Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos (Fernando Pessoa. Libro del desasosiego)
José Ortega
y Gasset solía recomendar a sus alumnos la gimnasia del pensamiento, que consistía en pensar,
al menos, diez minutos al día, lejos de la escritura y la lectura, y comprobar
así cómo se desarrolla la musculatura intelectual. ¿Se podría aplicar
igualmente este consejo al recuerdo, al trabajo de rememorar, de traer al
presente para desempolvarla la vida pasada? Si aceptamos como válida la
importancia de la perspectiva a la hora de interpretar la realidad de ayer y de
hoy, esa capacidad que tiene de darle forma, sentido y vigencia, nos
encontramos ante un escenario enriquecido en el que podemos hacer pie con
relativa seguridad, despejadas todas las dudas y sombras que proyectamos a la
hora de recuperar un momento pretérito.
Cuando
intento pescar las primeras impresiones que produjeron en mi mente infantil Portugal
en general, y Lisboa en particular, me vienen a la cabeza mi tía Pili, con mi
tío Celes y mis primos Rudi y Pili, veraneando en una casita baja que
alquilaban todos los años en Caparica, un pueblecito próximo a Lisboa. Por
aquel entonces (yo aun no había nacido) no debía ser más que un pueblo de
pescadores. Pero en mi imaginación, alimentada con las historias que años
después me contaban mis padres, y con esos objetos fantásticos procedentes de
Portugal (vistosas gafas de sol, bolsos, toallas, accesorios varios… ¡incluso
mantequilla “a media sal”!) que traían invariablemente cada vez que iban a
Badajoz, o venían mis tíos y primos a Madrid, se iba construyendo un Portugal
estupendo, impregnado de un glamour y
un bienestar muy alejado del prosaísmo común a una familia numerosa, la mía,
que vivía sin estrecheces, pero con lo justo, en un popular barrio madrileño.
Acepto
que la realidad portuguesa de los primeros años setenta poco tuviera que ver
con la que yo me había forjado. Pero esta, para mi gobierno, me resultaba al
menos tan válida como la otra, cuyos detalles, atrapados al vuelo entre
noticias y comentarios, muchos de ellos a media voz, como en susurros, se me
escapaban por completo. Igualmente, de mis primeras visitas a Portugal, de las
que dan fe algunas fotografías conservadas en los álbumes familiares, no
conservo un recuerdo tan vivo como esa impronta a la que acabo de hacer
referencia, sin contar con una escala que hicimos en el Pantano, volviendo de
Portugal, con una varicela galopante que me impedía salir del coche. De ese
momento solo recuerdo la fiebre y una mujer de negro, con un bebé en brazos,
apoyada en el marco de la puerta de una especie de nave. Pero eso ya es otra
historia...
En este mismo blog y en 2012, aprovechando la coyuntura de las sucesivas olas de calor que, como las presentes, atravesábamos, sin un amago de estoicismo por lo que a mí respecta, dejé por escrito un recuerdo lisboeta, quizá el primero realmente constatable:
En este mismo blog y en 2012, aprovechando la coyuntura de las sucesivas olas de calor que, como las presentes, atravesábamos, sin un amago de estoicismo por lo que a mí respecta, dejé por escrito un recuerdo lisboeta, quizá el primero realmente constatable:
“Hace más de 25 años, y en unas circunstancias muy similares,
estábamos mi hermano José Ramón y yo en casa de mis padres, en el Pantano. Mi
padre, bastante comedido y paciente por lo general, se veía tan crispado por el
calor que tomó una decisión arriesgada y aventurada. Cogimos el coche (yo me
acababa de sacar el carné, esto sería sobre el 85-86) y con lo puesto (“Y lo
que me quito cuando me acuesto”, como apostillaba mi madre cuando se refería al
equipaje más escueto posible) nos marchamos a Lisboa. Recuerdo que cogimos un
par de habitaciones en el hotel Ambos
Mundos, muy próximo a la Rua da Prata
y durante las dos o tres noches que pasamos allí nos lavaban la ropa del
día para tenerla lista a la mañana siguiente. También me acuerdo del pánico que
me entró, conductor novato tenía que ser, al atravesar el puente de Salazar
