A raíz de unos artículos publicados por Pío Moa en Libertad Digital donde propone una manera diferente de interpretar el franquismo desde el liberalismo, se ha desatado cierta polémica entre varios columnistas del diario haciendo de Moa un muñeco de pim-pam-pum. Desconozco los motivos últimos de tal rifirrafe, porque a estas alturas a nadie le pueden sorprender los planteamientos del autor. ¿Será que el periódico digital quiere mantener cierta distancia con este señor en pos del moderantismo o, por el contrario, es una táctica comercial para convencer al lector de que en el think-tank conservador-liberal español hay lugar para la discrepancia?
Si nos atenemos a la primera suposición, el caso es que volvemos a las mismas acusaciones que han vertido sobre Moa estos y aquellos en los últimos años, y con no menor ferocidad, que no son otras que su osadía al escribir sin pertenecer siquiera al mundo académico fetén (Jorge Vilches) o la escasa calidad de sus trabajos (César Vidal)
A estas alturas de la película produce cierta desazón que un grupo mediático, que no se cansa de hacer un día sí y otro también profesión de fe liberal, dedique parte de su tiempo a intentar desmontar, con artillería que suponen pesada, las ideas de una persona que se juega el cuello cada vez que empuña el bolígrafo.
Yo no voy a defender aquí a Pío Moa. Él solo se basta y se sobra para luchar en esas lides con éxito demostrado, pues nadie ha sido capaz de desbaratar sus tesis, limitándose a exponer una serie de argumentos ad hominem que solo demuestran la desolación intelectual de quien los esgrime. Pero es un poco triste que una de las pocas personas que, hoy en día, ha sistematizado lo que muchos han pensado y escrito sobre la II República y la Guerra Civil, proporcionando unas herramientas de interpretación frente a las que la historia académica poco o nada tiene que hacer, se vea en la tesitura de defenderse de los dardos y puyas que, en esta ocasión, dirigen contra él los que se suponía eran amigos.
Si se trata, por el contrario, de una estrategia de marketing, resulta un tanto peligroso jugar con esos fuegos porque, a la postre, uno de los contrincantes acabará quemado, viéndose obligado, por pura honradez intelectual, a hacer mutis.
Sea como fuere, si aceptamos que uno de los causantes del estado comatoso de que adolece España no es otro que ese cajón de sastre donde metemos la eterna pregunta tricéfala quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, ¿no es un poco triste arremeter, desde la orilla liberal, a uno de los que, aceptemos o no sus tesis, tratan de dar respuesta a esas cuestiones?
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