El sencillo gesto de enunciar un hecho o de expresar una
realidad con frecuencia es suficiente para darles carta de naturaleza. Mientras
permanezcan ocultos, disfrazados o mezclados con otros completamente ajenos
vivirán en la mentira y el error. No existirán. No serán. Otro tanto ocurre con
la libertad. Actuar como si esta existiera, por mucho que se empeñen algunos (o
la mayoría) en coartarla, refuerza su carácter de ámbito innegociable, de
condición imprescindible para el desarrollo integral de la persona. Asombra comprobar
cómo durante esos años de hierro, pese al agobio de las consignas y discursos, a
las estrecheces materiales y a la dureza de la represión de todo tipo, se daban
pasos, al menos en el mundo más privado, íntimo o personal, así como en el del
pensamiento y la creación, hacia la conquista y paulatina ampliación de un
espacio de libertad, condición sine qua non
para la extensión de las libertades públicas posteriores que hoy todos
disfrutamos.
Si pensamos en La filosofía española actual : Unamuno, Ortega, Morente, Zubiri la obra de Julián Marías publicada por Espasa-Calpe en 1948, nos encontramos ante la constatación de un hecho y una realidad a la que ya no puede, porque nunca quiso, renunciar su autor. Filosofía, no mera escolástica, como se venía haciendo en la Facultad desde 1939; española, esto es: elaborada en España y en español; actual, presente, vigente, con un pie en el pasado, recogiendo los frutos de la rica tradición de la generación del 98 y siempre proyectada hacia el futuro. El reconocimiento a los maestros en un sincero homenaje independientemente de las ampollas que en los círculos oficiales pudiera levantar su simple mención refleja el nivel de seguridad y confianza en la veracidad de su pensamiento al que había llegado Marías. Algo similar sucede con el texto de ese mismo año, publicado en Santander, Ortega y la idea de la razón vital.
Pero a este estado de ánimo no se llega de forma gratuita. No olvidemos el impacto que supusieron para la joven pareja las jornadas lisboetas junto a Ortega en verano de 1944, que se repitieron un año después. Fue un acicate para consolidar y afirmar la vocación creadora de Marías, a lo que hay que añadir el nacimiento de su primer hijo Julianín, el 11 de noviembre de 1945.
“Tenía delante, o en los brazos, una vida que empezaba;
era una persona nueva; y, sobre todo,
era alguien a quien Lolita y yo habíamos ayudado a existir; en ese sentido,
“nuestro”; y, lo que se suele olvidar, íbamos a ser “suyos”” (Julián Marías. Una vida presente, I, 1988, p. 358)
Con el regreso de Ortega y el nacimiento de Julianín, auténticos estímulos, aborda y culmina sucesivos proyectos de gran alcance.
Por una parte, La
filosofía en sus textos finalizada en 1945 pero que retrasos burocráticos y
técnicos obligaron a aplazar su publicación hasta 1950. Concebida como una
biblioteca en miniatura para un mundo, el de la postguerra europea, que había
sufrido la destrucción de innumerables librerías y colecciones bibliográficas,
se presentaba como una gran antología filosófica.