(perdón, “25 de abril”) y desembocar en una glorieta donde no había una triste
señal que regulara el tráfico. “Respeta siempre a la derecha”, me repetía mi
hermano. Incapaz de controlar el desbarajuste, le dejé el volante y no volví a
cogerlo. Durante esos días que pedimos asilo vital en Lisboa, tomábamos el
autobús que nos llevaba a Caparica, la playa más popular de la capital, y
pasábamos el día como una familia lisboeta más. Entre la playa y los paseos por
la ciudad, a pie o en tranvía, transcurrieron los más agobiantes días de
aquella ola de calor un cuarto de siglo atrás”
En
nuestra geografía sentimental Lisboa ocupa, pues, un lugar tan destacado (Vivir otra vida, El tiempo no se detiene) que
sentía como una falta de consideración, una especie de ofensa hacia la ciudad donde
tan buenos momentos he vivido con Carmen y los niños, no haberle dedicado ni
una sola línea a un librito que compramos durante la última estancia en casa de
Marisa, en 2015. Con la lectura aún reciente de Librerías, de Jorge Carrión, decidimos acercarnos un día a
Bertrand, la librería más antigua del mundo que se encuentra ahora en la Rua
Garret, en el corazón del Chiado. Por comprar algo, y venciendo a mi proverbial
tacañería, aparte de alguna que otra libreta que eligieron los pequeños, opté
por un tomito editado por Livros Horizonte en su colección “Cidade de Lisboa”.
Se
trata de “Lisboa : O que o turista debe
ver = What the tourist should see” una “guía turística” bilingüe escrita hacia 1925, o muy poco después, por Fernando Pessoa (1888-1935) y rescatada del conjunto de su obra inédita
(el famoso arca o espólio de Pessoa, hoy custodiado en la
Biblioteca Nacional portuguesa) con motivo del centenario del nacimiento del
autor del Libro del desasosiego pero
que, por retrasos burocráticos, no vio la luz hasta 1992.
Teresa
Rita Lopes, en el detallado e interesante prólogo a esta guía, nos cuenta cómo
fueron repartidos entre los “exploradores” del arca los más de 27.000 inéditos de que constaba, manuscritos en
papel de oficio de aquellas empresas comerciales donde prestaba sus servicios
el poeta. Entre el material entregado a Maria Amélia Gomes, una de las
integrantes del grupo, se encontraban 42 páginas mecanografiadas, algo poco
frecuente en el conjunto de sus inéditos, en inglés y portugués, con numerosas
correcciones manuscritas, lo que venía a ser una obra cerrada, presta a su
publicación.
Del
proyecto de esta guía que estamos comentando, que sería solo una parte de una
empresa de mayor calado: “All about Portugal”, existen bastantes pistas en el espólio: “guide to travellers in
Portugal”, “guide-books, desenvolvidos e resumidos, para touristes”… Lo cierto
es que hacia 1917-1918 Fernando Pessoa comienza a sentir la imperiosa necesidad
de combatir lo que denomina descategorização
europeia o descategorização
civilizacional, es decir: elevar a Portugal (y, de paso, a Brasil) a la
altura de los tiempos. En este sentido, proyecta un auténtico plan de acción
dirigido a “colmatar as lacunas da informacão estrangera a respeito de
Portugal”, ya que para el común de los extranjeros, si hacemos excepción de los
españoles, “Portugal is a vague small country somewhere in Europe, sometimes
supposed to be part of Spain”. El programa comprendía la publicación de libros
y estudios orientados a la propaganda y reunidos en el mencionado “All About
Portugal”, y la fundación en Londres de una revista, Portugal, en principio mensual. Esta acción exterior contemplaba la
creación, en el ámbito intelectual, de un Grémio
de Cultura Portuguesa, en el económico, de un “club comercial” portugués y,
finalmente, Cosmopolis como
institución oficial aglutinadora de tales esfuerzos. Por debajo de todo esto,
aparte de la pretensión de armonizar los contrarios en un soñado nacionalismo
cosmopolita, late ese aliento profético y mesiánico que, bautizado como Quinto
Imperio, dibujará una línea sinuosa entre el sebastianismo y el propio Pessoa,
con el supuesto impulso del malogrado y efímero quinto Presidente de la
República, Sidónio Pais (1872-1918).
