Aquel
día, ya anochecido, regresaba a casa con los pequeños después de dar un paseo
por el parque. Era uno de los previos a Reyes, cuando las fiestas declinan a la
espera de la traca final y el tiempo nos regala, como anticipo de lo que ha de
venir, algunos minutos más de luz y unos olores nuevos, como de estreno.
Durante
la caminata habíamos tocado, como en tantas otras ocasiones a lo largo de la
última semana, con la intención de dulcificar el desencanto que rumiaba Sara
desde que el día de Navidad recibiera como un jarro de agua fría la “mala
nueva” de la humanidad de Papá Noel y de Sus Majestades de Oriente, de la
permanencia de la magia, de la ilusión, de la creencia en lo que no se ve; de
mantener encendidas unas tradiciones, costumbres o hábitos que nos van a
acompañar, moldeándonos de alguna manera, durante toda la vida; de la necesidad
de cierta liturgia, de cultivar unos ritos que reconocemos como propios y
auténticos, asumimos de nuestros padres y esperamos transmitir a nuestros
hijos.
Mientras
esperábamos en silencio que bajara el ascensor, recibí una llamada de Carmen.
Desde algún centro comercial apalabraba con urgencia los últimos regalos.
-“¿Qué
tienes de Ayn Rand?”, preguntó a bocajarro.
“Todo,
o casi todo”, pensé
Patricia Neal y Gary Cooper |
El
recuerdo amargo de una tarde de junio, cubriendo a pie la distancia entre Alonso
Martínez y Plaza de España después de renovar nuestros carnets de identidad en
Santa Engracia. Bajábamos por Fuencarral callados los tres, (Sara, Carmen y yo),
sin atrevernos a pronunciar una palabra que sonara a reproche o a culpabilidad utilizados
como armas arrojadizas, intentado encajar de la mejor forma posible la última ocurrencia
de la dirección de colegio de la niña. A la altura de la Casa del Libro, en
Gran Vía, mientras ellas continuaban su camino, me detuve sorprendido al ver que
uno de los escaparates lo ocupaba, creo que en su totalidad, un buen número de
ejemplares de una recientísima edición de “La rebelión de Atlas”.
El
recuerdo sensual asociado al tacto, al olor, a los colores que siempre acompaña
al libro de segunda mano, cuando compré en una librería de viejo “Los que
vivimos”, con ese papel tan ácido y precario de los años cuarenta, áspero, demasiado
oscuro, como sucio, casi quebradizo; y “El manantial”, este ya era otra cosa, con
su cubierta a todo color protegida por una solapa de plástico, en la que Patricia
Neal y Gary Cooper, los protagonistas de la película de King Vidor, posaban sonrientes.
-“¿Qué
tienes de Ayn Rand?”. Insistió
-¿Por
qué? – Respondí con una pregunta retórica, pues ya adivinaba la respuesta, sujetando
la puerta del ascensor mientras entraban en la cabina Sara y Alejandro,
-
“La rebelión de Atlas”, ¿lo tienes?
Siempre
había querido tener una edición en papel que facilitara su lectura lenta,
anotada, reposada; que permitiera registrar todos sus detalles, los guiños, los
mensajes reiterativos que contiene… Aunque ya han pasado muchos años de mi
inmersión apresurada, un tanto agitada y muy superficial, en la obra de A. Rand, (1, 2, 3, 4 y 5), reconozco ahora
que el deslumbramiento que me provocaron sus novelas, como tantas veces me
ocurre, se transformó en poco tiempo en una obsesión, y fue uno de los motivos
que me empujaron a iniciar la andadura de este proyecto truncado de blog un 27de mayo de 2011.
Últimamente recurro a menudo a la idea del retorno a los orígenes, a visitar de nuevo esos lugares del alma en los que uno se reconoce y sosiega; allí encuentro tantas explicaciones como fuerza para afrontar lo venidero. Con ese símil circular, donde ignoramos qué ocurrirá cuando se cierre la figura, me identifico plenamente.
Creo que fue en ese momento, mientras subíamos en el ascensor, cuando resolví volver a escribir. De ahí la sensación agridulce, teñida de ilusión y de temor, que acarrea la intención que hoy asumo de recuperar y reanudar una relación que rompí por pereza y desidia, sin dar ninguna explicación, el 25 de julio de 2017.
Últimamente recurro a menudo a la idea del retorno a los orígenes, a visitar de nuevo esos lugares del alma en los que uno se reconoce y sosiega; allí encuentro tantas explicaciones como fuerza para afrontar lo venidero. Con ese símil circular, donde ignoramos qué ocurrirá cuando se cierre la figura, me identifico plenamente.
Creo que fue en ese momento, mientras subíamos en el ascensor, cuando resolví volver a escribir. De ahí la sensación agridulce, teñida de ilusión y de temor, que acarrea la intención que hoy asumo de recuperar y reanudar una relación que rompí por pereza y desidia, sin dar ninguna explicación, el 25 de julio de 2017.
Desde
el 6 de enero el grueso tomo de “La rebelión de Atlas”, en su edición española
revisada de 2019, me vigila desde la mesita del sofá como el testigo de un
compromiso que espero no defraudar esta vez.
5 comentarios:
Enhorabuena hermano por tu decisión. Escribir es sanación, aprovecha el don.
Enhorabuena hermano por tu decisión. Escribir es sanación, aprovecha el don.
Geacias, hermana. Algo de sanación tiene, la verdad
Es una suerte poder volver a disfrutar de tus publicaciones. Felicidades por el regreso
Gracias, Jesús
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