Finalizada en 1945. Publicada en 1950 |
De forma casi simultánea, comienza la redacción de la
monumental Introducción a la filosofía
que, tras 17 meses de intenso trabajo, finalizará en enero de 1947. Si en Historia de la Filosofía se concentra,
como vimos, una gran dosis de pensamiento, en Introducción… destaca el papel de una mirada profunda: “Recorrer la
realidad con la mirada, fielmente, dejándome llevar por ella, sin detenerme”
(Julián Marías, Op. Cit., p. 363). De
“mirada responsable” calificará a la Filosofía en 1970, en Antropología metafísica. Más que una materia o disciplina, se
aborda la introducción a la Filosofía como una empresa, “la de introducirse
alguien –yo, en primer término; el hombre occidental de mediados del siglo,
también- en la filosofía”. Como no podía ser de otra manera, el método empleado
iba a ser el de la “razón vital”, hijo de Ortega pero del cual había escrito
muy poco:
“Yo lo había puesto en juego [el método de la razón
vital] en todos mis escritos anteriores, con bastante fruto dados mis escasos
recursos; pero nunca a fondo, sistemáticamente y desarrollando a la vez la
teoría. El resultado fue un libro sistemático, pero de un tipo de sistema
impuesto por la realidad, no voluntario: el sistema que corresponde al
sistematismo de la vida humana”(Op. Cit.,
p. 363)
Desde la distancia observamos que la trayectoria
intelectual de Julián Marías por aquellos años parece obedecer a un plan
preconcebido que gira en torno a la continuidad de un latido cultural y de
civilización que la guerra civil y sus secuelas no consiguieron apagar del
todo. Sus obras parecen orientadas a alimentar esa llama que un conglomerado de
fuerzas se empeñaba en extinguir.
Ese mismo deseo de continuidad y recuperación, nunca
abandonado, se adivina en Diccionario de
Literatura Española, aparecido en la Editorial Revista de Occidente en 1949
bajo la dirección de Marías. En esta obra monumental se trata con idéntico
rasero, en pie de igualdad, a los autores que permanecieron en España y a los
que optaron por el exilio, dando así por liquidada, diez años después, la
guerra.
Codirigida junto a Germán Bleiberg |
A esta lucha en defensa de unos claros principios de
libertad, representada en esta nómina de trabajos de una valentía que asombra
teniendo en cuenta la enemistad oficial y administrativa, habría que sumar una
serie de desgracias personales, de sinsabores que a más de uno le habría
empujado a tirar la toalla. He tomado esta frase, “el límite de la ausencia”,
con la que hacía referencia Marías al estado de ánimo que motivó el regreso de
Ortega a España porque, aparte de su enorme carga emocional, es lo
suficientemente expresiva, no solo del sentimiento de Ortega, sino del reto,
del golpe que tuvo que padecer Marías con las muertes casi simultáneas de su
padre y de su hijo Julianín en 1949. Si los nueve años de alejamiento de España
los compensó Ortega con una serie de proyectos más o menos exitosos (Instituto
de Humanidades, conferencias en Alemania y Estados Unidos…), Julián Marías
tendrá que arrastrar para siempre la ausencia del hijo, transformada en una
dolorosa presencia nunca del todo mitigada.
“Aquella noche [Julianín] se puso a hablar,
apaciblemente: “Soy un niño con más suerte… Tengo un papá y una mamá tan
buenos, que me quieren tanto; tengo una cuna tan bonita y muchos juguetes…” Un
par de horas después, súbitamente, se moría. No puedo decir nuestro
hundimiento, nuestra desesperación. Lo adorábamos; nos parecía un don
inmerecido, el hijo que hubiéramos soñado. Al ver su cuerpecillo inerte, la
vida nos resultaba insoportable. No quiero recordar aquellos días atroces,
únicamente apoyados Lolita y yo, el uno en el otro. ¿Días? Meses, años de
insomnio, de tristeza incontenible, de incomprensión del sentido de todo
aquello. Nos hablaron de meningococos con una localización suprarrenal,
infrecuentísima y que entonces al menos no tenía arreglo. No sé. Tenía tres
años y medio, era el 25 de junio. Su hermano Miguel, un niño alegrísimo y lleno
de vitalidad, lo buscaba por todas partes. Cuando nació, Julianín lo miró en su
moisés y dijo gravemente: “No sabe hablar, no tiene memoria y no tiene dientes”
Cuando el pequeño cogía juguetes del mayor, y los rompía, el dueño se reía y
decía: “Déjalo que los rompa. Es brutillo, pero es bueno. Yo lo quiero” Ahora,
Miguel, gateando, lo buscaba y parecía que nos pedía cuentas: “Tintín, Tintín”
Era desolador. No sé cómo pudimos resistirlo sin enloquecer” (Op. Cit., p. 379-380)
Pero la vida tenía que seguir su curso, con el
peso de la ausencia sobre los hombros y una carga de trabajo suficiente para
intentar rellenar un vacío que nunca se colmatará... Por aquellas fechas, ya estaba en marcha
el Instituto de Humanidades,
organizado en 1948 por Ortega y Marías sobre otro proyecto, Estudios de Humanidades, que por
diversos motivos no llegó a cuajar. El Instituto…,
creado en el ámbito de lo privado, de espaldas y sin apoyos de ningún organismo
oficial, supuso un auténtico soplo de aire fresco, otro logro más en el
apuntalamiento de cierta continuidad. Concebido como un conjunto de cursos,
seminarios y coloquios, se celebraba en un piso de la calle Serrano, 50, a
excepción del curso de Ortega que, por la masiva afluencia de asistentes se
tuvo que dar, el primer año, en el salón del Círculo de la Unión Mercantil, en
Gran Vía. Para evitar sospechas, el Instituto de presentaba como una actividad
más de Aula Nueva.
