos editoriales nos llena, a un tiempo, de tristeza y esperanza. Tristeza al comprobar cómo acabaron las cosas, qué lejos quedaba la reconciliación y la mera convivencia. Esperanza al constatar la existencia de personas profundamente liberales que pusieron su vida a una carta, sin importarles el precio de la apuesta, sin permitirse un adarme de derrotismo o envilecimiento.
 
Gracias a la iniciativa de Helio Carpintero, en un leal homenaje a la larga amistad de su familia con el filósofo, conocemos esta faceta fundamental en su trayectoria intelectual, que se puede completar con un “librito” que comentamos aquí hace unos años, "La Guerra Civil, ¿cómo pudo ocurrir?" y con otras referencias dispersas a lo largo de su obra.

Ver
La resaca de un sueño (Julián Marías. 1) 21 de junio de 2017
Encuentro (Julián Marías. 3) 4 de julio de 2017
Reencuentro (Julián Marías.4) 11 de julio de 2017
El límite de la ausencia. Continuidad y despedida. 1 (Julián Marías. 5) 25 de julio de 2017

 

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