martes, 4 de julio de 2017

Encuentro



A menudo sucede que nos tropezamos en la vida con ciertas personas en las que identificamos afinidades, coincidencias de mayor o menor calado, rasgos comunes a nuestra propia existencia. Puede que nos separen de ellas enormes distancias geográficas, cronológicas o intelectuales; incluso es posible que la muerte haya hecho acto de presencia. Da lo mismo: la comunicación unidireccional, y en el mejor de las casos mutua, ya se ha establecido, de manera que nuestro patrimonio vital se ha visto aumentado, matizado, de cualquier forma enriquecido. Ese territorio común que habitamos no tiene que estar sustentado necesariamente por sentimientos profundos o fuertes experiencias. Un comentario, un asomo de sensibilidad, la constatación de haber admirado las mismas cosas o pisado idéntico suelo se transforman en salvoconducto suficiente para que el otro pase a ocupar un espacio en nuestro pensamiento.
 
No obstante, se necesita determinada disposición, apertura, receptividad…; un estado de aceptación, de dejarse impregnar de lo que el prójimo nos quiera transmitir. Y no siempre ocurre, pues dependemos demasiado del ánimo del momento. Muy bien lo expresó en el siglo XVIII nuestro Martín Sarmiento: “La elocuencia no está en el que habla, sino en el que oye… si no precede esa función en el que oye, no hay retórica que alcance”
 
Cuando esa función es simultánea en el que ofrece y en el que recibe se provoca la auténtica comunicación, esa descarga eléctrica capaz de ampliar el horizonte hasta límites insospechados.
Me pregunto qué extraños mecanismos facilitan que dichas conexiones se den con mayor frecuencia en unos períodos históricos que en otros.

José Ortega y Gasset, (Ignacio Zuloaga, 1920)

Todo esto viene a colación de la relación existente entre José Ortega y Gasset y Julián Marías, algo que fue más allá de la que se suele dar entre maestro y discípulo: amistad, magisterio, lealtad y, por qué no, necesidad.
 
Personalmente, experimento siempre una viva emoción cuando leo las páginas que escribió Marías en muchas de sus obras sobre el ambiente universitario que tuvo la suerte de conocer y hacer suyo desde su acceso a los estudios superiores en 1931, a los 17 años de edad, simultaneando el primer año Ciencias y Filosofía, para decantarse muy pronto por la segunda. En aquella Universidad, al menos en la Facultad de Filosofía y Letras, primero en San Bernardo, al poco, a partir de 1933, en la flamante Ciudad Universitaria, se daba una perfecta coordinación entre los profesores, integrándose unos cursos con otros, eludiendo la rutina, sin el constante recurso a los libros de texto.

Antigua Facultad de Filosofía y Letras, en la C/ San Bernardo

“Esta facultad era, ni más ni menos, vida intelectual, subrayando tanto el sustantivo como el adjetivo. Me descubrió mi vocación profunda por todo aquello junto –adiviné la honda conexión, hoy tan desconocida, de todas las disciplinas de humanidades-, con un centro organizador en la filosofía, desde la cual había de mirarlo todo, que había de constituir, en una dimensión decisiva, el argumento de mi vida” (Julián Marías. Una vida presente, 1, 1988, p. 101)
 
Basta echar un vistazo a la nómina de profesores y sufrir al momento, cierta sensación de vértigo: Decano, Claudio Sánchez Albornoz, sustituido por Manuel García Morente cuando se hizo cargo del Rectorado; Literatura Española, Luis Morales Oliver, Historia de la Cultura, Andrés Ovejero Bustamante; Introducción a la Filosofía, Xavier Zubiri Apalategui. Más: José Gaos, Ramón Menéndez Pidal. Suma y sigue: Manuel Gómez Moreno, Obermaier, Ballesteros Beretta, Pío Zabala, Américo Castro, Asín Palacios, González Palencia, Pedro Salinas, Lafuente Ferrari, Lapesa…Para Marías, (¿para quién no?) probablemente la mejor Facultad de Europa.