Nos
encontramos, pues, con una obra de altos vuelos, que trasciende, a pesar de su
brevedad -204 páginas de un texto bilingüe-, las intenciones de una simple guía
turística, trasladando al lector, a lomos de una prosa bastante aséptica, carente
de lirismo, casi administrativa, el orgullo que siente el autor por habitar la
ciudad que describe con todo lujo de detalles. La guía comienza con el recurso literario a la figura del turista que
desembarca en Alfãndega –¿no nos recuerda,
acaso, a otra llegada, la del protagonista de El año de la muerte de Ricardo Reis, de José Saramago?- lo que le da
pie a Pessoa a presentar la ciudad y sus servicios al imaginario visitante que
se mueve en automóvil por la capital. Atravesamos con él las principales calles
y avenidas, nos detenemos en cada monumento, escuchamos la historia de cada hito,
conocemos el nombre de los escultores, arquitectos, pintores, diseñadores de
cada plaza y rincón, de los jardines: Vítor Bastos, Mateus Vicente, Reinaldo
Manuel, Verísimo José da Costa… Pessoa nos llama la atención sobre una fachada,
sobre los horarios de visita a los museos, las tarifas de diversos servicios, mientras nos lleva de la mano -entramos agora, voltemos agora… tendo chegado
até este ponto, o turista não debe agora deixar de visitar um dos mais belos
parques de recreio de Lisboa –o Parque Eduardo VII…- para ver todo aquello que no debemos pasar
por alto.
Ver, admirar, comparar... y asumir. Nos habla de las dimensiones de las grandes avenidas (Liberdade), de las fechas de construcción de los principales edificios y monumentos, de la calidad de los comercios, a la altura de cualquiera de similares características en Europa, del ocio y recreo de los lisboetas en zonas al aire libre con su media docena de bibliotecas municipales, o en locales de cierto empaque (Maxim's). Asistimos a la materialización de una continuidad histórica en la que no cabe el morbo de la melancolía. Desde la era de las exploraciones (Belem, los Jerónimos...; con anterioridad, la Sé), pasando por el delirante siglo XVIII pombalino, y todo el siglo XIX, hasta los años 20 de la pasada centuria, desfila ante nuestros ojos un proyecto de civilización cumplido y, en la mente de su autor, con claros visos de futuro.
A la guía le acompañan dos textos breves, igualmente bilingües: Jornais de Lisboa = Lisbon Newspapers –relación de diarios y semanarios publicados en la capital, con indicación “da sua natureza e da localização dos seus escritorios”-; y Uma visita a Sintra, via Queluz = A visit to Cintra, via Queluz: “O nosso automóvil avança agora definitivamente para fora da cidade”, donde nos describirá Benfica, Amadora, Queluz…
A la guía le acompañan dos textos breves, igualmente bilingües: Jornais de Lisboa = Lisbon Newspapers –relación de diarios y semanarios publicados en la capital, con indicación “da sua natureza e da localização dos seus escritorios”-; y Uma visita a Sintra, via Queluz = A visit to Cintra, via Queluz: “O nosso automóvil avança agora definitivamente para fora da cidade”, donde nos describirá Benfica, Amadora, Queluz…
Unas
mínimas fotografías de época, demasiado pequeñas para ser apreciadas en su justo valor, acompañan
los textos, sirviendo de ilustración al relato.
Tenemos entre las manos un libro fundamental, de recomendada lectura antes, durante y
después de una visita a la capital del Tajo y que nos puede enseñar a ver las cosas, a vernos en ellas e intentar admirarlas y aceptarnos tal como somos.
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