Fruto de las tareas del Instituto..., de las conferencias y coloquios, fue la publicación en forma de libro del curso de Marías sobre El método histórico de las generaciones y de un resumen del de Ortega, redactado por Marías, Una interpretación de la historia universal. En torno a Toynbee.
En un artículo publicado en ABC el 26 de febrero de 1989, Julián Marías hacía memoria de las “Humanidades, hace medio siglo”:
“Era
una empresa arriesgada, improbable. Sirvió para convocar a un par de decenas de
personas eminentes, que colaboraron con entusiasmo en los trabajos del
Instituto, con un nivel que nada tenía entonces. Pero, por otra parte, el curso
de Ortega, «Sobre una nueva interpretación de la Historia Universal», atrajo un
público de unas seiscientas cincuenta personas, una muestra del Madrid de hace
medio siglo, que asistía a algo desconocido desde hacía largo tiempo, que había
parecido impensable.
El conjunto de las demás
actividades del Instituto descubrió la existencia de investigadores y
profesores eminentes, de inmenso saber, en su mayoría creadores –en gran parte
oscurecidos por la situación política–; era un descubrimiento de la España
real, casi soterrada, con frecuencia mal vista, si no perseguida.
El entusiasmo fue considerable;
los oyentes no salían de su asombro; el Instituto fue –no se olvide esto– un inmenso
suscitador de esperanza”
Una prueba del impacto del Instituto la encontramos en
Elena Fortún, que regresó a España desde su exilio argentino movida por esa
esperanza de recuperación del mundo intelectual que conocía representado en esos
cursos.
Las reacciones no se hicieron esperar. Las reseñas de los
cursos publicadas en la prensa no podían exceder las veinte líneas y las
críticas adversas a los mismos no admitían réplica. Sin los apoyos que se
esperaba en un inicio y con las dificultades que había que vencer día a día,
Ortega, quizá más atraído por otros quehaceres, decidió interrumpir los cursos
una vez finalizado el de 1949-1950.
“En conjunto, la reacción social
de España al Instituto de Humanidades fue ejemplar. Fue un revulsivo
extraordinario, la toma de posesión de muchas posibilidades que habían
permanecido ignoradas hasta entonces y que fueron súbitamente descubiertas.
Sería posible, y apasionante,
perseguir las consecuencias de aquella sobria audacia que cumple medio siglo.
La poderosa censura impidió que quedase constancia pública adecuada de sus
efectos; pero se puede adivinar al trasluz lo que significó”. (ABC, 26 de
febrero de 1989)
Ver:
La resaca de un sueño (Julián Marías. 1) 21 de Junio de 2017
"Por mí,
que no quede" (Julián Marías. 2) 27
de junio de 2017
Encuentro (Julián
Marías. 3) 4 de julio de 2017
Reencuentro (Julián Marías. 4) 11 de julio de 2017
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