 En este ambiente se produce el encuentro con José Ortega y Gasset:
 
“No era nada alto –tenía exactamente mi estatura, y a veces decía de broma que era “el filósofo más alto de Europa”, porque Heidegger, Gabriel Marcel, Jean Wahl y Zubiri eran ciertamente más bajos-; más bien ancho, corpulento, bien plantado; calvo desde joven, cubría su cabeza con escasos pelos diestramente dispuestos; su piel era gruesa, bastante arrugada para su edad, cuarenta y nueve años que parecían más […] tenía una nariz gruesa, una boca grande y expresiva; los ojos eran lo más notable: luminosos, penetrantes –no como el acero, sino como la luz, dije cuando murió- atentos, cordiales” Continúa esta detallada descripción con su forma de hablar, la impresión que enseguida causaba en el oyente y, lo más importante… “se lo veía pensar. Creo que esta era la sustancia de la impresión que recibíamos. El pensamiento en estado naciente, brotando ante nosotros, con su mecanismo de justificación que llevaba a la evidencia, sus conexiones, su irradiación mediante la belleza de la palabra. La lengua española en su espontaneidad hablada, con la más alta perfección que habíamos conocido”

Suponía asistir a una filosofía en marcha, a la altura de los tiempos y, en gran medida, por encima de la que se hacía en el resto de Europa. Además de asequible, concebida en la lengua de todos, hermosa, impactante y de aplicación práctica. Es lo que más llama la atención de este motor filosófico, el profundo sentido común de que hace gala, eludiendo forzar, violentar la realidad para ajustarla a determinado esquema. Marías se referirá a ella como “rigurosa verdad justificada y que por eso se podía compartir y poseer”

Actual fachada de la Facultad, en la Ciudad Universitaria

La fama, el prestigio, la alta calidad intelectual alcanzada por Ortega, no podía pasar desapercibida, como tampoco la estrecha relación que mantenía con sus alumnos (con los que solía merendar o pasear desde la Facultad hasta Moncloa), su extraordinario poder de convocatoria, repetimos: ese hacer filosofía en español, desde España y con proyección internacional. ¿Podemos encontrar mayor motivo para sentirse orgulloso de pertenecer a ese preciso momento histórico?

“Los que no toleran la calidad, los que sienten lo que luego he llamado “rencor contra la excelencia”, sentían una viva hostilidad contra Ortega; les parecía una provocación, casi un insulto; sentían que los disminuía, hubieran querido borrarlo, anularlo; ya que esto no era fácil, se contentaban con negarlo” (Julián Marías. Una vida presente, I, 1988, p. 111-112)

En plena efervescencia intelectual, cultural y educativa, estalla la guerra civil. Toda la inquina alimentada durante los últimos años, no solamente a partir de la proclamación de la II República, se agolpa contra el filósofo. En el “Epílogo para ingleses”, redactado en el exilio parisino, el mes de diciembre de 1937, y que acompaña a las ediciones posteriores de “La rebelión de las masas”, Ortega se lamenta profundamente de la postura adoptada por los intelectuales europeos ante el conflicto español, tomando claramente partido por uno de los contendientes. Se refiere concretamente a Einstein, que hace suya “la ignorancia radical sobre lo que ha pasado en España ahora, hace siglos y siempre”, ejemplo, reflejo y muestra del creciente desprestigio “del hombre intelectual, el cual, a su vez, hace que hoy vaya el mundo a la deriva, falto de pouvoir spirituel

Aspecto de la Facultad durante la Guerra Civil

“Mientras en Madrid los comunistas y sus afines obligaban, bajo las más graves amenazas, a escritores y profesores a firmar manifiestos, a hablar por radio, etc., cómodamente sentados en sus despachos o en sus clubs, exentos de toda presión, algunos de los principales escritores ingleses firmaban otro manifiesto donde se garantizaba que esos comunistas y sus afines eran los defensores de la libertad” (José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas, p. 178-179)

La inteligencia, ese pouvoir spirituel tan reclamado por Ortega, se tomó unas largas vacaciones... Despreciado, humillado por la izquierda y vejado por una derecha que desatará todo su resentimiento, como veremos, en el momento de su muerte, no tendrá más salida que tomar el camino del exilio. Del Madrid en guerra, el filósofo marchará a París, de donde dará el salto a Buenos Aires. Incómodo en Argentina, se acercará a España, instalándose en Lisboa. Un total de nueve años tardará en regresar a su patria.






Ver
La resaca de un sueño (Julián Marías. 1) 21 de junio de 2017
“¡Por mí, que no quede!”  (Julián Marías. 2) 27 de junio de 2017
Reencuentro (Julián Marías. 4) 11 de julio de 2017
El límite de la ausencia. Continuidad y despedida. 1 (Julián Marías. 5) 25 de julio de 2017


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